«El señor de los anillos», elfos, enanos y la Gran Guerra
► J. R. R. Tolkien no solo concibió para esta obra un mundo fantástico, también queda en sus páginas una honda reflexión sobre el hombre y los conflictos bélicos
Este libro es algo más que literatura para adolescentes. Unas páginas de aventuras muy bien aderezadas y salpicadas por seres de arraigo mítico que pertenecen al acerbo popular y que pueblan el imaginario de las sociedades desde épocas remotas. Aunque la película ha dejado la impresión de ser una sucesión de episodios heroicos, épicos, los volúmenes que encierran esta historia son mucho más que eso.
La narración continuaba la línea de un libro anterior, «El Hobbit», también de enorme éxito y donde se avanzaban prácticamente muchos de los temas y asuntos que se tratarían después en una narración más compleja y extensa que abarcaría no uno sino tres libros, en concreto, «La comunidad del anillo», «Las dos torres» y «El retorno del rey». Poseen un paginado adecuado para que los muchachos (y los adultos) se sumerjan en su mundo con un enorme deleite y una minuciosa descripción de sus pormenores, historias y detalles. Siempre queda la tentación de reducir estas obras a una especie de conglomerado de tradiciones, recitados, leyendas y mitos. Como si fuera un «remake» adecuado a nuestro tiempo de una serie de figuras y personajes. Pero lo cierto es que Tolkien estaba muy lejos de ser un burdo amanuense, un tipo de imaginación corta y comodona que se dejara vencer por lo sencillo. Y es que en él habitaban ambiciones de mayor espectro y arquitecturas literarias más desafiantes. Tolkien partía de unas preocupaciones humanísticas y personales que distaban bastante de las de uno de esos novelistas que lo único que desean es pergeñar un éxito rápido y fácil con el que entregarse a la buena vida.
Buenos y malos
El hombre siempre sintió una acuciante llamada hacia lo espiritual y aquí, en este tríptico, sobresale de manera especial. Aragorn, que para muchos siempre será ya Viggo Mortensen, es un claro reflejo del anhelado rey del que todos aguardan que venga algún día. Vamos, en palabras más llanas y a las bravas, Cristo. Pero no es la única referencia a ello. De hecho, todo el texto oscila entre la batalla entre el bien y el mal. Los buenos, además, poseen una especie de luminiscencia personal, mientras los malos provienen de las sombras y parecen haber sido fraguados en ellas. Incluso en la manera de representarlos hay cierta tendencia. Los buenos, aunque son pocos, tienen conciencia clara de lo que quieren y están todos individualizados, poseen características personales. En cambio, los malos, igualquesucedeenpelículascomo
«Star Wars», que ha bebido también de este afluente literario, están bestializados, son crueles y se presentan casi uniformizados por su propia animalidad. En esta batalla entre ambos dos polos, está claro dónde se encuentra el infierno y dónde el cielo. Y, también, cómo el bien cuenta por lo general con menos partidarios que el mal, que, en cambio, suma numerosas legiones, todas contentas de participar en sus diversas crueldades. Y todo esto no sale de la nada. Ni siquiera de una mala pesadilla de invierno. Porque lo que late al fondo es la experiencia que vivió el propio Tolkien en la Gran Guerra.