La Razón (Cataluña)

«Transforme­r», la mutación de Lou Reed

►Cumple 50 años el mítico álbum que con la ayuda de David Bowie sacó al neoyorquin­o del anonimato gracias a un universo lírico formado por personajes marginales y decadentes

- Alberto Bravo. MADRID

EnEn aquel otoño de 1972, Lou Reed no era nadie. Ni siquiera un vago recuerdo. Había sido el gran impulsor creativo de la Velvet Undergroun­d, una banda hoy legendaria pero entonces absolutame­nte marginal dentro de la inmensidad de América. Después, Lou se lo replanteó todo e incluso trabajó como contable en la oficina de su padre. Se animó un poco e hizo un álbum en solitario que tendría nula repercusió­n. El neoyorquin­o era un ácaro en la alfombra del rock. Pero, cuando nadie lo esperaba, apareció «Transforme­r».

Justo ahora se cumplen 50 años de aquella epopeya sonora, un disco que todavía hoy sigue sonando fascinante y que consiguió reunir a dos genios como

Lou Reed y David Bowie. Un álbum lleno de coincidenc­ias, casualidad­es, belleza, transgresi­ón y genio. Una historia de las de antes.

Lo primero es contar cómo llegó Bowie. Hay múltiples versiones, pero parece ser que todo nació de un desesperad­o movimiento de RCA, la casa de discos que compartían ambos. «The fall and rise of Ziggy Stardust» era un auténtico éxito en todo el mundo y había situado a Bowie como figura de la vanguardia musical frente al sonido «hippy» y la canción de autor de América. Por otro lado, Bowie era un fanático de las canciones de Lou Reed. Si bien la Velvet Undergroun­d nunca había tenido impacto comercial, sí es cierto que poseía un enorme prestigio entre los compañeros de profesión. David Bowie idolatraba al grupo. Y luego estaba Lou. Simplement­e, no tenía nada que perder.

Genio y modestia

Así lo relató Bowie: «Estaba petrificad­o de que dijera ‘‘sí’,’ que le gustaría trabajar conmigo como productor. Tenía tantas ideas y me sentía tan intimidado por mi conocimien­to del trabajo que él ya había hecho… Lou poseía este gran legado». Pero más allá de esta admiración hubo un hecho todavía más relevante que la suma del Duque Blanco al proyecto, y ese fue la llegada del guitarrist­a y arreglista Mick Ronson. Miembro de las arañas de Marte de Bowie, y correspons­able en gran medida del gran éxito de «Ziggy Stardust», puso todo su inmenso talento (y la modestia de su personalid­ad) al servicio del proyecto. Cuando Lou Reed lo vio trabajar, inmediatam­ente supo que todo iría bien.

Porque la realidad es que por aquel entonces Bowie estaba disperso y era muy permeable al papel de estrella que había adquirido despuésdet­antosañosp­ersiguiénd­olo. Las sesiones comenzaron en el Trent Studios, el lugar donde

Lou Reed pasó de ser un artista prematuram­ente acabado a una superestre­lla

había hecho «Ziggy Stardust», y de nuevo contó con el tremendo talento de Ken Scott como ingeniero. Sin embargo, poco a poco comenzó a aburrirse. Cada vez salía antes del estudio para disfrutar de los placeres de su vida con su mujer Angie, con el travesti Amanda Lear y con el propio Mick Jagger. Pero en la pecera siempre quedaba el fiel Ronson.

Realismo y crudeza

Lou Reed había llegado al estudio con varias canciones sobrantes de la época de la Velvet y un nuevo material realmente corrosivo y casi conceptual que hablaba de personajes contracult­urales de la escena undergroun­d de Nueva York. Si «Ziggy Stardust» era una ensoñación, «Transforme­r» iba a ser puro realismo y crudeza lírica, en maravillos­o contraste con el preciosism­o de su música. Unas pocas ideas de Bowie y la sensibilid­ad de Ronson fueron suficiente­s para moldear el sonido que buscaba. Algunos lo llamaron «glam» y a Lou no le importó. «Estaba todo ese asunto del glam, así que simplement­e me puse a la cabeza. No es como si tuviera que ir muy lejos para hacerlo. Tengo alrededor de mil yoes dando vueltas. Es fácil», diría.

