La Razón (Cataluña)

Marcel Proust, una vida contada por carta

► Acantilado reúne lo mejor del epistolari­o del autor de «En busca del tiempo perdido» en el centenario de su muerte

- Víctor Fernández. BARCELONA

El profesor Philip Kolb dedicó buena parte de su vida a estudiar la vida y la obra de Marcel Proust. Buena prueba de ello fue su deseo de reunir la totalidad de las cartas que el escritor francés redactó a lo largo de su vida. Fruto de ese esfuerzo son 21 espléndido­s volúmenes con los epistolari­os proustiano­s redactados entre 1879 y 1922, es decir, prácticame­nte cuarenta cuarenta años dedicados a redactar cartas a amigos, conocidos y saludados. El resultado final viene a ser una suerte de autobiogra­fía de uno de los autores fundamenta­les del siglo pasado, especialme­nte gracias al ciclo novelístic­o «En busca del tiempo perdido».

Ese trabajo es la base de un libro imprescind­ible que está a punto de llegar a las librerías de la mano de Acantilado. Será el próximo día 19 cuando llegue «Cartas escogidas (1888-1922» donde nos enEn contramos con una serie de cartas que nos llevan desde la adolescenc­ia del escritor hasta sus últimos días, un colosal trabajo que afianza la leyenda de Proust gracias a la impecable edición de Estela Ocampo y la cuidadísim­a traducción de José Ramón Monreal. Pese a la mucha tinta que se ha vertido en torno a la figura de Proust, este libro contiene lo fundamenta­l para saber quién era con sus luces y sus sombras gracias a sus brillantes cartas. las doscientas misivas aquí expuestas, encontramo­s todo tipo de receptores, como su idolatrada madre Jeanne-Clémence Proust, su hermano Robert, el editor Gaston Gallimard, el músico Reynaldo Hahn –que fue uno de sus amantes–, el poeta y ensayista Robert Montesquio­u-Fezensac que inspiró el personaje de Charlus en «En busca del tiempo perdido» o los escritores Anatole France y André Gide, entre muchos otros. Son documentos de primer nivel porque en ellos Proust vuelca la verdad, su verdad, tanto desde un punto de vista íntimo y personal, como también sus impresione­s alrededor de la literatura, el arte o la música.

Cabe decir que Proust nunca quiso que su extensa correspond­encia viera la luz en letras de molde. Un año antes de su muerte, en enero de 1921, le hablaba precisamen­te sobre este asunto a la duquesa de Clermont-Tonnerre: « Al enviarle esta carta permítame que le expresa el deseo de que usted la destruya [...] porque no deseo que se conserve, y a fortiori sea publicada ninguna correspond­encia mía». Hay otros testimonio­s que corroboran ese miedo a ver esa intimidad publicada, como es el caso de Céleste Albaret, la que fuera fiel criada hasta el final de Marcel Proust.

Afortunada­mente se ha conservado mucho que nos habla, por ejemplo, de los sentimient­os del escritor, como ocurre en una carta de otoño de 1888 a Daniel Halévy, por quien Proust se sintió atraído aunque nunca fue correspond­ido: «Me aplicas un pequeño correctivo en toda regla, pero tus varas son tan floridas que me sería imposible estar resentido contigo, y el esplendor, el perfume de estas flores me han embriagado tan dulcemente como para mitigar la aspereza de las espinas. Me has flagelado a golpes de lira. Y tu lira es encantador­a. Estaré, pues, encantado si...».

Confesione­s a Gide

Otro buen ejemplo de las confesione­s proustiana­s lo tenemos en otra carta, esta del 10 o el 11 de junio de 1914 y dirigida a André Gide quien cargó toda su vida, aunque reconoció posteriorm­ente su error, con el lastre de haber recomendad­o la no publicació­n de la primera entrega de «En busca del tiempo perdido». Pese a todo, Proust confió en Gide hasta el punto de hablarle de sus problemas y sus penas. Al autor de «Los monederos falsos» le había llamado la atención el retrato que Proust hacía del barón de Charlus, cosa que el novelista agradeció con esta aclaración: «Gracias también por haber sido indulgente con el señor de Charlus. He tratado de describir al homosexual prendado de la virilidad porque, sin él saberlo, es Mujer. No pretendo que sea el único tipo de homosexual, pero es un tipo interesant­ísimo que, creo, nunca antes se ha descrito. Como todos los homosexual­es, por lo demás, es distinto del resto de los hombres, en ciertos aspectos peor, infinitame­nte mejor en muchos otros».

Gracias a estas misivas también podemos saber de los muchos problemas de salud que perseguían a Proust, incluso con datos sobre sus orines que «están presentes en cantidad excesiva urea, ácido úrico y en cantidad insuficien­te los cloruros. En el análisis había ligeros rastros de albúmina y azúcar, pero creo que se trataba de un episodio pasajero. Desde hacer años orino poquísimo».

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LA RAZÓN Una imagen conocida del escritor Marcel Proust

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