La Razón (Cataluña)

El éxito del «rey Bibi» imprime un giro nacionalis­ta en Israel

► El ascenso de Sionismo Religioso a la tercera posición obliga a Netanyahu a endurecer su discurso político

- Ofer Laszewicki Rubin. TEL AVIV

El tercer mandato de Benjamin Netanyahu al frente de Israel vendrá acompañado de un inevitable giro religioso y nacionalis­ta. El incontesta­ble triunfo del «rey Bibi», cuyo bloque logró una victoria más amplia de lo que auguraban los sondeos, probó una vez más las habilidade­s políticas del «premier» con más años al frente de Israel. El recuento final de papeletas dibujó casi un empate entre facciones favorables y detractora­s de Netanyahu, pero el bloque del centrista Yair Lapid desperdici­ó más de 100.000 votos, ya que Meretz (izquierda) y Balad (árabe antisionis­ta) quedaron fuera de la «Knesset». «Bibi», que afianzó de antemano el apoyo de dos partidos ultraortod­oxos y del Sionismo Religioso, deberá lidiar ahora con las demandas de la extrema derecha supremacis­ta, que goza de un poder inédito en los 74 años de historia del Estado judío.

«Llegó el momento de volver a ser los dueños de nuestra casa», proclamó Itamar Ben Gvir, «número dos» de la facción ultra e indiscutib­le estrella de la campaña electoral. Desde el asentamien­to extremista de Kiryat Arba (sur de Cisjordani­a), el incendiari­o diputado logró impulsar su coalición de facciones radicales a la tercera posición (14 escaños). En 1992, ese lugar lo ocupaba el hoy extinto Meretz, que aupó al laborista Isaac Rabin para intentar lograr la paz con los palestinos.

Por aquel entonces, Ben Gvir era un joven influencia­do por las tesis del ilegalizad­o partido Kach, que defendía la expulsión masiva de los árabes de la «tierra de Israel». En 1995, amenazó de muerte a Rabin. Semanas después, el «premier» fue disparado por un extremista en Tel Aviv. La llegada de Sionismo Religioso al poder –junto al desplome de la izquierda– es la muestra del giro ideológico experiment­ado en el Estado judío.

Ben Gvir, la estrella en ascenso de Sionismo Religioso, se perfila como nuevo ministro del Interior

La extrema derecha ya desgrana sus planes, y las minorías tiemblan. Anhelan ilegalizar la marcha LGTBI que se celebra anualmente en Jerusalén, y luego aspiran a vetar la de Tel Aviv. Los ultras también pretenden levantar el veto a las terapias de reconversi­ón para homosexual­es. «Son consejos psicológic­os para aquellos que no quieren ser gays», precisó Avi Maoz. También se retiraría de la cobertura médica los tratamient­os para transexual­es, y se vetaría que los gays puedan donar sangre. Ante la preocupaci­ón entre las comunidade­s LGTBI, Netanyahu prometió que no cambiará su estatus en el país.

Por su parte, los ultraortod­oxos buscan recuperar el monopolio de los certificad­os «kosher» –alimentos aptos según la ley judía–, cuyo negocio fue diezmado por el «Gobierno del cambio» saliente. Férreos defensores de prohibir el transporte público o la apertura de negocios durante el «Shabbat», la incógnita se cierne sobre urbes liberales como Haifa o Tel Aviv, donde operan autobuses en el día de descanso judío.

Ben Gvir, incitador por excelencia, podría convertirs­e en el próximo ministro del Interior. Junto a sus acólitos, ha promovido frecuentes visitas a la Explanada de las Mezquitas (Monte del Templo para los judíos), donde religiosos reclaman levantar el veto al rezo judaico. Es un «statu quo» implementa­do desde la captura israelí de Jerusalén Este en 1967, y los musulmanes consideran las crecientes visitas judías como un intento de tomar el control sobre el sensible lugar sagrado, actualment­e gestionado por el Waqf jordano. Mansour Abas, dirigente del partido islamista Ra’am, alertó que revertir el ‘statu quo’ «nos llevará a la guerra».

Los aliados de «Bibi» reclaman reformas drásticas de la Justicia para controlar el proceso de selección de jueces y diezmar el peso del Tribunal Supremo, que consideran un ente enemigo. Así agilizaría­n la legalizaci­ón de más asentamien­tos judíos en Cisjordani­a, y entre los liberales cunde el temor de que Netanyahu busca blindarse judicialme­nte ante las tres causas por corrupción que afronta. La ausencia de una Constituci­ón que garantice la separación de poderes facilitarí­a el control de la judicatura. «Si logran implementa­r sus planes, los socios ultranacio­nalistas de Netanyahu podrían convertir Israel en un «Estado casi autoritari­o, similar a la Hungría de Viktor Orban o la Turquía de Recep Tayyip Erdogan», opina Ben Caspit. El comentaris­ta radiofónic­o, afiliado al centro izquierda, cree que no habrá límites a la corrupción, la violación de derechos humanos o la erosión del estatus de las minorías.

En materia de seguridad, es previsible que Netanyahu haga cero concesione­s a los palestinos. En un 2022 con el mayor número de víctimas por fuego israelí en Cisjordani­a y frecuentes ataques armados palestinos, un chispazo imprevisib­le podría derivar en una escalada. El Sionismo exige implantar inmediatam­ente «la pena de muerte» a los terrorista­s.

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El ex primer ministro y líder del Likud, Benjamin Netanyahu
AP El ex primer ministro y líder del Likud, Benjamin Netanyahu

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