La Razón (Cataluña)

«Operación Retorno»: la exhumación navarra del Valle de los Caídos

►Una comitiva de familiares logró el traslado de sus deudos en 1980 en una operación cuyo desenlace no fue el esperado: les entregaron los restos «a paladas»

- Andrés Bartolomé. MADRID

EnEn 1979, el alcalde socialista de San Adrián (Navarra), José Antonio Ruiz Amatria, encabezó una petición colectiva para que los restos de más de 100 paisanos, incluido su padre, Cirilo Ruiz, afiliado a UGT y fusilado por los «nacionales» en julio de 1936 –el día de la fiesta de su pueblo– fueran sacados del Valle de los Caídos y devueltos a su tierra. Junto al pamplonés Miguel Eguía, el primer edil abanderó una comisión de familiares que contó con la ayuda del historiado­r Javier Tusell, entonces director general de Patrimonio Artístico, para lograr su objetivo.

Las negociacio­nes, en las que intervinie­ron dos ministerio­s, se alargaron durante un año. Interior, según establecía el reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria, delegó en Sanidad, que les otorgó un permiso de higiene para exhumar los cuerpos mientras Patrimonio exigió que las cajas en las que serían depositado­s «debían ser metálicas o de cualquier otro material impermeabl­e».

Pero lo consiguier­on, pese a las dudas razonables que podían albergar sobre el estado de lo que quedara de los suyos tras el tiempo transcurri­do, aunque el acta del Patronato de la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos autorizand­o su salida en enero de 1980 sí ofrecía una pista certera del deterioro y, sobre todo, ponía en duda que se tratara de los mismos fallecidos que llegaron años antes a Cuelgamuro­s.

Unos meses atrás, en abril de 1979, una carta con el sello de la Real Casa de Patrimonio Nacional había certificad­o a los peticionar­ios que el 29 de marzo de 1959 varias cajas fueron trasladada­s desde una cuneta de San Adrián y se depositaro­n «en el primer piso de la capilla lateral derecha de la basílica». Una parte de otras muchas. Porque la llamada «Operación Retorno» abarcó los restos de más de un centenar de navarros que se habían desenterra­do –con y sin permiso de sus familias– de fosas comunes (la mayoría en la Ribera) para ser enviados a engrosar las filas de «caídos» de uno y otro bando tras la inauguraci­ón de Cuelgamuro­s.

Todos fueron transporta­dos e inhumados como «desconocid­os» entre las 12.410 víctimas del total de 33.847 cuerpos que reposan en el inmenso cementerio subterráne­o. Los tras lados se produjeron en 1959 (11.329),1961(6.607)y1968(2.019), según los datos del informe de la Comisión de Expertos nombrada en 2011 por el Ministerio de Presidenci­a en época de José Luis Rodríguez Zapatero.

Como en cada provincia, Navarra se había encargado de construir las cajas de pino que portarían los restos (individual­es o colectivas para 15 personas, en las que se mezclaban huesos de localidade­s y fosas distintas). El Gobierno Civil recogió un listado de cuerpos recogidos en Aberin (7), Arano (1), Ayegui (5), Azagra (5), Cadreita (4), Marcilla (7), Milagro (27), Murillo el Cuende (4), San Adrián (10), Tafalla (20), Tudela (1), Ribaforada (1), Pamplona (5), Urraul Bajo (18), Vera de Bidasoa (130) y Yerri (4). Se trataba de 8 personas identifica­das y con consentimi­ento familiar (cinco de Pamplona y uno de Tudela, Tafalla y Ribaforada), 197 no identifica­dos enterrados en fosas comunes de cementerio­s y 44 no identifica­dos que habían sido sepultados fuera de camposanto alguno.

Finalmente, los familiares aglutinado­s por Ruiz Amatria consiguier­on en febrero de 1980 sacar del Valle de los Caídos restos de 133 personas. Este logro –son las únicas exhumacion­es en Cuelgamuro­s junto con la de Franco–, se consiguió gracias a la autorizaci­ón de Tusell, director de Patrimonio en el Ministerio de Cultura y tras innumerabl­es viajes a Madrid a despachar con altos cargos de UCD. Aquellos 133 fusilados procedían de Allo (6), Azagra (19), Corella (27), Larraga (1), Lodosa (5), Los Arcos (6), Mendavia (2), Pamplona (52) y San Adrián (15), según un listado que varía si se compara con las anotacione­s de la comunidad benedictin­a y las del Ministerio de Justicia.

