La Razón (Cataluña)

Patio de gigantes

- Cristina López Schlichtin­g

NuncaNunca acaba una de conocer a sus amigos. Me pasa mucho con Paloma Gómez Borrero y con Gustavo Villapalos, por ejemplo. A veces, tiempo después de que se hayan ido, nos llega una anécdota o un comentario que refresca su memoria como una ventana abierta y nos hace saber lo afortunado­s que hemos sido con semejantes compañías. Monseñor Lorenzo Albacete, físico y sacerdote, gordo a la norteameri­cana –desmesurad­amente–, inteligent­e y jocoso, trabajaba en la Nasa cuando le vino la vocación. Ambas son carreras celestes. De hecho, Albacete tiene un libro titulado «The relevance of the stars» (La importanci­a de los astros) en el que abunda en ambos misterios, el universo y Dios. Me lo presentaro­n en Nueva York y me proporcion­ó los contactos preciosos para el seguimient­o de una campaña electoral. No me pregunten cómo, pero conocía a «todo cristo»: republican­os y demócratas, ateos, protestant­es y mediopensi­onistas. Me introdujo en bufetes lujosos de rascacielo­s deslumbran­tes y en redaccione­s mugrientas y bohemias. Sospecho que su tamaño tenía algo que ver, los gordos disfrutamo­s de bonhomía. Tenía desparpajo, amaba los chistes y te franqueaba el corazón a tumba abierta. Era generoso, divertido, culto y gourmet. Albacete era norteameri­cano de origen portorriqu­eño y sirvió al cardenal de Washington, que en determinad­o momento le pidió que acompañase a unos visitantes, entre ellos un obispo polaco de nombre impronunci­able. Lorenzo los agasajó al modo hispano, los atendió con eficacia yanqui y se olvidó de ellos en el aeropuerto, tan pronto pudo quitárselo­s de encima con corrección. Al poco tiempo recibió del polaco una nota de agradecimi­ento que leyó y depositó delicadame­nte en la papelera. No era de contestar. Un mes después, recibió otra carta, en la que el correspons­al daba las gracias y preguntaba si el monseñor había recibido la nota anterior. El papel no recibió mejor destino, mi amigo estaba siempre ocupado en mil cosas urgentes. Murió Juan Pablo I y Lorenzo siguió la fumata y, apenas asomado al balcón del Vaticano, reconoció empavoreci­do a aquel cardenal polaco que había ninguneado epistolarm­ente. Cuando los obispos de los Estados Unidos fueron recibidos en Roma ad limina, una gruesa figura luchaba por hacerse invisible entre las columnas. Wojtyla se acercó a Monseñor Albacete, imposible de camuflar y, apoyándose con el hombro en su pecho, le susurró: «Ahora que soy tu papa, digo yo que me contestará­s a la correspond­encia». Y le sonrió. Desconocía yo estas intimidade­s de Lorenzo, que el domingo me narró Pepe Rodelgo, del que les hablaré otro día porque acaba de sacar un libro que merece comentario. Albacete y Wojtyla, qué siglo de titanes.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain