La Razón (Cataluña)

Toffana o el negocio de matar al marido

- Julián Herrero

LaLa Toffana es una figura que se reveló ante María Herrero y Vanessa Monfort como una aparición. Una mujer casi desconocid­a incluso para los estudiosos de las universida­des italianas, por lo que la pareja tuvo que viajar hasta Roma para rebuscar en los archivos y patearse las calles de la ciudad, con especial interés, la Piazza Navona, de Santa Inés al Campo di Fiore. Era la única manera de percibir algo de esta misteriosa química. Lo poco que sabían de ella es que fue la inventora del Agua de Tofana, un veneno que no era una poción cualquiera, sino una cotizada pieza que se convirtió en la punta de lanza de una red piramidal del siglo XVII. Tres gotas bastaban para dar matarile a tu víctima y, lo mejor, no dejaba pruebas. Un tóxico de acción lenta, incoloro, inodoro e indetectab­le “post mortem”. Además, en mitad de una época de plagas y enfermedad­es, los síntomas que provocaba se camuflaban a la perfección con las dolencias de la época.

Pero la historia no es tan simple, porque este no es el cuento de un puñado de asesinas en busca de venganza, que también; es la recuperaci­ón de una vida olvidada a conciencia. Una condena a la memoria («damnatio memoriae») que se empleaba para que el ejemplo no se repitiera. Se borraban lápidas, registros y todo lo que fuera necesario para que nada se contase a futuras generacion­es. «Por eso es tan difícil de rastrear», justifican.

Y es que lo que Herrero, directora y actriz, y Monfort, autora, presentan en el Teatro de la Abadía, «La Toffana», es el juicio de la Inquisició­n a una trama perfectame­nte engrasada que se vengó de 600 «malos» maridos. Aunque ahí aparece la trampa de estas «justiciera­s», como ellas se llamaban: hubo esposos que abusaban de sus señoras, pero también el castigo también llegó a maridos que nunca hicieron nada para ganarse su final: «Sabemos que existió una duquesa que quería irse con su amante», por lo que dispuso del veneno para enviudar. La mafia cogió velocidad de crucero con infiltrado­s en la corte y un sacerdote. No había mejores comerciale­s-chivatos para saber a quién acercarse, qué sucedía en cada casa y extender sus tentáculos.

En total, quince años estuvo Giulia Tofana sembrando el pánico entre los «signori». La palermitan­a (una cateta/extranjera en la Roma renacentis­ta), que emigró a la gran ciudad con la violencia ya heredada en los genes, levantó todo un imperio en mitad de un tiempo en el que no se le permitía tener negocio propio. Al contrario que su madre, boticaria y quien le legó la «receta» con la que había terminado con la vida de su marido. Pero aquel primer invento sí fue detectado en la autopsia, por lo que la protagonis­ta de esta historia tuvo que perfeccion­arla hasta dar con esa «agua bendita de San Nicolás» e incluso meter a su propia descendenc­ia en el ajo; y fue la hija la que hizo grande el negocio. Tres generacion­es entregadas a la causa, «cada una con sus motivos y con sus métodos», explican.

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JAVIER NAVAL Victoria Teijeiro comparte escenario con Amaranta Munana, Aitor de Kintana y María Herrero

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