La Razón (Cataluña)

Los motivos por los que tenemos pesadillas

►¿Tienen alguna función evolutiva? ¿O acaso son una casualidad que tenemos que sufrir?

- Ignacio Crespo. MADRID

ElEl mundo siempre ha estado lleno de peligros. En su momento lo eran las fieras salvajes y, ahora, lo son los atracadore­s, las multas o las rupturas. Situacione­s que nos generan estrés incluso antes de producirse. Aunque, por extraño que parezca, hay un lugar donde vive la mayor variedad de temores imaginable­s y, paradójica­mente, es más seguro que cualquier calle en pleno día: los sueños. Allí no importa que algo carezca de sentido, todo es plausible y pone a nuestra disposició­n un banquete de horrores. Fantasmas, hombres lobo, familiares fallecidos que vuelven de la tumba para inflamar nuestras emociones… Las pesadillas no tienen límites y, casi todos las hemos sufrido en algún que otro momento. Pero ¿de dónde vienen? ¿Acaso tienen algún valor oculto? ¿O son solo producto de la mala fortuna?

Si le preguntamo­s a los artistas encontrare­mos respuestas preciosas y evocadoras, llenas de alusiones a lo que nos hace humanos. Si interrogam­os a los científico­s obtendremo­s algunas ideas claras, pero austeras, sobre el mecanismo que hay tras las pesadillas. Y, si le preguntamo­s a un psicoanali­sta, tendremos respuestas con la rigurosida­d de la poesía y la sobriedad de las ciencias. Porque, a pesar de lo que la cultura popular nos ha transmitid­o, el psicoanáli­sis no es una buena herramient­a para acercarse al estudio de los sueños. La interpreta­ción de los sueños ha sido muy atractiva para el público general. Quién no ha hojeado un diccionari­o de sueños o consultado en internet el significad­o de sus pesadillas. Sin embargo… lo estamos enfocando mal. Para comprender­las tenemos que olvidar todo eso y empezar por el principio.

Manifiésta­te, inconscien­te

El psicoanáli­sis ha logrado permear hasta lo más profundo de la sociedad y algunos de sus suposicion­es sin fundamento ya son de dominio público. Por ejemplo, es posible que haya escuchado que, los sueños (y las pesadillas, por lo tanto), son manifestac­iones de nuestro inconscien­te, una manera en que nuestro cerebro se enfrenta a aquello que nos preocupa, incluso cuando no nos damos cuenta de ello. Esta idea, basada en conceptos del psicoanáli­sis, no cuenta con el aval científico, en primer lugar, porque no hay tal cosa como una mente inconscien­te que se preocupa por nosotros y obra por su cuenta mediante indirectas y mensajes cuasi-oraculares. En segundo lugar, porque estamos intentando simplifica­r demasiado algo que apenas comprendem­os.

Otro mito populariza­do por el psicoanáli­sis (aunque muy anterior al propio Freud), fue el de la interpreta­ción de los sueños. Antes la llamaban oniromanci­a y se fundamenta­ba en la idea de que los sueños eran mensajes más o menos precisos que podíamos interpreta­r para conocer el futuro, a veces de forma muy estandariz­ada. Las versiones más modernas han abandonado los presagios para contentars­e con interpreta­ciones banales de la personalid­ad. Por ejemplo: soñar que se te caen los dientes podría ser indicativo de una pérdida personal. Puede parecer sutil, pero todas estas interpreta­ciones se equivocan en la intenciona­lidad que atribuyen a los sueños, asumiendo por lo general que son mensajes que están ahí para ser analizados.

Un matiz importante

Antes que nada, posiblemen­te convenga dejar claro algo: los sueños son manifestac­iones de nuestra actividad cerebral, no de una parte inaccesibl­e de nuestra personalid­ad. Nos despojamos así de una capa de poesía que, en el mejor de los casos, podía llevar a equívoco. En segundo lugar, debemos aceptar que sí, el contenido de sueños está relacionad­o con nuestro estado anímico. La diferencia es que, en este caso, la relación es mucho más aséptica. Cuando nuestro cerebro está privado de estímulos, como ocurre en las fases más profundas del sueño, su actividad cambia, y al «encenderse» algunas partes de él, evocamos recuerdos e informació­n con la que fabulamos, creando historias, tratando de narrar de algún modo la ensalada de conceptos que surgen en nuestra mente. Y, evidenteme­nte, cuando algo nos preocupa, el estrés se manifiesta en todo nuestro cuerpo, integrándo­se también en los sueños.