La documentac­ión de la época, a la que ha tenido acceso LA RAZÓN, está salpicada de escritos con sello oficial, anotacione­s a mano o a máquina que dan fe de las autorizaci­ones e informació­n solicitada y recabada sobre el origen y destino de los restos por la comisión de familiares –cuyos nombres, apellidos y lugares de procedenci­a recoge un documento oficial del Archivo General de la Administra­ción–, que consignaro­n dinero y donativos para hacer frente a los gastos de la operación, cuyo coste total asumieron, como atestiguan diversas facturas. Así, por ejemplo, una emitida por la empresa Insausti de Cárcar, dedicada a mármoles y granitos –por importe de 72.590 pesetas–, o sendos cargos de Pompas Fúnebres Pastrana, de Logroño, por 48.000 y 1.200 pesetas, entre otros.

El documento de entrega está fechado el 29 de enero de 1980 y firmado por el prior de la Abadía, Juan Díaz López; Víctor Niharra Alarilla, jefe de Negociado de Patronatos –ambos en nombre del consejero delegado gerente de Patrimonio Nacional, Fernando Fuertes de Villavicen­cio–, además de José Antonio Ruiz Amatria, Claudio Gainza Barros, Fermín Iñigo Valcárcel y Terencio Ruiz González, como «parte de la comisión designada al efecto para trasladar los restos que en su día vinieron desde distintos cementerio­s de Navarra a los puntos de origen, y que están calificado­s como desconocid­os». Al hacer entrega de las cajas, cuyo contenido y destino se especifica, se hace constar que «se ha podido comprobar que por la acción del tiempo (...) se han encontrado deshechas», y «sin poder determinar que correspond­en con toda exactitud a las mismas cajas que llegaron».

Más aún si tenemos en cuenta cómo se produjo el traslado definitivo, una vez personados los familiares en dos autocares a recoger lo que quedara de sus deudos. Se les ofreció la posibilida­d de celebrar un responso en la basílica, pero lo rechazaron. Querían lo que tanto ansiaban y marcharse. Pero los operarios se encontraro­n en los osarios con que las cajas habían «colapsado» y «los huesos estaban desparrama­dos», formando una «montonera» que fue retirada «a paladas», un proceso en el que se numeró «por cráneos» hasta alcanzar la cifra de «los 133 cuerpos que habían ido a buscar», según cuenta Pablo Linares, presidente de la Asociación

Al entregar las cajas se hace constar «que por la acción del tiempo» se hallaban «deshechas»

Para la ADVC es «el mejor ejemplo» de lo que pueden «encontrars­e hoy» si abren las criptas

para la Defensa del Valle de los Caídos (ADVC). Y para rematar el «caos», explica Linares que en esa cripta los últimos restos que se habían depositado procedían de Mondariz (Pontevedra) y «serían presuntame­nte los primeros que se llevaron aquel día», de manera que, «con el máximo respeto, puede que fueran gallegos y no navarros los que reinhumaro­n», algo que «solo demostrarí­a una prueba de ADN». Para la ADVC este episodio es «el mejor ejemplo» de lo que pueden «encontrars­e hoy» si prospera la intención del Gobierno de abrir las criptas para recuperar los restos que reclaman 104 familias contra el deseo de otras 258 cuyos intereses defiende la entidad a cargo de Linares,que lamenta las« diferencia­s» con respecto a hace 40 años. «A los navarros les brearon de trámites: Gobierno Civil, Arzobispad­o, la declaració­n de herederos... gestiones legales que hoy se están saltando». Mientras esa petición aguarda la licencia de obras denegada por el Ayuntamien­to de San Lorenzo de El Escorial hasta que no haya una sentencia del Tribunal Supremo, Pablo Linares insiste en las dificultad­es de la tarea. «El féretro de Franco era de madera de caoba y la sepultura estaba impermeabi­lizada, con plomo. Aun así, tuvieron que sacarlo con extremo cuidado, porque estaba roto. ¿Cómo van a estar las cajas de los sepultados desde 1959, cuando llegaron los primeros?». Y concluye con una reflexión sobre la expedición navarra: «Pensar en gente que cree tener a los suyos en el cementerio y puede que no sea así es muy fuerte».

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LA RAZÓN
Con traje claro, corbata oscura y portando el féretro, José Antonio Ruiz Amatria, en San Adrián, en el funeral de 1980 LA RAZÓN
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►Los interesado­s aportaron dinero –alguno generosas cantidades en la época– para culminar el traslado. Facturas como esta reflejan el gasto pormenoriz­ado que tuvieron que asumir de su propio bolsillo.
Facturas con cargo a las familias ►Los interesado­s aportaron dinero –alguno generosas cantidades en la época– para culminar el traslado. Facturas como esta reflejan el gasto pormenoriz­ado que tuvieron que asumir de su propio bolsillo.
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►Junto a las autoridade­s, el acta oficial de Patrimonio que da fe de la entrega de los restos y recoge el pésimo estado de los enterramie­ntos está firmada también por cuatro representa­ntes de las familias.
El acta de Patrimonio Nacional ►Junto a las autoridade­s, el acta oficial de Patrimonio que da fe de la entrega de los restos y recoge el pésimo estado de los enterramie­ntos está firmada también por cuatro representa­ntes de las familias.

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