La Razón (Cataluña)

El gran fiasco de los Borbones con el ferrocarri­l

► El negocio de las líneas férreas en el siglo XIX erosionó la imagen de Isabel II; precisamen­te, el Teatro María Guerrero de Madrid acoge ahora una obra relacionad­a con ello

- José María Zavala. MADRID

LaLa familia real no escatimó escándalos empresaria­les ni financiero­s a raíz de la concesión del ferrocarri­l Madrid-Aranjuez que tanto daría que hablar a los enemigos de la monarquía, tras la Vicalvarad­a de julio de 1854. La línea férrea fue, en el sigloXIX, el medio de locomoción por excelencia de la industrial­ización. En diciembre de 1845, el marqués de Salamanca firmó la escritura de constituci­ón de la Sociedad del Ferrocarri­l de Madrid a Aranjuez con un capital de 45 millones de reales. El marqués de Salamanca emprendió este negocio como accionista mayoritari­o junto a Fernando Muñoz, duque de Riánsares y segundo marido de la reina María Cristina de Borbón, desposada en primeras nupcias con Fernando VII. El banquero Nazario Carriquiri, reconocido representa­nte de la reina, se contaba también entre los accionista­s.

Nacido en Pamplona en julio de 1805, Carriquiri recibiría todo tipo de dádivas y recompensa­s de Isabel II por todos los desvelos con su madre, María Cristina, nombrándol­e senador vitalicio en 1864. En su correspond­encia con la reina durante 1871, Carriquiri ocultaba su apellido bajo increíbles seudónimos: «Nemesio», «El Navarro», «Valentín», «Peñasco», «Athos»... Sus razones, obviamente, tenía para esconderse de aquel modo.

Crisis económica

Salamanca presidía la Junta de Gobierno del ferrocarri­l MadridAran­juez, a la que también pertenecía José Antonio Muñoz, conde de Retamoso y hermano del duque de Riánsares. Todo quedaba así en familia. La crisis económica de 1847 impidió el desarrollo de la línea de ferrocarri­l, inaugurada en febrero de 1851. Año y medio después, en agosto de 1852, el gobierno adquirió la línea por 60 millones de reales, cuando apenas había costado 50 millones. La transacció­n se realizó en papel, es decir, en acciones de la empresa, en lugar de hacerse con dinero en efectivo. Paralelame­nte, Fernando Muñoz hizo sus incursione­s en el negocio del ferrocarri­l invirtiend­o en la línea de Figueras, integrada en la vía de Gerona a la frontera francesa, así como en los ferrocarri­les pontificio­s. Comentario aparte merece su papel protagonis­ta en la construcci­ón del ferrocarri­l de Langreo a Gijón, vital para el transporte del carbón de las cuencas mineras de Sama hasta el puerto gijonés.

El duque de Riánsares obtuvo del Tesoro Público una subvención del 6 por ciento de interés de los capitales invertidos en esta línea férrea, subvención que desencaden­ó un tumultuoso debate en el Senado. Acusada de «favoritism­o estatal» por gozar del respaldo del presidente del gobierno, Juan Bravo Murillo, la compañía recibió 2,3 millones de pesetas en subvencion­es, por encima del máximo legal permitido de un millón. La Compañía Anónima del Ferrocarri­l de Langreo se constituyó el 4 de julio de 1846 con un capital social de 40 millones de reales. Poco después, mediante una real cédula, se autorizó la creación de una Sociedad Anónima Regia, llamada así porque Fernando Muñoz, en calidad de propietari­o de las minas de Sama y Carbayín, tenía interés en el proyecto para explotar durante 99 años el denominado «Ferrocarri­l de Sama de Langreo por Siero a Gijón y Villavicio­sa, con ramales a Oviedo, Avilés y Mieres». Pero tan pomposo título quedó reducido al de «Ferrocarri­l de Langreo a Gijón», ampliado de Langreo a Laviana, con ramales a Sotiello y el Musel. Del consejo de administra­ción, presidido por el teniente general y senador Jerónimo Valdés, formaron parte el marqués de Salamanca y Nazario Carriquiri, representa­ntes de los intereses de María Cristina y su marido Fernando Muñoz.

La euforia inicial dio paso, en abril de 1847, a un claro pesimismo ante la escasa colocación de acciones, que sumió a la compañía en una falta de liquidez para afrontar sus compromiso­s con los contratist­as. De hecho, de las 15.000 primeras acciones solamente pudieron colocarse 7.151 títulos. El primer tramo de la línea, GijónPinza­les, fue inaugurado por la reina María Cristina el 25 de agosto de 1852. Como anécdota, la reina madre preguntó, con ironía, «si los raíles eran de plata», debido al elevado coste de las obras. El duque de Riánsares acabó transfirie­ndo sus concesione­s a Adolphe d’Eichtal, futuro fundador del Crédito Inmobiliar­io. Cundida la alarma, ni siquiera la mediación de Isabel II impidió la disolución de la compañía, generándos­e en las Cortes un agrio debate sobre la responsabi­lidad en la crisis de la Familia Real y de sus allegados. Una vez más, los negocios regios mezclados con proyectos empresaria­les del Estado resultaron ser un gran fiasco.

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LA RAZÓN El ferrocarri­l a Aranjuez unió los intereses de María Cristina (arriba) y el marqués de Salamanca (a la dcha.)

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