Ni se crea ni se destruye, pero tiene un precio
► Teresa Ribera defiende la energía como vector de construcción europeo ► Ha tenido que lidiar un toro difícil, con aristas políticas y negociaciones de «papel couché»
Antoine-Laurent de Lavoisier (1743-1794) alumbró, antes de ser ajusticiado en la guillotina «porque la Revolución no necesita científicos» según el juez que lo condenó, la llamada Ley de conservación de la materia. Fue uno de esos saltos de gigante de la ciencia, al que contribuyó más de lo que se le ha reconocido, la mujer del científico, Marie Anne Paulze (1758-1836), que gracias a que era políglota permitió la rápida difusión del trabajo del matrimonio. La teoría de Lavoisier, que también trabajó en proyectos de iluminación de París y del saneamiento de aguas, se resume en que «la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma».
Teresa Ribera es vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Transición Demográfica del Gobierno de Pedro Sánchez, a quien apoyó desde su primera etapa como secretario general de los socialistas. Desde hace un cuarto de siglo ha estado vinculada a los asuntos relacionados con el cambio climático, con una militancia destacada en el bando ecologista. Sus críticos la acusan de «talibán» medioambiental, algo que ella encaja –a pesar de su genio– incluso con orgullo. Ayer protagonizó –y estrenó– en LA RAZÓN el foro «Conversaciones con» y respondió a las expectativas, aunque no dejara contento a todo el mundo. Nunca nadie lo hace. «La energía es un vector de construcción europeo», dijo la «vice» tercera que quiere inversiones –nacionales y foráneas– en el sector energético español porque defiende que hay oportunidades de beneficio. Para ella, eso no es contradictorio con los nuevos impuestos, tan contestados, a las compañías energéticas que, a pesar de las diferencias, quieren mantener buenas relaciones. «No coincidimos en casi nada, pero nos llevamos bien, comentaban ayer con sorna directivos de una gran compañía del sector que acudieron a La Razón a escuchar a la «jefa» como también la llaman muchos electrogasistas.
Teresa Ribera ha tenido y tiene que lidiar un toro difícil, que se enreda por sus aristas políticas y por sus efectos. Habla de «papel couché energético» cuando se refiere a las negociaciones europeas para fijar un tope al gas y mantener unos precios, artificiales para algunos. La inflación española se beneficia de eso, pero la vuelta a la normalidad puede dar algún susto. El Gobierno no sabe muy bien cómo hacerlo, pero la subvención de 20 céntimos a los carburantes para todos tendría los días contados. La propia vicepresidenta Ribera admite que es una medida que «puede ser regresiva», ya que favorece a quien más usa el coche. El Gobierno apuesta por erradicar la energía nuclear en España y espera cumplir los plazos previstos, pero recuerda que hay previstas –si es necesario– prórrogas para las centrales nucleares. Talibanismos aparte y, en voz baja, es un baño de realidad en plena crisis energética.
La «vice» tercera es una mujer firme, muy firme afirman quienes negocian sin éxito con ella, pero también hábil y con olfato político. Las energías renovables, los vehículos eléctricos y el veto nuclear son también opciones políticas con una clientela que los socialistas quiren mimar. Ribera, entusiasta del coche eléctrico, reclama que España mantenga –en PIB y empleo– su industria automovilística también con esos vehículos. No es sencillo. Tampoco imposible. Para lograrlo Ribera confía en otra legislatura con Gobierno de coalición como el actual del que se proclama «muy defensora». Dice la leyenda que Josep Plá (1897-1891) cuando vio Nueva York iluminado por la noche preguntó «¿quién paga esto?». Al fin al cabo, la transición energética también responde a que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, pero eso hay que pagarlo, algo que también sabía Lavoisier.