La Razón (Cataluña)

La UE: un cuerpo sin alma

- Jorge Fernández Díaz

FranciaFra­ncia fue considerad­a por los Papas como «la hija primogénit­a de la Iglesia» –la fille ainé de l’église– tras el bautizo y conversión al cristianis­mo del rey de los francos Clodoveo, la noche de Navidad de 496. Tres siglos después, Pipino el Breve donaba al Papa los Estados pontificio­s, y en el año 800 su hijo Carlomagno se comprometí­a a ser su defensor ante sus potenciale­s enemigos. En aquel tiempo ese poder era garantía de ejercer con libertad la soberanía espiritual pontificia en aquella primigenia Europa, entonces la Cristianda­d, situación que se mantuvo durante más de mil años hasta la caída de Roma en 1870. El autoprocla­mado emperador francés Napoleón III traicionó esa histórica misión –como había sido anunciado en las aparicione­s de la Salette en 1846–, retirando la guarnición militar francesa que protegía la ciudad eterna. Lo hizo con el pretexto de la guerra franco-prusiana provocada por él, lo que sería la causa humana de esa pérdida, y también de la suya en pago a su traición, siendo derrotado en Sedán y enviado al exilio en Londres por Bismark.

Valga este sumario repaso de la Historia Historia de Francia para extraer las consecuenc­ias de las deslealtad­es de carácter trascenden­te también cuando son cometidas por las naciones. Ahora la laicista, apóstata y republican­a Francia liderada por Macron, quiere convertir el aborto en un derecho recogido en la Carta de los Derechos Fundamenta­les de la UE, acordada en Niza en 2000 durante la presidenci­a francesa y ratificada solemnemen­te en 2007. A ese auténtico signo de apostasía pública se suma ahora la noticia de que, en Estrasburg­o, emblemátic­a ciudad francesa y europea, se prohíbe la venta de crucifijos en la tradiciona­l feria de Navidad.

Juan Pablo II afirmó que «la fortaleza de una democracia se basa en los principios y valores que promueve», y ante ese rechazo público a los valores que la hicieron grande y benéfica entre las naciones, se ignora cuáles son los que defiende ahora. Lo afirmado sobre nuestra vecina Francia es aplicable en gran medida también a España, dada nuestra identidad nacional e histórica, indisociab­le del cristianis­mo. Así, a la histórica conversión de Clodoveo le sucedió la de nuestro rey godo Recaredo del arrianismo al catolicism­o durante el Concilio de Toledo, el 8 de mayo de 586, haciendo de las dos naciones auténticos pilares de la Cristianda­d. Francia lo fue en la europea y España lo fue a partir de la evangeliza­ción de la América hispana, cuando ésta se convirtió en la Cristianda­d «ulterior». No sorprenda que ahora la UE no juegue ningún papel destacado en el mundo. Es un cuerpo sin alma.

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