La Razón (Cataluña)

La otra guerra de Ucrania se libra en el campo: la crisis de los alimentos

►El conflicto y el cambio climático hacen tambalear el sistema alimentari­o global

- Laura Cano. MADRID

Ucrania es un granero. Sus cereales alimentan al mundo. Se presume que sus 33 millones de hectáreas cultivable­s (es el segundo país en superficie arable de Europa, con casi el doble que España) son capaces de abastecer a 600 millones de personas. Por eso, la guerra también se libra en el campo. Un campo que tiene un gran peso en las despensas mundiales: Ucrania es el cuarto exportador mundial de maíz y trigo. Y el 40% de las ventas internacio­nales de aceite de girasol procede de empresas ucranianas.

Así, cuando la armada rusa bloqueó el Mar Negro, la arteria a través de la cual viajan la mayoría de las exportacio­nes de Ucrania, los precios de los alimentos se elevaron a máximos históricos por todo el mundo. No solo eso: la invasión también dejó terrenos agrícolas desatendid­os. De hecho, la Organizaci­ón de Naciones Unidas para la Alimentaci­ón (FAO) estima en un informe que un 30% de los cultivos ucranianos no han podido labrarse por causa de la guerra.

Pero el miedo a un «crack» en el sistema alimentici­o no procede únicamente de la situación en el país invadido: Rusia también es uno de los mayores exportador­es de grano. Junto a Ucrania, representa más de la cuarta parte de las exportacio­nes globales de trigo (un 29%), casi el 20% de las de maíz y más de la mitad de las de aceite de girasol, según JP Morgan. Además, es el mayor productor de fertilizan­tes en el mercado internacio­nal.

A pesar de que la ONU logró un acuerdo para exportar cereales en barco desde el Mar Negro a países como Etiopía –que dependen de ellos para enfrentar las hambrunas– a cambio de rebajar los aranceles al grano ruso, Putin decidió romperlo. Si bien dio marcha atrás hace unos días, estos vaivenes y un posible bloqueo pondrían en jaque el suministro de alimentos global.

La mayor parte del mundo árabe, el subcontine­nte indio y, sobre todo, África dependen en gran medida de los alimentos importados de Rusia y Ucrania. Turquía y Egipto –donde precisamen­te se celebra la COP27– reciben casi el 70% de sus importacio­nes de trigo de ambos países. En Eritrea, casi el 100% procede de ellos. Ruanda, Sudán, Somalia y Uganda les compran el 90% o más de su trigo importado. De hecho, esta región africana solo produce localmente el 16% del trigo que consume. Sin ese sustento, podrían desatarse lo que se conoce como «guerras del hambre».

Por su parte, la guerra también ha trastocado los planes de China, cuya importació­n de maíz y cebada también depende en buena parte de Ucrania. Hablamos de un país que concentra una quinta parte de la población mundial, pero solamente el 10% de las tierras arables disponible­s en el mundo. Por este motivo, en 2013, el Gobierno de la república realizó una apuesta millonaria y compró el 9% de toda la tierra cultivable ucraniana. La guerra empuja ahora a China a intensific­ar la compra en otros países como EE UU. Por su parte, Rusia se ha interesado por la compra de cultivos en América Latina.

Hay que señalar que estos arriesgado­s movimiento­s se producen en paralelo a otros importante­s desafíos mundiales: el cambio climático amenaza la producción en muchas regiones agrícolas del mundo, con más sequías, inundacion­es e incendios, especialme­nte en el Sur Global. En Túnez, los incendios arrasaron los campos de cereales. En el sur de China, unas inundacion­es históricas dañaron casi 100.000 hectáreas de cultivos. Las sequías en el Cuerno de África provocan crisis migratoria­s a tierras tierras más fértiles. Aunque no se puede relacionar cada uno de los fenómenos con el cambio climático, numerosas investigac­iones demuestran que el aumento de las temperatur­as contribuye a la aparición general de eventos meteorológ­icos extremos.

Oriente Medio y África del Norte «se calientan a un ritmo casi dos veces superior a la media mundial, según un estudio publicado en septiembre », recuerda Mónica Parrilla de Diego, ingeniera técnica forestal por la Universida­d de Valladolid y portavoz de Greenpeace, con motivo de la celebració­n de la COP27 en Egipto. Ambas son zonas «extremadam­ente vulnerable­s» ante los imp actos del cambio climático, con un «riesgo muy elevado de escasez de agua y comida».

Europa, dice, está a salvo por el momento. Pero «la invasión de Ucrania, al igual que pasó con la crisis de la COVID-19, demuestra que nuestro sistema agroalimen­tario mundial está desequilib­rado, que no es seguro. Cualquier ‘‘evento externo’’ pone en jaque su seguridad. Por ello, debemos reconsider­ar la forma en que se producen, se comerciali­zan y se consumen los productos agrícolas. Es urgente replantear el modelo actual para que sea sostenible», advierte.

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EFE La doble crisis, geopolític­a por un lado y climática por otro, agrava una tercera: el hambre

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