La Razón (Cataluña)

España/Ilusión

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.

LaLa imagen real de esta España, en espejo fiel, resulta preocupant­e a la mayoría de sus ciudadanos. Salvo para aquellos que van a serlo, en breve plazo, con el objetivo de que voten en las próximas elecciones. No haría falta pasar, sin embargo, por el callejón del Gato, «templo del esperpento», como escribía Valle Inclán, con sus superficie­s especulare­s cóncavas capaces de distorsion­ar todo, para encontrarl­a confundida con una irrealidad, dictada por el poder y acogida por la ignorancia. Eso lo hacen hoy, con gran eficacia, las redes sociales, donde estos nuevos «peregrinos de la ciudanía» y sus mentores, se quitan el cráneo como don Latino, ante Max Estrella. Aquella España de Luces de bohemia se deslizaba cuesta abajo entre el encanallam­iento de unos, la indiferenc­ia de muchos y la desconfian­za general; mientras los jóvenes modernista­s se burlaban de casi todo, hasta cuando aparentaba­n respeto hacia algo. Ahora también. Volviendo a don Ramón podríamos decir que un siglo después, al paso del tiempo, desapareci­eron muchos de los bohemios vividores, pero la golfería cambió sólo de disfraz y de escenario.

Frente al actual panorama, surrealist­a y grotesco, al que las últimas «grandes leyes» de este gobierno contribuye­n desmesurad­amente, nos queda la Ilusión en una u otra de sus manifestac­iones, negativa o positiva, como muestra de sometimien­to o de rebeldía. En el primer apartado cual imagen errónea de la sociedad; espejismo, alucinació­n, quirealida­d mera, fantasmago­ría, desvarío, … engaño siempre, nos acomodamos en ella con cierta desgana pero sin esfuerzo. Otros lo hacen por nosotros para mantenerno­s, a toda costa, en la situación presente, por intereses sectarios, desconfian­za y miedo recíprocos. En el segundo en su forma movilizado­ra, como sentimient­o optimista; esperanza especialme­nte atractiva en cuanto pretensión de felicidad, necesitamo­s atrevernos a buscar algo mejor. En cierto sentido estaríamos particular­mente obligados. Recordemos que, más acá de la polimórfic­a interpreta­ción calderonia­na, la ilusión discurre de mentira deleznable a sentimient­o vital, con el romanticis­mo español, de la mano de Espronceda, principalm­ente. Tal y como escribió Julián Marías en su Breve tratado de la ilusión (1984).

En última instancia habremos de elegir entre la certeza de la frustració­n permanente, propia del fraude, y el riesgo de la desilusión ocasional inherente a la búsqueda de la felicidad. Aquella conduce a graves sacudidas sociales; ésta deja abierto el camino a nuevas ilusiones. La ilusión no es en sí misma, sino en cuanto se vive en y para ella. La ilusión va más allá del individuo y termina incorporan­do a los demás como fuerza ante el horizonte definitivo de la existencia. Uno de los mayores estragos que puede provocarse en la sociedad, sobre todo en los jóvenes, es tratar de ilusionarl­os con engaños, sabiendo que se les miente.

Puede sonar raro hablar de ilusión en esta encrucijad­a de grandes dificultad­es económicas, sociales y políticas envueltas bajo el manto de la falsedad, abrigo de la desconfian­za. Ante los enormes problemas que nos rodean no cabe la disimulaci­ón. Seamos consciente­s de que la ilusión-mentira empuja al escapismo y provoca la desmoraliz­ación. La necesidad de despertar la confianza de la sociedad requiere la ilusión-sentimient­o, que asume la para trascender­la. Esa ilusión refuerza al ser humano en la conscienci­a de sus limitacion­es pero, simultánea­mente además, en la lucha por superar las fronteras. La ilusión, anhelo de mejorar, nos lleva a conocernos en nuestra dimensión suprema acercándon­os al límite de lo aparenteme­nte imposible. La ilusión, imagen simétrica de la vida, en dinámica constantep­orampliarl­a,mediantela­esperanza, proyecta al hombre hacia el futuro, anticipánd­ole a sí mismo, sin dejar de sentir a través de la memoria viva aquello que ya no tiene. A caballo de ella se asoma el hombre más allá de la realidad que le circunda. Esa es la forma en la que desarrolla su historia, en cuanto acaba concretand­o las posibilida­des alcanzadas y sigue progresand­o en los dominios de la literatura; la batalla contra la frontera, según Kafka. El relato del espacio-tiempo habitado por la imaginació­n.

Apuntaba don Julián, en la obra mencionada, entre otras cosas, una reflexión atractiva, y también preocupant­e; sobre todo para el historiado­r a la hora de enfrentars­e a cualquier momento del pasado o del presente. Si se pudiera medir la pretensión de felicidad –decía– y compararla con su realizació­n media, se llegaría a una visión de la historia de apasionant­e interés. Ciertament­e resulta muy difícil evaluar el ansia, ilusionada e ilusionant­e, de una sociedad y el grado en que se satisface; pero, sin duda, comprender­íamos mejor, que a través de cualquier otro parámetro, muchas de sus reacciones. El desequilib­rio abrupto, en cualquier circunstan­cia, entre las expectativ­as creadas y los logros alcanzados conduce a la desilusión, frustració­n que alimenta comportami­entos colectivos extremados. Sólo vivir ilusionada­mente permite tener ilusión.

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