La Razón (Cataluña)

La venganza de la plebeya Corinna

- Francisco Marhuenda

NoNo me ha sorprendid­o el nuevo acto del culebrón protagoniz­ado por la plebeya Corinna Larsen. La utilizació­n del término «plebe» describe a la perfección la calidad humana de una mujer inteligent­e y ambiciosa, obsesionad­a por el ascenso social. La culminació­n de su arribismo hubiera sido casarse con un rey que desciende, además, de las familias más antiguas e importante­s de Europa. Una línea dinástica ininterrum­pida que permite remontarse al inicio de la Edad Media y que ha ostentado un gran número de títulos históricos, aunque algunos se refieran a territorio­s que habían sido gobernados por sus antepasado­s. Hay gente, como Corinna, que se deslumbra ante las personas reales o los miembros de la nobleza, porque son lo que ella querría ser. Por ello, se casó con un segundón de una familia de origen condal de la nobleza alemana, los Sayn-Wittgenste­in, e intentó luego conquistar a un multimillo­nario duque británico. Es una interesant­e pauta de comportami­ento que no voy a criticar, porque es muy libre de casarse o tener como amante a quien le venga en gana. Ni siquiera me parece mal que sea una arribista ávida de títulos y riquezas. Estoy convencido de que es una mujer tan fascinante como indiscreta y sin escrúpulos.

En este nuevo acto del culebrón ha decidido airear su relación con el entonces rey de España. Su condición vulgar se constata con su indigno comportami­ento. No está en su origen social, que no importa, sino en cómo gestiona su ambición desmedida. El objetivo de destruir al hombre que en su corazón considerab­a que era su marido muestra que todo no era más que una mentira. Este nivel de sordidez le hacen acreedora del término plebeya, aunque hubiera nacido en una cuna principesc­a. Es una sans-culotte y no una amante real. Nada que ver con La Valliére, Montespan o las princesas de Soubise, Mónaco o Colonna, algunas de las amantes de Luis XIV. Muchos reyes y algunas reinas, era más habitual en los primeros, tuvieron amantes, pero nadie ofreció un espectácul­o tan vulgar como el protagoniz­ado por Corinna. No entro en el aspecto ético o moral de este tipo de relaciones, porque son actos consentido­s entre dos personas mayores de edad. Me refiero al contraste entre la elegancia de unas y la vulgaridad exasperant­e de la autora del podcast.

«Su condición vulgar se constata con su indigno comportami­ento arribista, no en su origen social, que no importa»

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