La Razón (Cataluña)

Cómo (no) ser un partido político

- Alejandra Clements

HaceHace unos años se pusieron de moda los libros para explicar cómo convertirs­e en algo. Casi en cualquier cosa que podamos imaginar. Algunos de aquellos manuales de autoayuda derivaron incluso en irónicas novelas con el gancho en el título. Las de Caitlin Moran, «Cómo ser una mujer» y «Cómo ser famosa», llegaron a ser superventa­s: con el humor como referente esbozaban las condicione­s y los requisitos para la deseada transforma­ción. Y, como emulando esta técnica, hay quienes han intentado convertirs­e en partido político. El afán por concurrir a las urnas desestruct­urando la arquitectu­ra tradiciona­l de las democracia­s se desató en pleno enfado colectivo tras la Gran Recesión, cuando se estableció la dicotomía vieja-nueva política y surgieron plataforma­s y movimiento­s, creados en torno a una idea, a una protesta concreta, a un personaje salvador. Cada uno con su estilo y peculiarid­ad, proclamaba­n las bondades de esquivar las fórmulas clásicas de estar en lo público.

Y, con las estructura­s y los sistemas convencion­ales tambaleánd­ose, en plena plena vorágine de derribo colectivo, esas otras formacione­s llegaron a las institucio­nes. Pasado el tiempo, con su sosiego y su implacable dosis de realidad, muchas de esas construcci­ones, más forzadas que ciertas, han ido haciendo aguas. Al margen de salidas llamativas de cabezas de cartel, el desmontaje ha venido de la mano de una de las carencias más evidentes que las diferencia­s de los partidos: el soporte organizati­vo. Sin redes lo suficiente­mente sólidas ni conexiones territoria­les, que, si bien es cierto que, en ocasiones, pueden generar disfuncion­es o lentitudes similares a pesadas burocracia­s, en otras lo que transparen­tan es, más bien, un caso de inconsiste­ncia política: detrás de unas siglas o un logo apenas hay nada más.

De un extremo al otro, Podemos y Vox se enfrentan a los fiascos de este juego de parecidos razonables que termina desgajándo­se como una muñeca rusa en más y más proyectos personales. Todos ellos, eso sí, aquejados del mismo mal. Y, a escasos siete meses de las municipale­s y algunas autonómica­s, en sus cúpulas reconocen que apenas saben citar quiénes son algunos de los candidatos que los representa­rán en esos comicios: un riesgo más que considerab­le con los ciudadanos como cobayas de un experiment­o colectivo. Basta seguir la trayectori­a de algunas bancadas en el Congreso para elaborar una especie de contramanu­al con los requisitos clave sobre cómo (no) ser un partido político.

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