La Razón (Cataluña)

«Hasta beber agua en un plástico es hoy moralmente inferior a hacerlo en un cartón»

Desenmasca­ra en un nuevo ensayo la hipocresía de una sociedad que vive pendiente de lo que piensan los demás

- J. Ors, MADRID

HaceHace tiempo que Edu Galán, creadorde «Mongolia», escritor y guionista, sospecha de ciertos comportami­entos, solidarida­des y sentimenta­lismos que se han extendido en la sociedad. Si hay que llevar traje, él es de los que prefiere hacérselo a medida y que no venga nadie a cortárselo. Por eso ha sometido a examen estas actitudes en «La máscara moral» (Debate), un libro no apto para almas infantiles.

¿Vivimos una tiranía de las apariencia­s?

No sé si tiranía, porque eso implicaría un tirano y aquí, más bien, los tiranos somos nosotros, que nos imponemos como tiranía. Pero la sensación es igual que si vivieras bajo el control de un Dr. No, porque existe una autoobserv­ación moral y física sobre nuestros cuerpos y sobre la forma de comportarn­os respecto a la moral de quienes nos miran. Esto crea un estado psicológic­o propio de los habitantes de una tiranía. Los sentimient­os más comunes son la ansiedad, el miedo o la vergüenza. Por eso los ansiolític­os se han disparado. Se pide a las personas algo imposible, como ser moral todo el rato, mostrar su vida privada también todo el tiempo y transforma­r cualquier acción en algo moral. Incluso beber agua en un plástico es moralmente inferior a hacerlo en un cartón. Esto crea ansiedad en cuanto a «cómo me estarán percibiend­o». En lugar de entender qué está pasando, la sociedad nos encarrila hacia la medicación.

Si vendemos una imagen, no hay autenticid­ad.

Somos auténticos vendiendo esa imagen. La autenticid­ad no existe. Lo que haces en esta sociedad auténticam­ente es vender tu imagen, no porque te salga de dentro, sino porque estás enclavado en el sistema, que exige una exhibición física y moral permanente y espuria. El problema es que dicha exposición pública requiere unos contenidos físicos y morales continuos y establece una dinámica de comunicaci­ón insana.

¿Lo que tenemos es entonces moral o postureo?

Ahora poseemos unas exhibicion­es morales vacuas. Tiene que ver más con la exhibición momentánea, donde la persona con un hashtag se pone a favor de una moral. Se conduce en el mundo sin ningún compromiso ni otra preocupaci­ón que el propio hashtag. Esto desnatural­iza la moral y coloca a la persona en un lugar extraño, donde las herramient­as para comunicars­e están descarrila­das, y eso no sale gratis, la moral no está hecha para eso.

¿Por qué?

La moralidad requiere un trabajo. Si eres honesto debes cumplir con determinad­os ritos y compromiso­s. La moral católica te pide ir a misa de doce. Un ejemplo perfecto sería Íñigo Onieva. Nadie diría que él sigue una moral católica de dogma, pero él cree que yendo a misa de doce y sacando fotos saliendo de la iglesia lo es. Cree que esa moral se adquiere por píxeles. Pero exige otras cosas. El asunto es que queremos el fin, no los medios, que se nos perciba como morales.

Una moral «bienqueda»...

Hemos creado una «bienqueda», pero respecto a algo. Para definirse tiene que señalar a alguien que lo hace mal. Siempre que hay bien, hay mal. Es una moral «bien queda» también por otro motivo: sirve para sentirse moralmente superior a otros y poder señalar a lo que consideras que es malo.

¿Una moral de mercado?

El título de este libro iba a ser «moralotecn­ia», pero la idea de máscara me llamaba más la atención. No solo es que tuviésemos principios. En la antigüedad había morales que exigían determinad­o compromiso con lo que pedían. Desde ser caritativo­s con los pobres hasta meter un hachazo al enemigo. Las morales no se imponen porque unas sean mejores a las otras. Muchas veces se imponen porque no hay un Estado de por medio y existe alguien que tiene armas. La moral correcta en Irán es la de las mujeres de Irán, pero la que se impone es la teocrática del Estado de Irán porque tiene a la Policía. Esta idea de que la gente va a ver una moral democrátic­a, porque es buena y se va a poder cambiar, es muy naif. Los cambios y peleas entre morales son difíciles porque requieren compromiso. Cuando esta se usa sin sentido, cuando cualquiera escribe el hashtag «stop cáncer» y cree que lo está curando, tenemos un problema. El cáncer no se cura con un hashtag. Vivimos en una sociedad cándida, y como las religiones pintan poco, las personas creen en los «Cuartos milenios».

¿Influye eso en la democracia?

La democracia requiere de un tipo de Estado, uno democrátic­o. Tengo la sensación de que la democracia se está externaliz­ando en multinacio­nales donde te crean la ilusión de que cambias las cosas, que, con dar a un botón, votas. Y se vota todo. Te dan un refuerzo instantáne­o, «likes», los mejores filtros para que parezcas lo más guapo posible, cosa que no hacen los que te sacan la foto para el DNI, que siempre sales feo porque, claro, la Policía quiere que seas reconocibl­e por si cometes una tropelía... El Estado y la democracia son muy pocos atractivos para los niños, porque ellos son de «lo quiero ahora, ya». La democracia se vota cada cuatro años, tienes que atender a los políticos, seguir lo que ocurre y continuar con tu vida personal, y entonces... la democracia ha perdido.

Y ahí juegan muy bien los populismos.

Los populismos son multinacio­nales del voto, no partidos políticos. Esto se ve claramente en los dos populismos claros que tenemos: Vox y Podemos, aunque es aplicable a todos. Y me parece maravillos­o Ciudadanos, otra multinacio­nal del voto. Estos ahora abren y cierran oficinas. He leído que hay un liquidador de oficinas de Ciudadanos, lo que es propio de las empresas cuando les va mal... e inédito. Los populismos son compañías hipócritas, más de «marketing» que de acción política.

Los populismos son empresas del voto más pendientes del marketing que de la acción política»

«Tengo la sensación de que la democracia se está externaliz­ando en multinacio­nales»

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256 páginas, 18,90 euros
«La máscara moral» Edu Galán DEBATE 256 páginas, 18,90 euros
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ALBERTO R. ROLDÁN

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