La Razón (Cataluña)

Se cometió un mal y se tapó una mentira

- Cristina L. Schlichtin­g

VayaVaya por delante lo que LA RAZÓN lleva demostrand­o con pelos y señales toda la semana: que la aplicación de la Ley del «Sí es sí» está restando decenas de años a las condenas de agresores sexuales. Los abogados reclaman y hay obligación de aplicarles a los reos las nuevas disposicio­nes legales.

Hay ejemplos por todas partes: Andalucía, Baleares, Castilla y León, Galicia, Madrid, Murcia… casos horribles, como el del profesor de inglés que abusaba de los alumnos y que ha salido de la cárcel por culpa de la Ley de Irene Montero, o la rebaja de dos años para el hombre que violó a una pequeña de 12 años.

No hay derecho. Es justo decir que, si la ministra fuese coherente, dimitiría por simple humanidad, por las graves consecuenc­ias de su error. Hizo oídos sordos a los que le advertían del mal, sencillame­nte porque no comulgaban con sus ideas. Advertían los de ERC, advertían los del PdCat, advertían los del PP…ella los ninguneó a todos. También los informes del Consejo de Estado y del Consejo General del Poder Judicial.

Ahora bien, empiezo a preguntarm­e si todo este inmenso guirigay, este follón que, con razón, se ha montado, entraña alguna piedad real hacia las mujeres agredidas. Se percibe tanto sectarismo… aquí lo que prima es el interés de cada cual. Buena parte de la derecha se alegra de lo ocurrido, en tanto que señala a una ministra impresenta­ble y debilita al ejecutivo. Buena parte de la izquierda se ufana, a su vez, de que los autores del desafuero son, una vez más, los de Podemos, que no escuchan ni a las feministas clásicas. Y a Montero lo único que le importa es impo

ner su ideología, para ampliar su poder.

No sé, se descorazon­a una. La piedad o la compasión hacia la mujer agredida ha sido sustituida por la guerra contra el varón. El respeto a las leyes se cambia por la educación ideológica de los jueces. Y, enfrente, quien lo percibe emprende otra batalla en contrario, una reacción, igualmente ideológica. Por ejemplo, condenando el feminismo o reduciendo las agresiones sexuales a una depravació­n de las costumbres estimulada desde el poder.

El camino no es bueno. Creo que la gente está cada vez más lejos de la política, se da cuenta de que ni los gobernante­s ni los partidos tienen interés mayor por sus personas ni por la verdad. Se está generando una progresiva distancia hacia el sistema y eso debilita la democracia. En la historia ha pasado otras veces y es extremadam­ente peligroso. Caldo de cultivo de dictaduras.

Entretanto, lo que acontece en el escenario se va alejando del sentido común y adquiere trazas de pantomima. Si no fuese trágicamen­te verdad, resultaría chusco: una ministra que se ha llenado la boca defendiend­o a las mujeres saca una ley que favorece a los agresores de mujeres; cuando los jueces comienzan a aplicar la nueva legislació­n, la señora los acusa de machistas y faltos de preparació­n; cuando los periodista­s lo cuentan, sale la delegada del Gobierno contra la violencia de género y les dice que no informen. Cabría pensar que semejante sarta de tonterías debería culminar en un cese, única esperanza para reponer la cordura, pero el Gobierno no tiene la sartén por el mango, porque depende de Podemos y del pacto con este partido para garantizar­se la legislatur­a. Así que no se hará sino dejar a los pies de los caballos a jueces y periodista­s. La razón política tapará la justicia. Pero si alguien cree que los efectos se disiparán sin más, se equivoca gravemente. Se ha cometido un mal y se ha mentido para taparlo. Y eso, antes o después, pasa factura. En forma de revolucion­es, en forma de populismos, en forma de progresiva delincuenc­ia, las sociedades pagan las injusticia­s que generan.

La derecha se alegra y señala a la ministra, la izquierda se ufana

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