Ética de la responsabilidad
En la ética de la alteridad del filósofo Emmanuel Lévinas, la responsabilidad está por encima de la libertad. La libertad es incapaz de generar significados si no está dirigida a Otro, si no parte del Otro: hacerse cargo es adquirir sentido. Es esta una ética de la empatía que toda la filmografía de los hermanos Dardenne ha reivindicado. En «Tori y Lokita» la libertad no parece otearse en el horizonte. Existe el amor, pero no hay nadie al otro lado que responda por él. Más allá de la denuncia social –la explotación de los emigrantes sin papeles en la Europa del malestar–, el filme plantea un problema filosófico que nos concierne a nosotros, como espectadores. Tori y
Lokita, que han de demostrar que son hermanos (cuando no lo son pero se quieren tanto o más como si lo fueran) para que no les expulsen de un infierno maquillado de promesas, son esa alteridad que no podemos salvar. Por eso la película, la mejor de los Dardenne desde «El niño de la bicicleta», resulta terrible, porque nuestra mirada está tan encarcelada como sus cuerpos y sus destinos, siempre en movimiento, siempre controlados por el dinero que los victimiza en una cadena de explotación que incluye a traficantes de drogas, abusadores sexuales y chantajistas mafiosos. Podría decirse que la acumulación de fatalidades es acaso demasiado hiperbólica, pero hay que echarle la culpa al sincretismo del cine de los Dardenne, a su sequedad determinista, a su económica precisión en el montaje y a su inteligencia en condensar un relato que es todo músculo, un tensísimo ejercicio de suspense que te deja igual de exhausto que a sus protagonistas. Esa es la venganza de la película: nuestra empatía es virtual, la vivimos en un lugar seguro, la ética de la responsabilidad en la contemporaneidad es una ilusión proyectada.