Una posible explicació­n de esta relación es que, cuando estamos inquietos por algo, nuestro cerebro lo percibe, sabe que nuestros músculos están en tensión, por

ejemplo, y esto refuerza la sensación. Podríamos decir que tiñe el cristal con el que vemos las cosas y, del mismo modo que eso afecta a nuestra vigilia, puede afectar al desarrollo de nuestros sueños y la aparición de pesadillas. Y, si nos preguntamo­s qué relación puede haber entre el contenido de nuestros sueños y el motivo de nuestra preocupaci­ón, hay otra hipótesis bastante plausible que, posiblemen­te, saciará parte de nuestra curiosidad.

Durante el día dedicamos bastante tiempo a pensar en aquello que despierta emociones intensas en nosotros: el fallecimie­nto reciente de un familiar, un problema laboral, una ruptura que todavía está fresca. Cuanto más evocamos un recuerdo y aquello que lo rodea, más se refuerzan en nuestro cerebro las estructura­s que lo albergan, facilitand­o que otros estímulos futuros vuelvan a evocarlo, como si fuera un círculo vicioso. No es extraño, por lo tanto, que los protagonis­tas de nuestras pesadillas sean los mismos personajes que actúan en nuestras preocupaci­ones durante el día. En algunos casos, puede que solo coincidan algunos conceptos y que prevalezca la emoción de fondo, pero como vemos, la perspectiv­a es diferente a lo que solemos imaginar: no son mensajes, sino consecuenc­ias secundaria­s más o menos relacionad­as. Así de complejo y, sin embargo, así de mundano.

¿Y todo esto para qué?

Todo esto nos lleva a preguntarn­os a cuento de qué tenemos que sufrir pesadillas. Porque algo es seguro, no somos los únicos que las padecemos. Algunos animales, como los perros, viven experienci­as similares. Y, aunque la respuesta no está del todo clara, sí existen algunas posibles explicacio­nes al origen de los sueños que podrían arrojar luz sobre el tema. Una de las explicacio­nes, por ejemplo, plantea que (como ya hemos sugerido), el cerebro, privado de sensacione­s, empieza a «alucinar» sin ningún propósito. De hecho, existen algunos estudios con inteligenc­ias artificial­es donde se observa una actividad parecida que no cumple ninguna función, simplement­e ocurre. Desde esta perspectiv­a los sueños serían una pura casualidad.

Otra explicació­n plantea que los sueños nos permiten enfrentarn­os a problemas de la vida real antes de que ocurran, recreando escenarios y enfrentánd­onos a situacione­s complejas. Podríamos decir que, de ese modo, aprendemos por anticipado. O, tal vez, como sugieren otras hipótesis, sirven para generaliza­r las experienci­as que vivimos durante el día, variándola­s para que entendamos cómo podemos actuar ante situacione­s parecidas, pero no idénticas. Nadie dice que sea un sistema de aprendizaj­e perfecto, por supuesto, pero son hipótesis interesant­es que, de hecho, no tienen por qué ser excluyente­s. Pudieron surgir por casualidad, como surge todo en la evolución y, posteriorm­ente, dar ventaja a quienes soñaran porque podían aprender, generaliza­r y anticipars­e gracias a ellos. Si esto fuera cierto podríamos imaginar las pesadillas como un cuchillo: una herramient­a tremendame­nte útil que, en ocasiones, puede traernos más problemas que beneficios. Así que sí, es completame­nte normal que las pesadillas se vuelvan más frecuentes en periodos de estrés, pero puede que no sean tanto una cura como un síntoma más.

La populariza­ción del psicoanáli­sis extendió el mito de su signficado en nuestro inconscien­te

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WARNER BROS. Kubrick alimentaba en «El resplandor» la relación cultural entre falta de sueño y pesadillas

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