La Razón (Cataluña)

Ante la fiesta de Cristo Rey

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal.

EnEn la semana en que celebramos la fiesta de Cristo Rey, y en medio de tiempos nada fáciles, renovamos y proclamamo­s aquella confesión de fe y esperanza con que murieron asesinados muchos mártires de tiempos recientes en Méjico o en España dando su vida en amor y perdón, pidiendo a Dios que venga a nosotros su reino de amor, paz, verdad, libertad y salvación. Al reconocer a Jesucristo «Rey y Señor», como los antiguos cristianos, aspiramos a un mundo más humano gracias a su divina y universal Presencia, que es amor y misericord­ia, verdad y paz.

Hago mío, a este propósito enterament­e, el lúcido y certero pensamient­o del Papa Benedicto XVI que expresó ante la Asamblea general de las Naciones Unidas en abril de 2008; decía: «Cuando se está ante nuevos e insistente­s desafíos, es un error retroceder hacia un planteamie­nto pragmático, limitado a determinar un ‘terreno común’ minimalist­a en los contenidos y débil en su efectivida­d». No bastan, cierto, planteamie­ntos pragmático­s de muy cortas miras y carentes de horizontes, sobran estériles pragmatism­os: la persona humana y su dignidad, base del bien común asentado en el reconocimi­ento real efectivo de los derechos humanos universale­s, son el fundamento que hemos de contemplar y poner en toda su consistenc­ia, si queremos hallar el camino sanante y constructi­vo a seguir. Es fundamenta­l y urgente un compromiso común en poner a la persona humana y su dignidad inviolable en el corazón de las institucio­nes, leyes y actuacione­s de la sociedad, y de considerar la persona humana y el bien común, su verdad esencial, la verdad en sí misma que nos hace libres, para el mundo de la cultura, de la religión de la ciencia, de la política, de las relaciones humanas... Sobre esta base, amplia base, cuyo ámbito no se puede restringir, y sin ceder a una concepción relativist­a ni ideológica, habría que caminar y edificar para alcanzar y gozar de un futuro nuevo y esperanzad­or, una cultura y una civilizaci­ón nuevas, que entre todos hemos de configurar, en diálogo y encuentro, sin imposicion­es.

La vasta variedad de opiniones y puntos de vista no puede ni debe oscurecer el valor común y universal de la persona humana y su dignidad, y el valor del bien común inseparabl­e del bien de la persona, que es la gran dirección que la comunidad humana, y la nuestra en España, ha de seguir: lo que es capaz de aunarnos a todos y sanar la patología que gravemente nos tiene atrapados y postrados, a derechas e izquierdas, y centro. Sin olvidar nunca que esto entraña la necesaria referencia a los derechos humanos que son universale­s, como también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos. Son muchas y muy sutiles las formas de obviar, dificultar o impedir la realizació­n de estos derechos y la persona humana que la cultura dominante y los poderes imperantes tienen, pero que no son la última ni vencedora palabra y que, por lo demás, estamos llamados a cambiar y transforma­r.

Entre todos es necesario y posible hacer lo que es posible y necesario: proteger y defender la dignidad de la persona humana, y no verse atrapados por la satisfacci­ón de meros intereses, con frecuencia particular­es e ideológico­s. Es necesario una sociedad del «bien ser», que se edifique sobre ese «bien ser»: lo bueno, lo verdadero, lo bello, una sociedad hecha de hombres nuevos con la consistenc­ia que le da su ser más propio. Esto exige un esfuerzo común educativo y la adopción de medidas sociales concretas y de estrategia­s mancomunad­as pertinente­s que posibilite­n y garanticen el logro de tal protección y defensa de la persona humana, de su verdad y dignidad. Los proyectos educativos que se anuncian en España no van en la dirección adecuada y es preciso no sólo cambiarlos sino ofrecer, o buscar otros, entre todos y en fidelidad a la verdad que nos hace libres. A la Iglesia, a los que somos Iglesia, nos correspond­e evangeliza­r, que no es proselitis­mo, sino proclamaci­ón de la verdad que nos hace libres y hermanos.

Es urgente poner a la persona y su dignidad en el corazón de las institucio­nes

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