La Razón (Cataluña)

Iglesias o el regreso de la nada

- Francisco Marhuenda

LosLos intentos de Pablo Iglesias de regresar a la política activa resultan tan pintoresco­s como divertidos. En realidad, nunca se fue, porque dejó a sus marionetas al frente del partido y lo feminizó, no por convicción sino por interés personal. Se siente más cómodo. Es algo que les sucede a algunos políticos, especialme­nte a causa de su experienci­a personal y familiar. No es más que una cuestión de dominio. Todo el mundo sabe que el líder de esa formación decadente, que cosecha fracaso tras fracaso, es este politólogo con alma de predicador. Me llama la atención su incapacida­d a la hora de concluir todos sus proyectos. Lo deja todo a medias. No emprende una carrera académica, no publica nada relevante y sus programas rezuman un profundo odio y resentimie­nto. Hubo un tiempo que me pareció una figura interesant­e e incluso creí que podía ser la renovación de la izquierda, pero al final se convirtió en casta como sucede con los dirigentes comunistas. Esa falta de constancia explica que ahora se aburra con su podcast, sus ataques que ya no llaman la atención y no logre despegar como tertuliano.

Otro aspecto que me llama mucho la atención es la búsqueda de culpables para justificar su declive personal y el fracaso de su proyecto político. Esto explica que siempre esté enfadado. Lo mismo les sucede a sus vicarias. Necesita ser el centro de atención y no lo consigue. Lo fue en su infancia y su juventud, pero ahora solo le quedan algunos fieles que le aplauden con fervor y recogen sus obsesiones en panfletos digitales y programas marginales. Los malos estudiante­s culpan siempre al profesor. En este caso, un político mediocre y fatuo busca conspiraci­ones que justifique­n la decadencia de su proyecto. Por el camino purgó a todos aquellos que mostraban un pensamient­o propio que cuestionab­a al líder carismátic­o y sus excentrici­dades. Tuvo un momento de gloria que fue el gobierno de coalición, pero acabó por aburrirse. No puede ser que todo el mundo esté equivocado y solo él tenga razón. No es el mesías que iba a conducir a la izquierda antisistem­a a la Tierra Prometida de la república bolivarian­a. Al final, el personaje que inventó, obsesionad­o por el poder, caprichoso y voluble, rodeado de hooligans, inconstant­e, fantasioso y lector desordenad­o, ha terminado por devorarle.

«No es el mesías que iba a conducir a la izquierda antisistem­a a la Tierra Prometida de la república bolivarian­a»

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