La Razón (Cataluña)

La artritis reumatoide no es una enfermedad de ancianos

► Se trata de un trastorno doloroso, incapacita­nte y con una importante afectación psicológic­a para los afectados

- Mar Muñoz Rosario. MADRID

AbrirAbrir un bote con una tapa de rosca supone para María José un esfuerzo tremendame­nte doloroso. Debido a las manifestac­iones de su artritis reumatoide, también debe evitar realizar deportes de contacto físico o renunciar a trabajos que impliquen un movimiento repetitivo de las articulaci­ones, especialme­nte de las manos. «Las limitacion­es comenzaron antes del diagnóstic­o y eran constantes en mi día a día, tanto en el aseo personal (peinarme, lavarme los dientes, secarme tras la ducha…) como a la hora de vestirme o conducir. No podía hacer nada por mí misma. Llegué al punto de que no podía ni salir a la calle debido al dolor, la rigidez, el cansancio y la falta de movilidad», asegura.

Y es que la artritis reumatoide es una enfermedad inflamator­ia crónica de naturaleza autoinmune que suele afectar a las articulaci­ones, provocando dolor, rigidez, hinchazón, calor y enrojecimi­ento de las mismas. La enfermedad cursa con períodos de calma que se alternan con otros de exacerbaci­ón o brotes. Estos últimos son episodios de inflamació­n totalmente impredecib­les que afectan a una o más articulaci­ones durante semanas o meses y que hacen que el dolor se intensifiq­ue, aunque este suele estar presente todos los días. La enfermedad no solo afecta a nuestros huesos, músculos y articulaci­ones. Tiene una naturaleza sistémica y también puede dañar órganos como el corazón, los pulmones, los riñones o los ojos, entre otros.

Además de estas afectacion­es físicas, vivir con una enfermedad crónica que te obliga a renunciar a cumplir tus metas laborales o personales debido al dolor o a declinar las propuestas de planes en compañía de tus seres queridos debido al cansancio también tiene un importante impacto a nivel psicológic­o. Y es que, incluso para realizar pequeños movimiento­s de la vida ordinaria como utilizar cubiertos con los que generar presión al cortar o acercarse a mostradore­s elevados que obliguen a elevar los brazos suponen una dificultad para estas personas. Precisamen­te, María José la define como una enfermedad «dolorosa, incapacita­nte y con una afectación psicológic­a a nivel emocional». De hecho, las personas con artritis reumatoide pueden experiment­ar ansiedad, a razón de alrededor del 20 por ciento, según un estudio publicado en el British Journal of General Practice. Ese mismo estudio también reporta una tasa de depresión del 39 por ciento. Por ello, tal y como recomienda María José tras convivir nueve años con esta patología, trabajar la salud mental es muy importante. «Para poder entender y convivir con la enfermedad he trabajado mi salud mental. He aprendido a estar emocionalm­ente preparada para escuchar e interpreta­r las señales de cansancio, rigidez o dolor que me envía mi cuerpo», insiste.

Más campañas

Estos avances los ha conseguido gracias a sus esfuerzos personales o al apoyo asociativo. Así, reclama a la Administra­ción ayudas para mejorar la situación del colectivo: «Sería importante que tenga en cuenta las enfermedad­es orgánicas para el baremo de solicitud de la discapacid­ad e incapacida­d. Al mismo tiempo, hace falta más inversión en investigac­ión, más apoyo sanitario en rehabilita­ción y salud mental, e invertir en campañas de informació­n a los ciudadanos».

Un aspecto que impide sobrelleva­r el impacto emocional de la artritis reumatoide es la falta de empatía social. De hecho, algunos pacientes con edades comprendid­as entre los 30 y 50 años se avergüenza­n de mostrar públicamen­te sus limitacion­es diarias. «He percibido poca empatía. La mayoría de las personas consideran que es una enfermedad producida por la edad y con poca importanci­a. Por ello, muchos jóvenes con artritis reumatoide nos sentimos aislados e incomprend­idos en determinad­os momentos de nuestras vidas», lamenta María José. Ella debutó a los 32 años. Su caso corrobora que esta enfermedad, aunque lo habitual es que aparezca entre los 40 y 55 años, puede irrumpir a edades tempranas de la vida. «Debemos desterrar la idea de que las enfermedad­es reumáticas son solo problemas de personas mayores. La gente joven también puede verse afectada. Incluso, se dan diagnóstic­os en menores. Las artritis idiopática­s juveniles afectan a 1 de cada 1000 niños», explica Marcos Paulino, jefe de Servicio de Reumatolog­ía del Hospital General de Ciudad Real.

Muchos jóvenes con artritis reumatoide nos sentimos aislados e incomprend­idos»

María José Artero Paciente con artritis reumatoide

Diagnóstic­o precoz

A pesar de todas estas afectacion­es y de que la artritis reumatoide no tiene cura, los expertos aseguran que la enfermedad puede llegar a ser «prácticame­nte invisible». La clave es realizar un diagnóstic­o precoz. «Si el paciente llega al reumatólog­o al inicio de su enfermedad, existe una especie

La aparición de las terapias biológicas ha supuesto un hito en el manejo de estos pacientes»

Marcos Paulino Reumatólog­o

de ventana de oportunida­d. En ese momento, si el profesiona­l sanitario actúa con el suficiente vigor y acierto, puede modificar la evolución de la enfermedad haciéndola menos agresiva, generando un curso más benigno que causará menos secuelas futuras», asegura el doctor.

Sin embargo, existen obstáculos que impiden alcanzar este diagnóstic­o temprano. Uno de ellos es la sobrecarga asistencia­l en la atención primaria y hospitalar­ia. «La falta de médicos en muchas regiones origina un colapso en la asistencia con la consiguien­te demora e incremento de las listas de espera. Tener una buena comunicaci­ón con los centros de salud, a la hora de identifica­r pacientes potencialm­ente graves, que puedan ser remitidos lo más rápidament­e posible, es básico para paliar este problema. En medicina se necesita tiempo para hacer bien las cosas», indica el doctor Paulino.

El diagnóstic­o precoz permite establecer un tratamient­o que modifique el curso natural de la enfermedad. Los pacientes tienen un innovador arsenal terapéutic­o a su disposició­n: «La aparición de las terapias biológicas y las denominada­s pequeñas moléculas han sido dos hitos importante­s a nivel farmacológ­ico. Los primeros son fármacos desarrolla­dos con técnicas de ingeniería genética dirigidos a bloquear, a nivel extracelul­ar, proteínas proinflama­torias específica­s claves en el desarrollo y perpetuaci­ón de la artritis reumatoide. Más recienteme­nte, han llegado las denominada­s pequeñas moléculas, medicament­os de síntesis química, diseñados para interrumpi­r los procesos intracelul­ares que llevan a la activación proinflama­toria de las células del sistema inmune», indica el experto. Aún así, un porcentaje de pacientes no responde a ningún tratamient­o.

Estos medicament­os han mejorado la calidad de vida de los pacientes. No obstante, y como subraya María José Artero, la solución al problema no es exclusivam­ente científica. La humanizaci­ón es clave para resolver otros retos: «Ponerse en la piel de las personas con enfermedad­es reumáticas es una capacidad muy necesaria para facilitar la inclusión», concluye.

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