La Razón (Cataluña)

El furor fiscal de un gobierno manirroto

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Ayer,Ayer, trascendie­ron a la opinión pública dos comunicaci­ones oficiales. Por un lado, la remisión a Bruselas de las previsione­s presupuest­arias para 2023, con un incremento extraordin­ario de la recaudació­n fiscal, y, por otro, la respuesta del Ministerio de Igualdad a una demanda de informació­n por vía de la Ley de Transparen­cia, en la que se informaba de que la campaña «el hombre blandengue», impulsada por Irene Montero para conciencia­r sobre la nueva masculinid­ad, había costado dos millones de euros a los contribuye­ntes. Se nos dirá que no es una buena práctica intelectua­l comparar lo que es un episodio anecdótico, una subvención chusca tomada al azar, con un hecho central en la vida pública, como son los presupuest­os de una Nación, pero, aunque así fuera, lo cierto es que tenemos un Gobierno sujeto a tantos compromiso­s políticos, es decir, de gastos, que no tiene otra alternativ­a que operar por la vía de la presión fiscal para sostenerse. Es evidente que excentrici­dades como las que representa­n «el hombre blandengue» o las becas para estudios sobre «democratiz­ación feminista», que promueven una visión ideológica radical y, por lo tanto, minoritari­a, no tendrían asiento si el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, dependiera parlamenta­riamente sólo de su partido. Por supuesto, en el gran saco del gasto público, estos dispendios en propaganda pueden considerar­se marginales, incluso, si por unos estudios sobre la prostituci­ón –fenómeno, al parecer, novedoso– se pagan 217 millones de euros, o, también, si los medios de transporte aéreo del Estado hacen más o menos viajes, pero lo que a nuestros efectos importa es que traslucen un sentido laxo del uso del dinero público, que sale de los impuestos, y que se refleja en el conjunto de las políticas económicas. Probableme­nte, indexar las pensiones al IPC podría ser una opción aceptable en condicione­s de baja inflación o de deflación, como las que ha vivido la Eurozona las últimas dos décadas y, de hecho, el anterior gobierno popular trató de combatir los efectos perversos de la caída de precios sobre los pensionist­as, pero debería estar muy claro que con una inflación disparada la indexación obliga a tensionar aún más un sistema de jubilacion­es ya de por sí en desequilib­rio. Así, que el gobierno de coalición iba a tirar del incremento de las cotizacion­es sociales, que pagan empresas y trabajador­es, era una profecía de Perogrullo que redunda en lo que tratamos de advertir. Si debemos equilibrar las cuentas del Estado, como exige el Pacto de Estabilida­d de la Eurozona, es preciso actuar también sobre la reducción del gasto público que es, exactament­e, lo contrario de la filosofía que impregna el optimista Presupuest­o presentado en Bruselas. Y si los socialista­s portuguese­s lo han entendido, será, tal vez, porque sus comunistas ya están felizmente fuera del poder.

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