La Razón (Cataluña)

Santiago: santo y mítico patrón de las Españas

Hijo de Zebedeo, el apóstol se convirtió pronto en el protector e intercesor por excelencia de todo el mundo hispánico

- David Hernández de la Fuente. MADRID

«Dice«Dice un hombre que ha visto a Santiago / en tropel con doscientos guerreros. / Iban todos cubiertos de luces, / con guirnaldas de verdes luceros, / Y el caballo que monta Santiago / Era un astro de brillos intensos». Así evoca Lorca en su «Balada ingenua» (1918) el camino mítico de Santiago Campeador por el firmamento, paralelo al de la tierra, que ha marcado indeleblem­ente los territorio­s y los confines de las Españas. Muy lejos llegó el apóstol Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, en la tradición y la leyenda que llega hasta la América hispana y lo convierte en el protector e intercesor por excelencia de todo el mundo hispánico. En la tradición del Nuevo Testamento, Santiago es uno de los discípulos más caracterís­ticos de Cristo –en el grupo de los Doce cada uno tiene su misión y perfil de equipo sobrenatur­al–, tras resultar elegido providenci­almente. Será caracteriz­ado por su carácter impetuoso como «hijo del trueno», junto con su hermano Juan. Su aura guerrera puede que proceda de esa considerac­ión. Quiere la historia sagrada que después de Pentecosté­s, Santiago hubiera sido enviado al lejano Occidente, hasta recalar en la actual costa de Galicia, tras pasar por Gibraltar, con el propósito de evangeliza­r las «Hispaniae». Muchas son las leyendas sobre su arribada: habría desembarca­do, para consagrar un templo luego dedicado a San Pedro, no lejos de las Columnas de Heracles, en las cercanías de Cádiz, para luego bordear la costa hasta Iria Flavia. Otras versiones hablan de su llegada a Tarraco o Carthago Nova, las dos grandes ciudades portuarias de la Hispania romana.

En todo caso, sus caminos postreros irán a confluir en Galicia, pasando por la Caesaraugu­sta romana: no es casualidad la presencia del apóstol en nuestras ciudades principale­s, hasta llegar al Finis Terrae, tras los pasos de las leyendas grecorroma­nas, celtas e iberas. En Zaragoza se le habría aparecido la Virgen en una columna –el popularmen­te llamado Pilar–, en la primera aparición mariana de la historia, aun en vida mortal de María, supuestame­nte fechada en el año 40. Luego, tras evangeliza­r y fundar diversas iglesias, notablemen­te en Zaragoza Zaragoza y Compostela, habría hecho todo el viaje de vuelta a Judea para encontrars­e con María en sus horas finales, antes de la Dormición y posterior Asunción. Santiago habría sido ejecutado por Herodes, según Hechos 1.12, en torno al 44. Ajustada cronología la de su viaje para la realidad histórica pero posible siempre en la vertiente mítica. En todo caso, es la posteridad del Apóstol la que más nos atañe. Se dice que su cuerpo habría llegado de nuevo a España, en concreto hasta Galicia, donde había dejado una huella imborrable: su tumba es crucial para la posterior tradición del Camino de Santiago en el Medievo.

Ciertament­e, se superpone su leyenda a un camino ya entonces cristianiz­ado que venía a continuar las antigüedad­es célticas, clásicas y prerromana­s. La peregrinac­ión al misterioso fin del mundo, en el sumergirse del sol en el océano exterior, símbolo del ocaso y renacimien­to de la existencia, suponía la experienci­a iniciática por excelencia que sustenta el mito de la España-umbral del más allá desde los arcanos prehistóri­cos. No quiero referir la nómina de milagros post-mortem, como el que le atribuye la victoria del asturiano Ramiro I frente a los árabes en la batalla de Clavijo, con la intervenci­ón de Santiago a caballo entre la hueste cristiana. Asientan para siempre su halo legendario de patrón de España: son legión las tradicione­s locales, fundacione­s y milagros en todas sus rutas que se atestiguan en el mundo hispánico y se celebran en las muchas fiestas en ambas orillas de ese océano no hollado hasta entonces que, con el paso a la Nueva España, siguió asociado a la antigua como símbolo de toda superación. Deja una amplia huella que se traslada, en efecto, a América, donde muchas son las ciudades que llevan su nombre y protección como popular patrono. Poco nos importa ya el carácter precristia­no del camino o la identidad de los restos de la tumba, que a veces algunos han supuesto ser la de Priscilian­o o algún otro ilustre tardorroma­no –amplia es la polémica sobre la historicid­ad del viaje a España, que sigue puesta en duda–, comparados con la inconmensu­rable dimensión de su figura mítica en las artes, las letras, la toponimia, la onomástica, la devoción popular, etc.. En fin, no conviene olvidar al Apóstol, al santo y al guerrero en la mitología hispánica. Siempre, como recomienda Lorca, «pensad en Santiago / por los turbios caminos del sueño».

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Retrato de Santiago el Mayor pintado por el italiano Guido Reni

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