El primer problema del día
AlAl menos en mi caso y en España… Rectifico: en casi todo el mundo occidental y en buena parte del que no lo es. Eso que llamamos existencia es una sucesión de conflictos. El primero del día en lo concerniente a la salud se plantea nada más saltar de la cama. Parece mínimo, pero no lo es. Lo habitual es pasar por el cuarto de baño y luego, ya aseados o todavía no, romper el ay uno iniciado unas cuantas horas atrás. O sea: desayunar. No todo el mundo siente ese apremio. Yo soy uno de ellos. Mi apetito, y el de no pocos estómagos afines, es perezoso y dormilón. Tarda en despertarse y cuando por fin se espabila, lo hace sin gran entusiasmo y de modo muy frugal. Durante muchos años nunca desayuné ni, casi, almorzaba. Salía del paso con un pedacito de pan y una rodaja de chorizo. Mi única comida de verdad al día era la cena… Muy copiosa, eso sí.
Ese régimen, opuesto, lo sé, a lo que los nutricionistas aconsejan, me ayudaba a escribir y a mantener la mente lúcida y el corazón despierto. Lo seguí mientras me enfrentaba a la ímproba tarea de despachar mi Historia Mágica de España (Gárgoris y Habidis): 5.000 consultas bibliográficas, 20.000 kilómetros recorridos, 2.000 páginas escritas con voluntad de estilo, ocho años de tarea librada de sol a sol en seis ciudades de tres continentes…
¿Por qué digo ahora que el desayuno es el primer conflicto existencial al que me enfrento? Pues porque ahora, a impulsos de la costumbre imperante en el mundo que me rodea, sí que desayuno, casi siempre en casa, ya que rara vez salgo de ella, y soy consciente de que al hacerlo, incluso, y aún más, cuando lo hago en un bar o en un hotel, estoy metiendo en mi cuerpo serrano un surtido de venenos. Lo son la leche de vaca, la mantequilla, el pan blanco, las galletas, la bollería, los cereales cargaditos de azúcar y hasta los zumos de naranja o de otras frutas. En fin: lo usual. Y es muy difícil, casi imposible, escapar a ese menú impuesto por la rutina. Mediré sus costillas otro día. Por hoy ya está bien. Columna cumplida. Son las nueve de la mañana. El desayuno me espera.