Salzburgo, melodía barroca y contrapunto moderno
Junto a un cuarteto excepcional conformado por Mozart, Saramago, Zweig y Andrews, el ritmo del otoño es ideal para descubrir esta pequeña joya austriaca
LaLa subida ondulada que finaliza en la casa del escritor Stefan Zweig es, literalmente, un calvario. Sin embargo, se agradece recuperar el aliento en cada una de las 14 estaciones que conforman este Vía Crucis en medio de un silencio sepulcral, apenas roto por las pisadas de un puñado de caminantes con perro, y deportistas, que dejan sus huellas sobre las hojas secas. Una vez conquistado el Kapuzinerberg, un monte que nos recuerda la cercanía del Monasterio de los Capuchinos, el esfuerzo se recompensa con unas vistas que ralentizan la respiración: entre la brisa otoñal se alza desafiante el macizo Untersberg y abajo, tras un espeso marco de tilos, robles, castaños de indias y sauces, deslumbra la belleza de esta ciudad cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1996.
Entre el pasado floreciente gracias a los ingresos de las cercanas minas de sal Bad Dürrnberg en Hallein y el encanto de más de 40 palacios privados (el de Hellbrunn, con sus hipnóticos Juegos del Agua, se escapa de esta lista) donde aún desfila un ayer de gozos y sombras protagonizado por príncipes y arzobispos, sobresalen las torres de la catedral de Salzburgo: un diseño con el inconfundible sello barroco de los arquitectos italianos Scamozzi y Solari que fue levantada, tras un sospechoso incendio, sobre la que fuera construida en el año 774. Allí Mozart fue bautizado al día siguiente de entonar su primer llanto y aún se encuentran mosaicos y restos del foro de la ciudad romana «Juvavum».
Tras el manto rojizo y ocre también se distingue el Hotel Bistrol, el primero que tuvo electricidad y donde el capitán Von Trapp se alojó durante el rodaje de «Sonrisas y Lágrimas»; la Abadía de San Pedro, uno de los monasterios más antiguos de la zona y la Iglesia Franciscana, cuya nave románica contrasta con el gótico flamígero de su presbiterio. Mención aparte merece el Monasterio de los Agustinos, reconvertido en la Cervecería Augustiner Müllner Bräu, uno de los símbolos de Salzburgo. Poco queda del recogiseguro miento monacal de antaño: las mesas están a rebosar y la cerveza que se fabrica desde 1621 se sirve en jarras de tamaño considerable, previo baño de agua helada en sus concurridas fuentes (www. augustinerbier.at).
Un «stammtisch» musical
Si el autor de «Momentos estelares de la humanidad» encontró entre los paisajes de Salzburgo la tranquilidad que necesitaba para escribir, José Saramago saboreó su inspiración en uno de los restaurantes más típicos de la ciudad. No fue de tapas en Sternbräu o durante una comida en Fideler Affe, un clásico de la ciudad, o desde el mirador del elegante M32. Tampoco tras una cena en St. Peter Stiftskulinarium, el más antiguo de Europa y donde las óperas más célebres de Mozart amenizan la velada gracias a profesores de canto, o mientras disfrutaba de un cóctel en la azotea del céntrico y coqueto hotel Stein. Las musas del portugués esperaban en Wirtshaus Elefant, donde los nostálgicos del papel encontrarán la prensa diaria colgada de un elefante de madera y, los apasionados de la gastronomía, un suculento menú que incluye Langostinos alpinos en Pfand’l, Sopa de calabaza o un sabroso Hígado de ternera «estilo tirolés» que aprobó con nota el Premio Nobel de Literatura. Su apetito por la curiosidad le llevó a indagar por qué aquel paquidermo era el hilo conductor del lugar. La respuesta se encuentra en «El viaje del elefante»: la travesía épica por Europa, entre la realidad y la ficción, de un mamífero llamado Salomón.
