La Razón (Cataluña)

Compromiso­s en Ucrania

- Ángel Tafalla Ángel Tafalla. Académico correspond­iente de La Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante ( r )

NoNo se debe tratar de ir contra la naturaleza de las cosas. Tampoco es aconsejabl­e, en geopolític­a, ignorar la esencia de las naciones y el entorno que las envuelve. Ucrania ha sido –y lo será durante un largo periodo– tierra de compromiso­s, de pactos. Compromiso­s por su población, por su geografía y por la salud moral de la convivenci­a de sus ciudadanos. Los ucranianos se han debatido históricam­ente entre la influencia de Rusia y la de Europa Occidental. El río Dniéper marca el límite de ambas influencia­s aunque tras tantos siglos de convivenci­a no es una frontera rígida y nítida. Ha tenido que venir Putin con sus salvajadas para que todos, incluidos los propios ucranianos, hayamos descubiert­o que existe un alma nacional lo suficiente­mente fuerte para inspirar una lucha identitari­a llena de sacrificio­s y dolor. La convivenci­a interna ucraniana tampoco es nada fácil. Se debate entre una corrupción sistémica –aceptada con cierta resignació­n– heredada de los tiempos de su pertenenci­a a la Unión Soviética, y el ideal de gobernanza limpia y democrátic­a que persigue –sin alcanzarlo totalmente– esta Europa nuestra que se ubica más a Occidente. En Ucrania, encontramo­s pues compromiso­s –la necesidad de pactos– por doquier: en su identidad nacional, en su geografía y en la convivenci­a de sus gentes. La solución para la guerra que los asola actualment­e, probableme­nte tengan que buscarla también las partes interesada­s en un cajón lleno de dolorosas dolorosas cesiones, sin tratar de perseguir objetivos máximos a ultranza.

En el 2014 el Sr. Putin asaltó Crimea y fomentó una rebelión en las regiones orientales del Donbás donde las tradicione­s rusas se habían conservado más vivas. Fue una agresión más disimulada que la última invasión del pasado febrero, pero, no obstante, de una clara gravedad que mostraba un desprecio total por las normas de convivenci­a europeas imperantes hasta el momento ¿Y cuál fue la respuesta de EEUU, la UE y Occidente en general ante aquel desafío al statu quo? Pues consistió en unas protestas verbales y tímidas sanciones en nada parecidas a la enérgica reacción ante la descarada invasión actual. En particular, la dependenci­a energética europea del gas y crudo ruso no solo continuó, sino que, con Alemania al frente, aumento. Occidente debería reconocer que desde aquel

momento arrastramo­s una responsabi­lidad que no podemos ignorar. Se peca por acción, pero también otras veces por omisión, especialme­nte cuando las intencione­s de la parte contraria son tan nítidas.

Lo que pasó en Ucrania, pasó. Pero no deberíamos olvidarlo si es que queremos poner fin a esta tragedia en mitad de la Europa del siglo XXI. La paz habrá que buscarla más partiendo de la situación de febrero del 2014 que de la injustific­ada invasión de este pasado invierno. Como nos dejó dicho el Señor, solo debe tirar la primera piedra aquel que esté libre de culpa; los occidental­es tendríamos que aceptar nuestra falta –por inacción– de hace ocho años antes de intentar lapidar al Sr. Putin y sus despiadado­s seguidores. Si el presidente Zelensky continúa manteniend­o su objetivo final de recuperar las fronteras originales ucranianas, el resultado puede ser la des estabiliza­ción de toda la región euroasiáti­ca pues el régimen de Putin –con sus armas nucleares– no va a aceptar una derrota total. Es el sentido geopolític­o común el que dicta tan triste vaticinio. Pudimos los occidental­es intentar parar esta desmesurad­a aventura imperial rusa en el 2014. No lo hicimos y ahora estamos como estamos. No es sobrer reaccionan­do tarde como el dios de la geopolític­a nos absolverá de nuestro pecado original de parálisis.

Si se fuerza al Sr. Zelensky a admitir una realidad que no solo le afecta a ellos sino también, seriamente, a todos nosotros los que le apoyamos material y moralmente, se podría intentar encontrar una solución que respete la tradiciona­l base de la flota rusa en Crimea a la vez que conceda una autonomía administra­tiva y cultural al Donbás dentro de la unidad nacional ucraniana y siguiendo las líneas generales de los acuerdos de Minsk. Aunque las despiadada­s tácticas rusas hacen cada día mas difícil aceptar objetivos de compromiso por parte ucraniana, los líderes occidental­es –y muy especialme­nte el presidente Biden– deberían utilizar el capital político remanente para hacer comprender a sus opiniones públicas que derrotar totalmente a Putin no es la solución para estabiliza­r ese inmenso país que es Rusia que suele lamerse –durante siglos– las heridas sin cicatrizar de sus infeccione­s históricas. Dada la actual división ideológica interna de Occidente, es evidente que los partidos políticos de oposición ataca rana cualquier gobierno que pro ponga soluciones de compromiso. Pero, como dejo dicho Murphy, cualquier situación por mala que sea es susceptibl­e de empeorar. Los gobernante­s occidental­es deberían aceptar el desgaste del compromiso antes de que sea demasiado tarde. El enorme sufrimient­o del pueblo ucraniano no le autoriza a provocar más dolor a los pueblos europeos lejanos del caudaloso Dniéper.

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