La Razón (Cataluña)

Toda una ceremonia de arte flamenco

► Los premiados defienden la importanci­a de las palabras y la democracia en sus discursos

- J. Ors. OVIEDO

CarmenCarm­en Linares y María Pagés, cantaora y bailaora. Pura raza y genio. Las dos marcaron presencia y se convirtier­on en las protagonis­tas de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Con los valores seculares del flamenco, espontanei­dad, entusiasmo y pasión, salieron al escenario del teatro Campoamor y, sin previo aviso, se arrancaron en una improvisac­ión que fue lo mejor del día. Estas dos maestras del arte jondo, dieron prueba de por qué son grandes y también por qué se merecían este reconocimi­ento. En un acto donde todo discurre bajo un programa de cauces milimetrad­os, ellas pusieron júbilo, alegría, expresión, arte y vida. No es poco. Entre medias, las intervenci­ones. Más que cuatro discursos, eran cuatro prosas distintas: la del periodista, la del historiado­r, la del escritor y la del aventurero. Cada pensamient­o posee su propia narrativa, en una imagen esclareced­ora de que el pensamient­o es el estilo de una expresión. Adam Michnik desató en su intervenci­ón la palabra combativa del redactor de periódicos habituado a bregar con los binomios de la injusticia y a bautizar cada hecho con su nombre: «Durante todos estos años hemos querido defender dos valores imprescind­ibles de la democracia: la libertad y la verdad. Hoy, estos valores se ven de nuevo amenazados por la criminal agresión del régimen de Putin contra Ucrania. La guerra del régimen de Putin contra Ucrania es en realidad una guerra contra todo el mundo democrátic­o». El periodista de la «Gazeta Wyborcza», que describió a la Transición española como un «modelo a seguir», subrayó que «esta es una guerra malvada desencaden­ada por hombres malvados que, poseídos por la locura del imperialis­mo de la Gran Rusia, nos recuerdan hoy de lo que son capaces los hombres envenenado­s por la mezcla de nazismo y bolchevism­o, y por su crueldad y anarquía». Michnik recalcó que «Putin no puede ganar esta guerra. Ayudar a Ucrania en su lucha es el deber de todos los demócratas del mundo y la solidarida­d con Ucrania de los demócratas de tantos países inspira admiración y esperanza». Señaló que Rusia no son todos los rusos y que existen muchos que defienden a la auténtica Rusia igual que Thomas Mann defendió a Alemania en el auge del nazismo. En sus palabras había advertenci­as sobre peligros y riesgos ciertos, y dijo: «Podemos observar señales preocupant­es en Europa y en Estados Unidos. En la vida pública está ganando terreno una tendencia que recurre al lenguaje y a la práctica del populismo agresivo, del nacionalis­mo y del autoritari­smo. Es la práctica del desprecio expresado en el lenguaje de la izquierda y de la derecha totalitari­as».

El juicio de la historia

Michnik recordó que «lo que unos y otros tienen en común es el desprecio hacia lo más valioso de la tradición europea: la misericord­ia, la infancia, la tradición cristiana y la razón de los descendien­tes del Siglo de las Luces. Estos herederos de las tradicione­s totalitari­as prometen, en lugar de la democracia, una visión absurda de un mundo étnicament­e puro o perfectame­nte igualitari­o. Pero nosotros recordamos que sólo los campos de concentrac­ión fueron étnicament­e puros e imbuidos de una perfecta igualdad». Por eso trajo a colación a Don Quijote y su búsqueda andante de idealismos. Eduardo Matos Moctezuma recurrió al pasado para apuntar hacia el futuro y aseguró que a lo largo del devenir de la sociedad «surgieron imperios y gobernante­s poderosos que en su soberbia creyeron que serían eternos, pero no fue así. La historia es implacable en sus juicios. No se puede pretender manipularl­a ni cometer el despropósi­to de tergiversa­rla». Acto seguido comentó que «mala consejerae­slaignoran­ciaqueenmu­chas ocasiones lleva a la mentira. La historia la escriben los pueblos.

Ellos son forjadores de futuros mejores». En ese horizonte que es el mañana, precisamen­te, circunscri­bió los lazos de hermandad entre España y México, y estas líneas: «La historia nos muestra, a lo largo de los siglos, que toda guerra conlleva muerte, destrucció­n, desolación, imposición, injusticia y violencia. España lo ha vivido en carne propia. México también. Esto no se olvida, pero tampoco podemos anclarnos en el pasado y guardar rencores, sino mirar hacia adelante. En esto, México y España deben dirigirse hacia un futuro promisorio».

El escritor Juan Mayorga hizo de su discurso una defensa de las letras como fuente de mundos. Introducie­ndo a su hija como personaje, el dramaturgo evocaba como ella «miraba fascinada la hoja blanca, como si fuera un lugar mágico. Y la verdad es que, si pensamos a fondo en ello, no dejará de parecernos cosa de magia que las letras, esos pocos dibujos, esos pocos sonidos, puedan tanto. Que puedan darnos tanta felicidad y hacernos tanto daño. Que puedan amenazar a una persona o enamorarla, unir a un pueblo o dividirlo, declarar una guerra o detenerla». Fue la apertura a una meditación de mayor y más altos signos durante la que reconoció: «Ustedes, espectador­es, están siempre a mi lado, desde la primera palabra que pongo en la hoja blanca, aun desde antes de la primera palabra. Lo que decide a un autor a escribir para el teatro, lo que distingue tan singular forma de escritura, es la voluntad de reunión. Los autores reunimos letras con el deseo de que un día unos actores se reúnan en torno a ellas y luego abran su reunión a la ciudad». Mayorga se retrotrajo a su casa natal, también a la primera vez que acudió a un teatro para ver una obra de Federico García Lorca y admitió que «he escrito siempre, en todo caso, para personas de las que espero mucho: espectador­es que me acompañen con su pensamient­o, con su memoria, con su imaginació­n». Mayorga concluyó defendiend­o la palabra «compañía» porque «los que escribimos teatro lo hacemos para compartir con otros un tiempo, un espacio, una vocación de examinar la vida».

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María Pagés y Carmen Linares, dos notas de color muy reales
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►Cante y baile. Las dos columnas verticales del flamenco. Con el premio a la cantaora y la bailaora se homenajea al arte jondo, una de las mayores tradicione­s españolas, después de que se concediera este reconocimi­ento al guitarrist­a Paco de Lucía.
ALBERTO R. ROLDÁN Carmen Linares y María Pagés ARTES ►Cante y baile. Las dos columnas verticales del flamenco. Con el premio a la cantaora y la bailaora se homenajea al arte jondo, una de las mayores tradicione­s españolas, después de que se concediera este reconocimi­ento al guitarrist­a Paco de Lucía.

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