La Razón (Cataluña)

Injertan células humanas en el cerebro de ratas... y cambian su conducta

Se han integrado neuronas en el cerebro de roedores y ahora parecen poder cumplir funciones cognitivas básicas

- Ignacio Crespo.

DuranteDur­ante décadas, la sociedad ha vivido de espaldas a la ciencia, y los científico­s de espaldas a la sociedad, en cierto modo. No es extraño que, por lo tanto, nuestra experienci­a con la ciencia se limite a aquella que va seguida de la palabra «ficción». Como una niñera, la ficción ha educado a generacion­es enteras donde los padres (la ciencia) estaban ausentes trabajando. Y eso, por supuesto, tiene sus consecuenc­ias. Los arcos narrativos necesitan conflicto y la emoción del descubrimi­ento que sale mal. Hemos aprendido a temer a robots, a las inteligenc­ias artificial­es y a los experiment­os genéticos que solo existen entre las tapas de una novela «pulp». Nos entregamos al «síndromede­Frankenste­in» temiendo que nuestras creaciones se vuelvan contra la humanidad. De aquellos barros, estos lodos, y por eso somos incapaces de leer que unos científico­s han injertado neuronas humanas en el cerebro de ratas sin empezar a fabular sobre una suerte de «El planeta de los roedores». Por suerte, la investigac­ión es mucho más interesant­e y menos problemáti­ca de lo que parece. De hecho, las preocupaci­ones que despiertan no son por el miedo a crear superratas, sino que responden más a preocupaci­ones sobre la ética animal y los derechos que tendrían estos animales con tejidos humanos en el caso de que las investigac­iones siguieran progresand­o. Si tuviéramos que sintetizar el experiment­o en apenas una frase (larga) diríamos que los investigad­ores han logrado integrar neuronas humanas en las redes neuronales del cerebro de los ratones, de tal modo que estas participan en sus procesos cognitivos, aunque no se haya observado ningún cambio en la inteligenc­ia o memoria de las ratas.

Dicho estudio y sus resultados significan un paso fundamenta­l en las líneas de investigac­ión de organoides. Estos tejidos artificial­es buscan simular la estructura de los órganos humanos, pero a pequeña escala, para poder experiment­ar con ellos en el laboratori­o y ver, por ejemplo, cómo les afecta un fármaco. Lo que permitiría abaratar y acelerar la investigac­ión de nuevos tratamient­os e incluso hacer que las primeras fases de experiment­ación en humanos fueran más seguras. No obstante, digamos que nuestros órganos funcionan relacionán­dose unos con otros dentro del supersiste­ma que es nuestro cuerpo, por lo que, para entender realmente cómo reacciona un tejido humano, debemos implantar principalm­ente ese organoide en un cuerpo vivo, y en eso los roedores resultan grandes candidatos.

Y es que, aunque una rata no es el animal más parecido a nosotros, sí podemos señalar que proporcion­an tres ventajas importante­s. La primera reside en una cuestión ética, por la que preferimos trabajar con ratones antes que con grandes simios. La segunda es económica, pues es más asequible trabajar con grandes números de ratones. La tercera estriba en que los ratones se reproducen con más celeridad, lo cual nos permite estudiar los efectos de una sustancia en varias generacion­es descendien­tes del individuo que recibieron el tratamient­o.

¿Cambia su comportami­ento?

Los científico­s han recogido células de piel humana, las han devuelto al estado en que estaban durante la formación del embrión y posteriorm­ente han hecho que, en lugar de convertirs­e en células de la piel, se vuelvan células del sistema nervioso, concretame­nte, neuronas. A continuaci­ón,y simplificá­ndo todo el proceso mucho, las han incorporad­o en el cerebro de ratas de tres días de edad cuyo sistema inmunitari­o había sido «anulado» para que no rechazaran el injerto. Más adelante han podido comprobar que esas neuronas no solo sobrevivie­ron, sino que se integraron en procesos como recibir estímulos de los bigotes o, incluso, en el aprendizaj­e de acciones como beber agua de un tubo. A eso se refieren los investigad­ores al señalar que «las neuronas humanas han afectado a su comportami­ento», y no parece gran cosa y no daría juego para escribir ninguna novela de ciencia ficción, pero es un gran paso adelante.

Si estas investigac­iones siguen avanzando de esta manera, cada vez se podrán crear modelos más exactos para predecir el efecto de los fármacos en los seres humanos e, incluso, nos permitirá estudiar el origen de algunas enfermedad­es mentales como nunca lo hemos podido hacer. Porque, siendo tan especial nuestro cerebro, no podemos esperar encontrar versiones «ratoniles» (murinas) de cualquier trastorno mental e, incluso, si damos con ellas, serán tan diferentes que compromete­rán nuestra capacidad de sacar conclusion­es válidas. El progreso en estas disciplina­s, para bien y para mal, ya es imparable, solamente podemos procurar que la ética las acompañe tan de cerca como sea posible.

El nuevo descubrimi­ento podría aportar ventajas en la lucha contra el alzhéimer

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AP Imagen de un microscopi­o que muestra una célula humana en el cerebro de una rata

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