Las incomparables crónicas de «Macoco, el primer playboy»
Roberto Alifano publica las andanzas de esta peculiar figura
Incomparable, derrochador, niño privilegiado, despreocupado, insensible, patriota, mecenas, seductor, gran deportista. La vida se ajustó a su medida, y su nombre se convirtió en un ejemplo para los que buscan placer en ella. Se trata de Macoco, una figura famosa en el siglo XX, que inspiraría a cualquier narrador de pericias, cuya vida poética y repleta de excesos supera con creces a las fiestas del Gran Gatsby. De hecho, Scott Fitzgerald se fijó en el argentino a la hora de escribir su gran novela, según asegura a este diario Roberto Alifano, quien mantuvo una estrecha relación con el millonario y ahora publica «Macoco, el primer playboy» (Renacimiento), libro en el que introduce las conversaciones y recuerdos que mantuvo con él. Un retrato de cuerpo entero del argentino, descendiente de Martín de Álzaga, un comerciante de origen vasco que luchó al servicio de la reconquista de Buenos Aires en las invasiones inglesas, y que dejó una gran herencia a sus hijos. Y no por ser varios hermanos el dinero que heredó Macoco dejaba de ser inconmensurable.
El título del libro hace alusión a que Macoco «fue un gran derrochador y a su vez un desmesurado seductor, un artista de la vida», explica el autor. Su versátil personalidad y su fortuna le permitían destacar por encima de los grandes de su época: fue amante de grandes estrellas del cine, como Rita Hayworth, Dolores del Río o Ginger Rogers, así como enseñó a bailar a Chaplin y fue retratado por Tamara de Lempicka. Entre su larga lista de amigos, figuraban Gary Cooper, Pablo Picasso o Errol Flyn, así como fundó un cabaret en EE UU, el Moroco, con Al Capone como su socio y llegó a sorprender a Jean Cocteau por su vestimenta. Macoco también representaba su estilo de vida en su físico, pues la ropa la consideraba como un poder de expresión y de sensualidad: normalmente vestía con frac o esmoquin, chalecos de color y pantalones grises de línea fina. Una elegancia que transportó a diferentes países del mundo, hasta el punto de empezarse a hablar «en muchos sitios del ‘‘estilo Macoco’’. En Buenos Aires, Europa y EE UU, se imponía con tu aristocrática manera de ser», escribe en la obra Alifano.
Si hay algo distintivo de Macoco fue, en su disparatado estilo de vida, su capacidad de dilapidar la fortuna que heredó. Él mismo fue quien acuñó una expresión conocida en Argentina: «Tirar manteca al techo». «Era la Belle Epoque argentina y las familias inmensamente ricas educaban a sus hijos en Europa. Macoco cursó en la Universidad de la Sorbona. Fue entonces cuando, en una cena, para divertirse empezó a poner mantequilla en un tenedor y tirarla al techo para ver si acertaba a darle a los senos de la pintura que decorabaelsalón. La expresión define a los grandes derrochadores». Su principal objetivo era el de pasarlo de lo mejor. Sus crónicas vitales podrían resumirse en poner cada aspecto bien, a su medida, en nunca ser la oveja negra sino en presumirse como perro ladrador y mordedor. Una de las frases que dijo y que Alifano recoge en su obra es que «lo más difícil de la vida es no hacer absolutamente nada». Una vida de aventuras que se convirtió en leyenda, así como «en una forma de hacer literatura», apunta Alifano.
«Fue un gran derrochador y un desmesurado seductor», apunta Alifano