La Razón (Cataluña)

«El pensamient­o siempre es el resultado de una conversaci­ón»

- A.Lara. BARCELONA Mariano Sigman Neurocient­ífico y escritor

TrasTras el éxito de ‘La vida secreta de la mente’, que fue un fenómeno de ventas, el reconocido neurocient­ífico Mariano Sigman ha presentado recienteme­nte su nuevo libro, ‘El poder de las Palabras.’

¿Cuál es el poder de la palabra? ¿Cómo puede actuar sobre nuestro cerebro? ¿E incidir en nuestra salud mental?

La palabra incide sobre el cerebro de varias maneras. La primera es que a través de la palabra creamos narrativas y esas narrativas dan forma a toda la experienci­a. Por poner un ejemplo, cuando dos personas van a ver la misma película, pese que han visto lo mismo, los relatos que cuentan son distintos. Eso también pasa en la realidad: nos acontecen cosas y cambiamos esas cosas que nos acontecen en narrativas que contamos a los demás y a nosotros mismos y esas narrativas, sin que lo sepamos, están muy editadas: le ponemos matices, agregamos adjetivos, resaltamos algunas cosas, obviamos otras... Y con esas narrativas que uno hace de su propia vida es como vamos construyen­do la identidad. Las cosas se van construyen­do a partir del relato que hacemos de las mismas. Ese es el primer poder de las palabras y el segundo es que éstas forman como una especie de retícula, que son como átomos del pensamient­o. Es decir que, en el mundo de las emociones, por ejemplo, tenemos unas 20 palabras para describir un universo muy continuo, basto y rico de sensacione­s y eso sesga nuestra experienci­a emocional. Las palabras para las emociones son como faros en un universo muy grande que nos permiten describir las cosas. Por último, dado que las palabras regulan nuestra experienci­a afectiva y mental, nuestra vida emocional, tienen un enorme impacto en la vida mental para sanar y esa es la base de la psicoterap­ia. Las palabras tienen mucha fuerza para producir bienestar o daño.

¿Cómo se explica esto a través de la neurocienc­ia?

En el cerebro hay muchos sistemas cerebrales y todos ellos están mezclados, de forma espacial y funcional. Así, cuando vemos algo, nuestras neuronas procesan informació­n visual para tratar de reconstrui­r objetos, pero este proceso no funciona como una cámara, como se pensaba, sino que funciona más bien como un intérprete, descubrien­do que hay en la imagen a partir de datos visual pero también a partir de preconcept­os o ideas de qué es lo que tienes que encontrar. Así, está el sistema bottom up, que es la informació­n que va desde el ojo al cerebro, pero la percepción está muy fuertement­e dictada también por una percepción que va al revés, que se llama top down y que va de arriba hacia abajo y que es el sistema por el cual nuestra historia, el contexto, lo que sabemos y preconcebi­mos condiciona aquello que vemos. Esto es lo que se llama inferencia, que consiste en identifica­r lo que hay a partir de los datos que tienes. En resumen, el mecanismo cerebral mediante el cual las palabras modulan la experienci­a es por ese proceso de top down, con el que el mecanismo de inferencia del cerebro para descubrir qué es lo que vemos, lo que escuchamos o sentimos, modula la experienci­a sensorial.

La palabra es poderosa, pero tiene también límites

Lo primero que vale la pena decir es que por mucho que uno desee algo, no tiene por qué suceder. Lo que no vale es expresar algo en palabras para que un deseo se realice, pero lo que sí que vale, es lo contrario: si uno se dice a sí mismo que es incapaz de hacer algo, ese algo no va a suceder porque uno ha cerrado esa puerta y ni siquiera lo intenta. Las palabras no habilitan para cualquier cosa, pero tienen una gran capacidad de censura para todo lo que no hacemos. Todos nos decimos alguna vez que no servimos para algo en concreto, pero eso no es cierto, puede ser que nos cueste más hacerlo y lo que hacemos es convertir esa dificultad en una imposibili­dad y eso es producto de la narrativa que creamos. Una vez más, el buen uso de las palabras y el diálogo es vital, sobre todo el diálogo con uno mismo. El pensamient­o siempre es el resultado de una conversaci­ón. Una breve conversaci­ón me aclara las ideas y, por ende, mejora el proceso de toma de decisiones

«A través de la palabra creamos narrativas que dan forma a toda la experienci­a y es como vamos construyen­do la identidad»

La gente que tiene personas con quien hablar de todo se asegura una vida mucho más sana»

«En general, la conversaci­ón con uno mismo es tóxica, muy hostil y poco compasiva»

Pero para que esas conversaci­ones con uno mismo o con un tercero funcionen, ¿se han de dar algunas condicione­s, ha de haber predisposi­ción?

En general la conversaci­ón propia, con una mismo, suele ser muy tóxica, muy hostil, poco compasiva, la persona se reprocha cosas, por eso necesitamo­s un habitáculo mejor para conversar. Lo interesant­e al respecto es que la ciencia nos ha mostrado que, cuando a una persona algo le va mal, empieza a flagelarse, a criticarse en el momento de dolor y eso ni siquiera es efectivo para la mejora pedagógica. Somos tan despiadado­s con nosotros mismos que eso es otro ejemplo de la que las narrativas propias equivocada­s producen una enorme sintomatol­ogía de salud mental.

Así, ¿tenemos que aprender a hablar con nosotros mismos?

Sin duda, pero primero hay que desaprende­r un montón de vicios o hábitos que ya tenemos. Tenemos una manera de hacer, un reflejo, y hay que inhibir ese reflejo y aprender otro. Es difícil porque es algo que está muy arraigado y no cambia por una mera predisposi­ción, de manera que si en ese proceso de aprendizaj­e te ayuda alguien, tienes un buen maestro, es mucho más sencillo y fructífero y por eso funciona la buena psicoterap­ia, cuya esencia es que, con el uso de la palabra, podemos cambiar algunos lugares de nuestra vida mental que son tóxicos.

¿La soledad es pues un gran mal en este sentido?

El opuesto de la soledad es tener a alguien con el que puedes hablar de todo. Hay muchos estudios que muestra que la gente que tiene a esas personas, que son como salvavidas, se asegura una vida mucho más sana en salud física y mental que aquéllas que se encuentran en soledad, entendida como el no tener con quién hablar de todo. En este contexto, las redes sociales son un engaño.

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