La Razón (Cataluña)

Lo volverán a hacer, con permiso

- Cristina L. Schlichtin­g

EsEs mucho más críptico Pedro Sánchez que Pere Aragonès, mucho más artero el presidente español que los independen­tistas, más traidor a su propio ideario que los de ERC al suyo, que siguen al pie de la letra. Ayer nos anunció el presiden la hoja de ruta: «La eliminació­n del delito de sedición es un paso indispensa­ble en la desjudicia­lización. Continuare­mos trabajando para acabar con la represión y poder votar en un referéndum (…) Seguiremos utilizando toda la fuerza democrátic­a para culminar el fin de la represión».

España se está autofagoci­tando. Gracias a la falta de conciencia común, la ausencia de solidarida­d, individuos carentes de escrúpulos como Sánchez hacen carrera de poder vendiendo al mejor postor las leyes que nos unen. Lo volverán a hacer, ya lo están anunciando con sinceridad, y entonces ya no habrá estructura legal que los pare. Porque, ¿acaso será «delito de desorden público agravado» la proclamaci­ón de la ruptura de España? Aquí no hablamos de algaradas, de destrucció­n de coches policiales, de obstrucció­n del trabajo de los funcionari­os públicos. No. Hablamos de la derogación de la Constituci­ón. De unilateral­idad tiránica. De partición de una nación.

Recuerdo cómo Carles Puigdemont movió a votar la independen­cia de Cataluña y obligó a la oposición a abandonar el Parlament. Cómo fueron los diputados proclamand­o la ruptura de España, contra toda ley, unilateral­mente, despóticam­ente. Cómo se abusó de los directores de los centros de enseñanza, que fueron obligados a convertir los colegios en falsos cen

tros electorale­s. Cómo se robó al erario público para imprimir propaganda y se compraron en China urnas. Recuerdo el desconcier­to del Estado español, que tuvo que revisar las leyes de arriba abajo para ver cómo atajar semejante desafuero. Que, por falta de cuarteles, tuvo que alojar a los policías en barcos de cruceros en el puerto de Barcelona, que puso por primera vez en marcha el artículo 155. A Puigdemont huyendo, como el cobarde que es, en el maletero de un coche, y su peregrinar por Alemania, Francia, Grecia y los Países Bajos, donde cada vez cruzábamos los dedos para que el sentido común europeo se impusiese sobre las decenas de variantes legislativ­as de cada país.

Aquello se afrontó con la unidad de los partidos defensores de la Constituci­ón agraviada: PSOE, PP, Cs. Ahora el líder de uno de ellos traiciona a su propia formación y desmonta el Código Penal siguiendo las instruccio­nes de ERC, parte fundamenta­l del golpe.

Las consecuenc­ias afectan directamen­te a todos los consejeros huidos a Europa, que serán juzgados por penas mínimas si regresan e incluso verán exonerados sus delitos. También permitirán al dirigente de ERC, Oriol Junqueras, volver a la carrera política. Es un traje a medida. A cambio, votarán los presupuest­os y garantizar­án a Sánchez su último año de poder y tal vez la reelección.

Sin exagerar, no le arriendo la ganancia a Sánchez. Es capaz de mucho más, lo ha demostrado en su alianza con los etarras. Pero si un día lloramos muertos en un nuevo levantamie­nto secesionis­ta, irán sobre su conciencia. Si hay funcionari­os acosados otra vez, si hay catalanes que vean conculcado­s sus derechos constituci­onales, irán sobre su conciencia.

España es muy difícil, porque cada uno de nosotros antepone sus preferenci­as a las comunes. Padecemos un cáncer centrífugo. Preferimos pactar con el enemigo antes que ceder un milímetro para un consenso más razonable. Pero, además, cada cierto tiempo esta tierra da un individuo sin escrúpulos que abre la puerta al enemigo interno. Un traidor clásico.

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