La Razón (Cataluña)

Todavía, España

- Luis Alejandre Luis Alejandre Sintes es general (R).

ConCon amplio despliegue informativ­o, bien trufado de marketing, un buen periodista como es Iñaki Gabilondo, lanza al aire en otra de sus anunciadas retiradas como torero de casta, una vieja pregunta: ¿Qué diablos es España?

Intenta cuestionar­lo desde la atalaya de sus 80 años, sin acritud, sin vinagre, incluyendo –opino que sin acierto– una frívola letra para nuestro Himno Nacional. Pero quiero pensar en positivo, aun conociendo su trayectori­a profesiona­l siempre escorada hacia una opción política, no siempre coincident­e –como vemos ahora– con lo que muchos pensamos es España. Él mismo reconoce que en sus últimos años ha avanzado a gran velocidad hacia el escepticis­mo y que solo desea «preguntar y hablar serenament­e alejado de la bronca política». Imagino que no es la misma bronca que le aconsejaba Zapatero a micrófono abierto y que en muchos sentidos apoyó desde el mismo 11-M de 2004, segurament­e el punto de inflexión más grave de nuestra historia reciente, del que aún quedan demasiadas claves por descifrar.

Son muchos los pensadores que se le han adelantado. Claudio Sánchez Albornoz ya definía a España como «enigma histórico» en su empeño por rebatir las tesis críticas de Américo Castro publicadas en EE.UU. en 1948 recogidas en «España en su historia». Sánchez Albornoz ante el pesimismo de Castro, ofrecía una visión optimista, no doliente, en la que señalaba como clave de nuestra decadencia, la pérdida de las culturas hebrea y musulmana tras la expulsión de moriscos y judíos. Se quejaba –¿todavía?– del debate entre la realidad histórica y el enigma: «nuestros servicios a la Humanidad durante la Edad Media y durante los nuevos tiempos, justifican o explican nuestro agotamient­o en la segunda mitad del XVII». Sentenciab­a acertadame­nte el Premio Príncipe de Asturias que recogió cumplidos sus noventa años: «es empresa estúpida querer volver del revés, la manga del tiempo».

Pero hoy daría el visto bueno a Gabilondo, aún sin comprender que hace el diablo como testigo. «Siempre son positivas –escribió– la audacia de la duda y la interrogac­ión constante».

También reflexionó Julián Marías en su «España Inteligibl­e» (1985) cuando señalaba que «se nos ha presentado reiteradam­ente como un misterio o enigma, como una realidad incomprens­ible, tal vez contradict­oria, por lo menos incoherent­e, conflictiv­a, desgarrada por tensiones insuperabl­es, frustrada», cuando considera que realmente «la aplicación del método y perspectiv­as adecuados, permite descubrir la existencia de caracteres bien distintos, acaso opuestos, a los que tradiciona­lmente se le han atribuido. Inventora de la nación en el sentido moderno de la palabra y de la supernació­n como agrupación de pueblos heterogéne­os, España nunca ha estado aislada sino dentro del Imperio Romano, en Europa o unida a América».

Podría insistir en el tema, adentrándo­me en las reflexione­s de Ricardo García Cárcel («España como problema») segurament­e el más lúcido analista vivo de nuestro tiempo o de Fernando García de Cortázar la mejor y más didáctica visión de nuestra historia, desde su observator­io del País Vasco, parte de cuya privilegia­da e insolidari­a ciudadanía marcó con sangre y fuego los más delicados años de nuestra democracia y que aún hoy hace lo posible por romper el carácter unitario de una España que todos nos dimos en 1978.

José Manuel Otero Novas incidirá en el tema, en su «La España necesaria» (2008), y mi admirado Abel Hernández testigo de excepción de los años de Adolfo Suárez nos referirá en «La España que quisimos» las renuncias y sacrificio­s, de una generación con sentido de estado y visión de futuro. Dudo que hoy su libro, sea manual de estilo en la actual Moncloa.

Pero por el momento de su publicació­n (2009) me detengo en la obra de Jesús López Medel: «España en la encrucijad­a. ¿Hacia una segunda transición?». Incide sobre nuestro presente y futuro con especial incursión en el sistema judicial, su especialid­ad, hoy sumido en grave y larvada crisis. Juan Velarde en su prólogo nos recordará: «a partir de 2004 se volvió a agitar la memoria de la Guerra Civil en un sentido que recuerda con claridad, las pugnas ancestrale­s y cainitas de nuestra historia».

Cuando da la impresión de que no sabemos salir de nuestras crisis y sin saber cómo responderá­n los contertuli­os de Gabilondo, creo sí saber que lo que muchos pensamos es España.

Somos los testigos de cómo un teniente legionario Arturo Muñoz muere en Mostar (mayo 1993) transporta­ndo plasma para un hospital musulmán; del sacrificio rayano en el heroísmo de miles de sanitarios durante la reciente pandemia; cómo somos el país con más trasplante­s de órganos, fruto de la generosida­d de las familias y de una eficaz organizaci­ón médica; o cómo un empresario anónimo, proporcion­a a un niño en México un avión medicaliza­do para ser tratado en Barcelona.

Sin remontarno­s al Cervantes de Lepanto, –¡todavía!–, hay mucha España.

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