Injertan células humanas en el cerebro de ratas... y cambian su conducta
Se han integrado neuronas en el cerebro de roedores y ahora parecen poder cumplir funciones cognitivas básicas
DuranteDurante décadas, la sociedad ha vivido de espaldas a la ciencia, y los científicos de espaldas a la sociedad, en cierto modo. No es extraño que, por lo tanto, nuestra experiencia con la ciencia se limite a aquella que va seguida de la palabra «ficción». Como una niñera, la ficción ha educado a generaciones enteras donde los padres (la ciencia) estaban ausentes trabajando. Y eso, por supuesto, tiene sus consecuencias. Los arcos narrativos necesitan conflicto y la emoción del descubrimiento que sale mal. Hemos aprendido a temer a robots, a las inteligencias artificiales y a los experimentos genéticos que solo existen entre las tapas de una novela «pulp». Nos entregamos al «síndromedeFrankenstein» temiendo que nuestras creaciones se vuelvan contra la humanidad. De aquellos barros, estos lodos, y por eso somos incapaces de leer que unos científicos han injertado neuronas humanas en el cerebro de ratas sin empezar a fabular sobre una suerte de «El planeta de los roedores». Por suerte, la investigación es mucho más interesante y menos problemática de lo que parece. De hecho, las preocupaciones que despiertan no son por el miedo a crear superratas, sino que responden más a preocupaciones sobre la ética animal y los derechos que tendrían estos animales con tejidos humanos en el caso de que las investigaciones siguieran progresando. Si tuviéramos que sintetizar el experimento en apenas una frase (larga) diríamos que los investigadores han logrado integrar neuronas humanas en las redes neuronales del cerebro de los ratones, de tal modo que estas participan en sus procesos cognitivos, aunque no se haya observado ningún cambio en la inteligencia o memoria de las ratas.
Dicho estudio y sus resultados significan un paso fundamental en las líneas de investigación de organoides. Estos tejidos artificiales buscan simular la estructura de los órganos humanos, pero a pequeña escala, para poder experimentar con ellos en el laboratorio y ver, por ejemplo, cómo les afecta un fármaco. Lo que permitiría abaratar y acelerar la investigación de nuevos tratamientos e incluso hacer que las primeras fases de experimentación en humanos fueran más seguras. No obstante, digamos que nuestros órganos funcionan relacionándose unos con otros dentro del supersistema que es nuestro cuerpo, por lo que, para entender realmente cómo reacciona un tejido humano, debemos implantar principalmente ese organoide en un cuerpo vivo, y en eso los roedores resultan grandes candidatos.
Y es que, aunque una rata no es el animal más parecido a nosotros, sí podemos señalar que proporcionan tres ventajas importantes. La primera reside en una cuestión ética, por la que preferimos trabajar con ratones antes que con grandes simios. La segunda es económica, pues es más asequible trabajar con grandes números de ratones. La tercera estriba en que los ratones se reproducen con más celeridad, lo cual nos permite estudiar los efectos de una sustancia en varias generaciones descendientes del individuo que recibieron el tratamiento.
¿Cambia su comportamiento?
Los científicos han recogido células de piel humana, las han devuelto al estado en que estaban durante la formación del embrión y posteriormente han hecho que, en lugar de convertirse en células de la piel, se vuelvan células del sistema nervioso, concretamente, neuronas. A continuación,y simplificándo todo el proceso mucho, las han incorporado en el cerebro de ratas de tres días de edad cuyo sistema inmunitario había sido «anulado» para que no rechazaran el injerto. Más adelante han podido comprobar que esas neuronas no solo sobrevivieron, sino que se integraron en procesos como recibir estímulos de los bigotes o, incluso, en el aprendizaje de acciones como beber agua de un tubo. A eso se refieren los investigadores al señalar que «las neuronas humanas han afectado a su comportamiento», y no parece gran cosa y no daría juego para escribir ninguna novela de ciencia ficción, pero es un gran paso adelante.
Si estas investigaciones siguen avanzando de esta manera, cada vez se podrán crear modelos más exactos para predecir el efecto de los fármacos en los seres humanos e, incluso, nos permitirá estudiar el origen de algunas enfermedades mentales como nunca lo hemos podido hacer. Porque, siendo tan especial nuestro cerebro, no podemos esperar encontrar versiones «ratoniles» (murinas) de cualquier trastorno mental e, incluso, si damos con ellas, serán tan diferentes que comprometerán nuestra capacidad de sacar conclusiones válidas. El progreso en estas disciplinas, para bien y para mal, ya es imparable, solamente podemos procurar que la ética las acompañe tan de cerca como sea posible.
El nuevo descubrimiento podría aportar ventajas en la lucha contra el alzhéimer