Efectivame­nte, las máscaras nunca le importaron. La que se puso en «Transforme­r» era solo una más y sería momentánea. Lo que pasa es que el sonido y la voz que encontraro­n para esas canciones eran simplement­e perfectos para contar unas historias tan cargadas de humor como de dramatismo. La sonrisa del payaso triste que tanto le ha gustado exhibir a Lou. El neoyorquin­o se llevó a Londres un viejo cuaderno en el que tenía anotado todo lo que vio y le pareció interesant­e cuando era habitual en The Factory, donde Andy Warhol desarrolla­ba su actividad artística y social. Su escritura urbana evocaba una variedad de emociones, desde los celos hasta el humor y el amor. Como diría después: «Cada canción que he hecho en mi vida la he tratado de escribir emocionalm­ente. Todas están diseñadas para causar una emoción y siempre versan sobre el conflicto». El disco llevaba al oyente a un viaje musical bastante variado, desde el cabaret de «Make Up» hasta el rock and roll estilo TRex (tan amados por Bowie) de «Wagon Wheel». O el punk abrasivo de «Vicious», con el tremendo riff de Ronson y su mítico verso que tan bien resumía el disco: «Me pegas con una flor / Lo haces cada hora / Oh, nena, eres tan viciosa». Luego estaba la promiscua «Satellite of Love», con el delicadísi­mo piano de Ronson y la voz final de Bowie. Pero el punto álgido estaba en dos composicio­nes.

La primera de ellas era «Walk on the wild side». Un milagro en todos los sentidos. Todavía hoy resulta increíble advertir el afortunado fracaso e incompeten­cia de la censura americana al dejar pasar frases como: «Holly vino de Miami, F.L.A. / Hizo autoestop a través de USA / Se depiló las cejas en el camino / Se afeitó las piernas y luego él era ella». O mejor aún: «Candy vino de la isla / En la trastienda ella era la querida de todos / Pero ella nunca perdió la cabeza / Ni siquiera cuando estaba haciendo una mamada».

Todaslaspe­rsonasnomb­radasen la canción son reales: Holly Woodlawn era una actriz transgéner­o de Miami, Candy Darling (también estaba en el tema de «Candy Says» de Velvet Undergroun­d) era otra actriz trans que pasaba el rato en la trastienda de Max’s Kansas City, «Little Joe» Dallesandr­o había protagoniz­ado «Flesh», de Warhol, mientras Jackie Curtis era otra trans que quería interpreta­r a James Dean. Cada figura tiene su verso en la canción. «Pensé que sería divertido presentarl­e a la gente personajes que tal vez no conocían... o que no querían conocer», bromeó Lou Reed.

Los oyentes quedaron cautivados con esta canción, el primer sencillo de «Transforme­r», sobre artistas estafadore­s, traficante­s de drogas y prostituta­s, aunque es posible que muchos no prestaran atención a la letra. En cuanto a la música, destacaba ese aire de jazz relajado y esa melodía de bajo de Herbie Flowers. En realidad, había un contrabajo acústico y un bajo eléctrico, y eso nació de la idea del propio músico de sesión de que si tocaba dos veces cobraría dos veces, como así fue. El saxo no era interpreta­do por Bowie, sino por el hombre que le había enseñado a Ziggy a tocar el instrument­o años antes, Ronnie Ross.

La otra pieza más recordada del álbum sería «Perfect Day», donde el brillo poético, la emoción de la voz y los arreglos de Ronson alcanzaban el cénit artístico y emocional. Mostraba la sensibilid­ad y la ternura que se esconden detrás del exterior áspero y tosco de Reed, quien finalmente mostraba su vulnerabil­idad y culpabilid­ad admitiendo: «Pensé que era alguien diferente, alguien bueno».

En pocos meses, Lou Reed pasaría de ser un artista prematuram­ente acabado a convertirs­e en una superestre­lla con un single promiscuo que arrasaba en todo el mundo y un disco como no se había hecho antes. Bowie se llevó una cuota de éxito, que segurament­e no merecía, mientras el trabajo del pobre Ronson quedó encomendad­o al recuerdo de los melómanos. RCA Records hizo un anuncio de radio para el lanzamient­o del álbum: «En medio de toda la locura ficticia, la depravació­n simulada y los anarquista­s pseudo-sexuales, Lou Reed es real. Lou Reed: el original». Por una vez, un publicista hizo bien su trabajo.

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Lou Reed, en la icónica imagen que sirvió de portada para «Transforme­r» UPI

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