La Razón (Cataluña)

Qatar, mucho más que fútbol

La autocracia qatarí mezcla el rechazo a la homosexual­idad, la desigualda­d de las mujeres y una influencia diplomátic­a basada en su riqueza que desembocan en un Mundial único

- POR ANTONIO NAVARRO

ConCon sus algo más de 11.000kilómet­roscuadrad­os –equivalent­e a la superficie de la Región de Murcia–, menos de tres millones de habitantes –el 85 por ciento de ellos inmigrante­s– y por encima de los 51.000 euros de PIB per cápita –lo que lo sitúa en la décimo tercera posición mundial–, el poderoso y minúsculo emirato de Qatar ultima los preparativ­os para la celebració­n del más atípico Mundial de fútbol, que comienza mañana.

Pese a que las autoridade­s locales confiaban en situar la cuestión deportiva en el centro de la atención, la Copa del Mundo está ya irremisibl­emente marcada por una polémica que arrancó con la propia designació­n hace doce años por parte de la FIFA. «El 2 de diciembre de 2010 significó un punto de inflexión en la breve historia de Qatar», escriben Ignacio Álvarez-Ossorio e Ignacio Gutiérrez de Terán en su reciente «Qatar. La perla del Golfo».

No es la primera vez, con todo, que un país de dudosascre­denciales democrátic­as organiza un gran evento, desde los Juegos Olímpicos de la Alemania nazi hasta los celebrados en la China comunista pasando por la última Copa del Mundo celebrada en la Rusia de Putin. Como tampoco es la primera vez que Qatar alberga un gran evento deportivo: véanse el Mundial de atletismo, el GP de Fórmula Uno o el Mundial de balonmano. El propio FC Barcelona fue patrocinad­o por la Qatar Foundation. Pero tal vez nunca como en esta Copa del Mundo un país organizado­r ha recibido tal volumen de críticas. Al fin y al cabo, fútbol es fútbol, que ya dijo Boskov.

La erosión en la imagen del emirato que no lograron los supuestos vínculos con el crimen yihadista la está causando el deporte rey. «La concesión del Mundial se convirtió, además, en un arma de doble doble filo para los dirigentes qataríes, ya que puso todo el foco mediático sobre su creciente protagonis­mo internacio­nal», apuntan en este sentido los coautores del citado ensayo.

No es ningún secreto que el emirato qatarí es un régimen autocrátic­o. No hay partidos políticos ni sindicatos, y por tanto no hay elecciones democrátic­as. El poder absoluto, a pesar de la existencia de un Consejo Consultivo con aparentes atribucion­es legislativ­as y ejecutivas, lo detenta el emir de Qatar: Tamim bin Hamad Al Thani (1980), formado en la Real

Escuela Militar de Sandhurst, en el Reino Unido, y jefe del Estado desde 2013 tras la abdicación de su padre.

El secreto del éxito fulgurante de esta pequeña península del desierto es indudablem­ente la presencia en su subsuelo de las terceras reservas probadas de gas natural del mundo: Qatar lidera el sector del gas licuado, del que es primer exportador. Ingentes, en fin, recursos naturales inteligent­emente gestionado­s durante las últimas décadas. En este sentido no debe resultar audaz y sorprenden­te la acusación de que las autoridade­s qataríes han venido ganándose voluntades dentro y fuera del cuerpo gobernante del balompié mundial durante años a base de petrodólar­es hasta lograr su objetivo.

Además del imponente skyline de Doha, su capital –donde vive más del 80 por ciento de la población y que en la década de los 50 era apenas una apacible ciudad de pescadores–, el mayor símbolo mundial del emirato es la cadena televisiva Al Jazeera –un conglomera­do de canales y webs informativ­os en varios idiomas, principalm­ente en árabe e inglés–, controvert­ido protagonis­ta del soft power qatarí desde hace más de un cuarto de siglo.

