Cómo enfrentarse a los antivacunas con la ciencia en la mano
Un nuevo estudio sugiere qué factores son más determinantes en la indecisión a la hora de vacunarse
Nuestro cuerpo es nuestro y parece bastante razonable que no dejemos que nos pinchen cualquier cosa. Queremos saber, pedimos explicaciones y pretendemos entenderlas sin hacer el esfuerzo de estudiar demasiado. Aunque claro, son remilgos selectivos, porque no pocos de los que desconfían de las vacunas lo hace mientras inhala compulsivamente el humo de un cigarro o vacía una botella de cerveza. Hace tiempo que abandonamos la medicina paternalista o, al menos, esa es la idea. Así que está muy bien que tratemos de comprender cuanto quieran hacer con nuestro cuerpo, es una forma de ejercer nuestra autonomía y estamos en nuestro derecho. Claro que, el cometido no siempre es sencillo, hay comunicadores muy oscuros y conceptos farragosos. Todo ello siembra desconfianza en el público.
Mientras tanto, las vacunas siguen demostrando ser uno de los avances más gloriosos y relevantes de la humanidad. Han cambiado el mundo de raíz, protegiendo a nuestros menores y elevando la esperanza de vida como solo los antibióticos han podido hacer. Así que tenemos un problema, hemos de enfrentarnos a esa desconfianza para que las vacunas puedan seguir mejorando nuestras vidas. Podríamos decir que, para alcanzar la inmunidad de rebaño tenemos que superar la paranoia de rebaño, por la que algunos sienten la necesidad de distanciarse de las masas solo por miedo a haber sido alienados por los poderosos, que nos dicen qué y cómo tenemos que pensar. Puede que el problema no parezca difícil de solucionar, de hecho, todos hemos esbozado algún plan peregrino para finiquitar el conflicto, ya fuera con el codo en la barra de un bar o «disfrutando» de una sobremesa en familia. Sin embargo, el tema no es baladí y, solo ahora, los estudios sociológicos comienzan a dar alguna pista.
«Indecisión» es diplomático
Tal vez, lo primero que sorprenda del último artículo científico de Lucila Álvarez-Zuzek, investigadora de la Universidad de Georgetown, es que no habla de antivacunas, un término ya más que normalizado. Elige una manera diferente y mucho menos frecuente de referirse a la cuestión: indecisión a la hora de vacunarse. No es la expresión lingüísticamente más económica, pero sí la más aséptica. No carga con ella los estigmas del concepto «antivacuna» y permite que el juicio se desligue del propio término. En otras palabras, es una mejor forma de acercarse a los afectados sin despertar en ellos un rechazo que eche por tierra el intento de reconciliarlos con la vacunación.
En cualquier caso, el estudio ha revelado que las bolsas geográficas de comportamiento de vacunación parecen estar condicionadas, mayormente, por dos factores. Por un lado, el grupo sociodemográfico al que pertenece la población en cuestión y, por otro, la indecisión de las sociedades vecinas. Y es que, como es bien sabido, los indecisos no están perfectamente repartidos por toda una población, sino que se encuentran agrupados. No tanto porque se busquen, sino porque hay perfiles socioeconómicos más proclives a aceptar estas ideas, ya estaban agrupados antes de ser indecisos. Estos focos de población desprotegidos son especialmente preocupantes porque, aunque por suerte el porcentaje de antivacunas continúa siendo bastante bajo (especialmente aquí, en España), se agrupan de tal modo que, en algunas subpoblaciones sí son un porcentaje muy significativo donde determinadas infecciones pueden extenderse con facilidad, sin el cortafuegos que supone siempre tener cierto porcentaje de personas vacunadas que, de ese modo, protejan a quienes no se pueden vacunar.
Modelando la realidad
Para estudiar cómo afectaban estos dos pilares de la indecisión y siendo un estudio sociológico, lo más cabal era experimentar con un modelo informático y no con la realidad misma, siendo un tema sensible y tan complejo. Los resultados del modelo apuntaron a que las características sociodemográficas y la influencia de poblaciones circundantes fueron suficientes como para crear agrupaciones geográficas de alta indecisión, tanto cuando actuaban juntas como cuando solo se presentaba uno de los dos aspectos. El tamaño de estos conglomerados dependería, entre otras cosas, de la actitud que la población tenga ante la propaganda de la indecisión. Cuanto más la acepten más pequeñas y numerosas serán las agrupaciones indecisas y en ellas primará el aspecto socioeconómico. Cuando son más escépticos a la propaganda, en cambio, los conglomerados son menos, pero más grandes y se ven especialmente influidos por las comunidades vecinas.
Gracias a estos resultados, los investigadores ya están proponiendo algunas maneras de abordar el problema de otra manera. Ahora que empezamos a entender qué hace indecisos a los indecisos en diferentes situaciones, podremos enfocar mejor las intervenciones de salud pública para aumentar la vacunación y proteger mejor a la comunidad.