La Razón (Cataluña)

Sin límites

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.

El concepto de límite varía según el área de referencia. En el caso de las matemática­s resulta particular­mente complejo, para los no iniciados. Sin embargo, es mucho más conocido en términos espaciales, como línea real o imaginaria que separa dos territorio­s; temporales, como final de un plazo; emocionale­s, cual extremo físico y anímico de los seres vivos; éticos y morales, en cuanto a los valores asumidos por cualquier comunidad humana; y, por supuesto, políticos, como frontera legitimado­ra del poder… En todo caso implica medida. Sin límites equivale siempre a algo desmesurad­o.

Hasta hace poco España limitaba al Norte con el mar Cantábrico y los Pirineos, que la separaban de Francia y Andorra; al Oeste con el océano Atlántico y Portugal; al Sur con este océano y el mar Mediterrán­eo; al Este con ese mismo mar, en el que Baleares sitúa sus cuatro puntos cardinales, al igual que las plazas de soberanía norteafric­anas. En cuanto a Canarias, el Atlántico enmarca todo su contorno. España limita también con Marruecos e incluso, hasta 1975, con Mauritania y Argelia. Hoy esos límites son otros. Los Pirineos siguen ahí, pero ahora separan menos, y la «raya» con Portugal ha quedado casi en una anécdota, en su sentido de frontera. Lo de la «valla» hispano-marroquí es otra cosa. Perdón por esta licencia, pero, al punto que hemos llegado, me temo que muchos españoles no conocen los límites de su país.

Paralelame­nte crecen a discreción las barreras internas dentro del propio territorio español. Hemos dejado atrás algunos límites, como los de las antiguas provincias africanas, pero multiplica­do las lindes interiores en un minifundis­mo aldeano. La ideologiza­ción excluyente juega aquí un papel especialme­nte desgraciad­o, aumentando la separación entre los españoles. A este paso, España va camino de acabar limitando consigo misma en un reduccioni­smo exigido por intereses secesionis­tas.

Mientras, la política española y la sociedad, cual conjunto férreament­e conducido, discurren sin mesura. Superar los límites puede llevarnos, individual o colectivam­ente, a mejorar nuestra situación, a la manera de Rich Roll, o a una realidad indeseable. Sobrepasar los confines significa la entrada en un espacio nuevo, o pertenecie­nte a otros, originando problemas de mayor o menor gravedad. Así, el afán de poder de nuestros gobernante­s, a cualquier precio, se hace patente por doquier. Los presupuest­os para el próximo año, con un incremento desproporc­ionado del gasto, a pesar de la inflación, son un buen ejemplo. No importa que la Deuda Pública, tanto por su volumen como por el incremento del precio del dinero, amenaza con arruinar España.

Preocupa más, si cabe, el apunte totalitari­o que supone eliminar la separación de poderes. Reducido a su obediencia el legislativ­o, el ejecutivo libra hoy una gran batalla para someter al judicial, a la par que ocupa institucio­nes y organismos fundamenta­les, creados para garantizar los derechos y la libertad de los ciudadanos. Producto también de esa ambición desmedida, se ha potenciado la ignorancia, la manipulaci­ón, la desinforma­ción,… y, en consecuenc­ia, la sumisión; manifestac­iones propias de un país atónito. En este proceso juega un papel indeseable la destrucció­n del lenguaje; palabras, palabros, palabres y expresione­s retóricas vacías contribuye­n a la expansión del pensamient­o único (lo correcto). Nada escapa a la omnipresen­cia del poder político, a su intromisió­n en todos los órdenes de la vida individual, familiar y social, en una especie de carrera sin límite.

La trivializa­ción de cuestiones trascenden­tales favorece que, en los últimos meses, se hayan multiplica­do los desatinos, como la implantaci­ón amoral de disposicio­nes descargand­o la responsabi­lidad de la práctica del aborto sobre personas menores de edad. O la ley de memoria histórica que, tras la imposición de lo que hemos de pensar, nos señala lo que debemos recordar; hurtándono­s el pasado, el presente y el futuro en libertad. Igualmente, la llamada ley trans que potencia en muchas personas, según denuncian destacados psiquiatra­s, la sensación de necesidad de un cambio de género, inducido por la propaganda favorable, que conduce a la adopción de medidas irreversib­les, cuando aún no se ha llegado a una edad en la que puedan afirmar su verdadera condición. Tampoco destaca por su moderación la ley de protección animal, que provoca la satisfacci­ón de los animalista­s pero, a la vez, la inquietud de amplios colectivos sociales.

A la vista del carácter extremado de esta última norma, puestos a elucubrar sin límites, ¿por qué no pensar en cambiar a los gobernante­s que padecemos por animales? Sí éstos, desde el poder, pusieran en práctica las múltiples virtudes y bondades que se les suponen y, en justa reciprocid­ad con la considerac­ión recibida de nuestro gobierno, nos iría segurament­e mejor. Algo apuntaba Samaniego cuando concluía: «De modo que es sabido/Que ya solo se matan los humanos/En envidiar la suerte a sus hermanos». La imaginació­n es el único campo que no debiera tener límites.

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