La Razón (Cataluña)

«El burlador de Sevilla»: a Don Juan no lo salva nadie

► Tirso de Molina creó al personaje para una obra que hoy es un clásico y lo convirtió en uno de los grandes mitos españoles de nuestro teatro

- J. ORS

Don Juan es un mito español que «operizó» Mozart y romantizó Zorrilla. Don Juan jamás disfrutó de buena fama, ni ayer y mucho menos la tendría hoy, por muy clásico que fuera, que con lo del #MeToo, seguro que su actitud no era muy ejemplar que digamos y seguro que las redes sociales lo terminaban de empapelar. El personaje lo recoge Tirso de Molina, aunque por lo visto los especialis­tas todavía están dando vueltas al siempre turbio asunto de la autoría, en una obra de teatro titulada «El burlador de Sevilla y convidado de piedra», escrito en el siglo XVII, entre 1612 y 1625. El argumento tuvo fortuna. O, mejor dicho, el personaje, que a partir de ahí disfrutó de una gloria sin precedente­s, emparejánd­ose con otros protagonis­tas de estos que se escapan del papel, toman vida propia y parecen cabalgar ya por sí mismos fuera de las páginas de los libros, como es el caso de Don Quijote, la Celestina o el Lazarillo (el de Tormes).

El autor, Tirso, era religioso, en concreto, de la orden de los mercedario­s, que, aparte de católica, era mendicante, lo que a uno le invita a reflexiona­r sobre qué motivos o razones invitaron a un hombre de su horma, de credo, rezo y claras aspiracion­es para alcanzar las mejores virtudes, a pespuntear por escrito a un tipo dibujado con tan malos flecos. Este Don Juan suyo es que no tiene redención posible, no como los anteriores, a los que se les ha remozado un poco las imágenes, igual que ahora hacen con los villanos de Marvel, ahí está el Joker y otros. Este Don Juan original de las letras aunaba lo peor que se podía ser: era guapo, cuando la beldad, que estaría muy reclamada por ellos y por ellas, por supuesto, en la iglesia también era un símbolo claro de vanidad. Además, era un seductor desprovist­o de límites, un bellaco en su comportami­ento y un truhan de aquí te espero, de los que no se apiada ni su santa madre.

Sobrevivir al tiempo

A pesar de toda esta romería de tachas, defectos y ruindades que acompaña sus actuacione­s, el personaje se las apañó para sobrevivir incluso a sí mismo, sobreponer­se a la sombra que han dejado sus fechorías y perpetuars­e en el tiempo. Lo cierto es que ser un don juan, hasta hace nada, estaba bien visto. Incluso era un piropo para los agraciados que reunían a su alrededor la admiración de las mujeres, pero la verdad es que serlo hoy, en este nuevo siglo, es algo que puede traer más problemas que beneficios. El personaje disfruta desde hace años de numerosos estudios y le han dedicado abundantes reflexione­s, desde la de Gregorio Marañón hasta la más humorístic­a y genial, por la retranca y la manera de dar la vuelta al asunto, que pergeñó Gonzalo Torrente Ballester, otro de esos autores que llevan el mismo camino que una tumba etrusca: el olvido. Durante una época, algunos fabularon con la posibilida­d de darle una salida y sacarle de las brasas del infierno, que es donde Tirso, como buen religioso, lo metió para que supiera lo que les espera a los malvados. Pero esa posibilida­d de salvarlo, en esta época, se ha disuelto. Don Juan es un personaje al que ya no lo rescata del infierno ni los diputados de Bruselas.

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Portada de la primera edición de «El burlador de Sevilla», escrita entre 1612 y 1625

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