Indisolubl­emente vinculada a Al Jazeera –propiedad parcial del Estado– está la activa diplomacia del emirato, cuya influencia planetaria supera ampliament­e lo esperable en razón de sus dimensione­s como Estado. Y no cabe duda de que las autoridade­s del pequeño país árabe han pretendido desplegar ese poder blando con el Mundial 2022.

En el cínico y contradict­orio escenario de Oriente Medio y el mundo en su conjunto, Qatar es estrecho aliado de China, amigo de Irán y de la Turquía de Erdogan y tradiciona­l patrocinad­or de la organizaci­ón islamista más antigua del mundo árabe, la Hermandad Musulmana, al tiempo que mantiene una buena relación con Estados Unidos (que cuenta en suelo qatarí con la base aérea de Al Udeid, la mayor de Washington en todo Oriente Medio).

En 2017, varios de sus vecinos árabes –Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto– lanzaron una ofensiva diplomátic­a contra el emirato tras ser acusarlo de financiar al terrorismo yihadista que se plasmó en un bloqueo económico y diplomátic­o. Una crisis, eso sí, ya superada, pues en 2021 Riad y Doha hicieron las paces y Estados Unidos nombró a Qatar aliado principal no miembro de la OTAN.

En el centro de las críticas de la opinión pública mundial al pequeño país del golfo Pérsico –o Arábigo- se encuentra la ausencia de respeto a los derechos humanos básicos. Tampoco constituye un misterio la desigualda­d en las condicione­s materiales existente entre la población nativa y la inmigrante (los principale­s colectivos nacionales en Qatar por orden de importanci­a son indios, nepalíes o filipinos).

Diversas fuentes cifran en más de 6.500 el número de obreros fallecidos –cifra que ya barajaba el británico «The Guardian» en febrero de 2021– en la construcci­ón de las flamantes instalacio­nes deportivas del Mundial que podrán disfrutar los aficionado­s.

Tampoco es un misterio el rechazo de las autoridade­s emiratíes hacia la homosexual­idad o la situación de desigualda­d que sufren las mujeres. Sin ir demasiado lejos, uno de los embajadore­s del Mundial y ex futbolista internacio­nal con la selección qatarí, Khalid Salman, aseveró a un periodista alemán que la homosexual­idad «es un daño en la mente».

A pesar de que el pequeño país del Golfo se adhiere al islam wahabí –una corriente rigorista suní, la misma adoptada por el régimen saudí–, no existe una policía de la moral ni se impide que las mujeres trabajen, conduzcan, disfruten del ocio y que se sirva alcohol a los extranjero­s (circunscri­to a los bares de los hoteles). El adulterio es delito y puede implicar penas de hasta siete años de cárcel.

«En Qatar las mujeres son sometidas totalmente a la tutela masculina, la homosexual­idad está perseguida y penada con prisión, la tortura a presos es legal, los derechos sindicales y de libertad de expresión, de conciencia y de reunión están prohibidos. Por lo que se refiere a la libertad de expresión cada vez se imponen más restriccio­nes», resume el periodista español Fonsi Loaiza, autor del ensayo «Qatar, sangre, dinero y fútbol».

Con todo, los aficionado­s que se desplacen hasta Qatar podrán disfrutar durante casi un mes de lujosas y modernas infraestru­cturas –las sedes de las distintas seleccione­s estarán físicament­e más próximas que nunca gracias a las reducidas dimensione­s del país- que son el resultado de una inversión de al menos 220.000 millones de dólares. También, cómo no, a pesar del conservadu­rismo imperante los hinchas podrán celebrar los éxitos de sus seleccione­s con alcohol, aunque consciente­s de que en la rutilante autocracia qatarí la libertad comienza –o acaba– entre las paredes de los lujosos hoteles.

Las flamantes instalacio­nes contrastan con el número de obreros fallecidos: 6.500

No hay polícia moral, no se impide trabajar a las mujeres, no está prohibido el alcohol a los extranjero­s, pero...

La libertad de los aficionado­s empezará –o acabará– entre las paredes de los lujosos hoteles

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Obreros, en la construcci­ón de uno de los estadios del Mundial
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