Decía el ilustre Amadeus que «lo más necesario, difícil y principal en la música, es el tiempo». Un bien muy preciado entre los austriacos: basta con buscar en los locales de toda la vida una placa metálica, o una escultura forjada con un pequeño cencerro, cuya leyenda «stammtisch» nos avisa de que esa mesa está reservada a una hora, y días fijos al año, por un mismo grupo de clientes habituales. En cualquier caso, además de esta cita ineludible con la exaltación de la amistad, hay placeres a los que los salzburgueses no renuncian. Uno de ellos son los dulces del elegante hotel Sacher, entre ellos su famosa tarta de chocolate y su menos conocido (y espectacular) soufflé, que hubiera conquistado la memoria gustativa de Mozart, a quien le apasionaban los postres. Otro, los brunchs dominicales del Red Bull Hangar-7, cuya arquitectura vanguardista alberga una colección de aviones que marida con una propuesta culinaria de altura en su restaurante Ikarus. Y, cómo no, la agenda de conciertos que la Fundación Mozarteum celebra a lo largo del año en sus diferentes salones.
Muchas son las localizaciones
que persiguen los turistas ávidos de protagonizar la ruta cinematográfica de «Sonrisas y Lágrimas». Las redes sociales de aquel 1965 eran, sin duda, las salas de cine. Mientras en Austria, paradójicamente, la película pasó sin hacer demasiado ruido, el público de Estados Unidos o de España sintió auténtica fascinación por los paisajes alpinos, por la historia de amor de la novicia María, protagonizada por Julie Andrews, por una banda sonora que recorría el casco histórico que Salzburgo había tejido con mimo desde la Edad Media hasta el siglo XIX, y por un desfile de atípicos trajes típicos que, por cierto, no se quedan colgados en el armario esperando una ocasión especial.
Muy cerca del Palacio y los Jardines de Mirabell, la elegante residencia extramuros que Wolf Dietrich mandó edificar, allá por 1606, para su esposa Salomé Alt von Altenau y su numerosa familia de 15 hijos, se encuentra la poesía entre costuras. En la Plaza de San Miguel, rebautizada como Plaza de Mozart, el traqueteo de sus coches de carruajes resuena frente a las vitrinas de Salzburger Heimatwerk (www.salzburgerheimatwerk.at). Sus famosos Lederhose, pantalones cortos de piel de ciervo o cabra, y el resto de la indumentaria masculina, incluidos los tirantes hechos a medida, son toda una referencia en la ciudad.
Alta costura
Tras una sobresaliente travesía profesional y alguna de las escuelas de moda más prestigiosas del mundo, Carolin Sinemus diseña sus sueños de alta costura entre 60.000 rollos de tela, solo fabricadas en España, Italia y Francia. Delicadas sedas, organzas, cachemiras o linos son la materia prima de su atelier, al que acuden clientas anónimas (y no tanto, porque hasta las casas reales se han rendido a su estilo y simpatía) de diferentes continentes. Por cierto, en la parte superior del edificio se pueden encontrar auténticas joyas vintage, Dirndlkleid incluidos, a precios muy asequibles (www.madlsalzburg.at).
Una vez se cruza el umbral de la moda, los pasos se pueden perder entre las tiendas artesanales de Getreidegasse, con sus inconfundibles carteles en hierro forjado que se remontan al siglo XI, cuando los clientes no sabían leer. Y, ajenos a las tentaciones terrenales y al mundanal ruido, una buena opción es subir hasta la Fortaleza de Hohensalzburg y disfrutar de un paseo relajado entre los senderos arbolados de Mönchsberg, donde lo único que se escucha es el sonido de fondo de las 35 campanas del Carrillón de Salzburgo. Cada semana, una de sus 55 melodías acaricia la atmósfera mágica de Salzburgo a las 7.05, las 11.05 y las 18.05 en punto. Habrá que esperar la llegada de la Navidad para que el villancico austriaco por excelencia, Noche de Paz, devuelva un invierno más los recuerdos más hogareños.