Xi intenta frenar una «revolución de colores»
► El mayor desafío tras Tiananmen Las manifestaciones se apagan pero la indignación contra la política «covid cero» sigue latente en Pekín y Shanghái
ElactoElacto de sostener un papel en blanco se ha convertido en un símbolo de reivindicación en China, donde una población enfurecida se ha lanzado a las calles de las principales ciudades para protestar contra las actuales medidas gubernamentales basadas en un sistema de control total. Mientras el Gobierno se aferra a la legitimidad de su política «covid cero», las revueltas contra las duras restricciones contra la enfermedad estallaron en toda China durante el pasado fin de semana, dejando entrever que una posible «revolución de los colores» podría estar empezando a tomar forma. En ciudades como Shanghái y Pekín se produjeron concentraciones de una magnitud que no se veía desde las protestas de la Plaza de Tiananmen en 1989.
El líder supremo de China, Xi Jinping, se ve a sí mismo como un salvador, ungido para alejar al Partido Comunista y a su país de la corrupción y la influencia extranjera, hacia una «nueva era» de prosperidad, poder y devoción política. Sin embargo, el pánico a una «revolución de colores» ha hecho agonizar al todopoderoso líder desde su toma del poder en 2013, como demuestran sus muchos esfuerzos por hacer de la segunda economía mundial una fortaleza infranqueable.
Xi teme que la sociedad china se divida, alejándose de los principios fundamentales del PCCh. Así, considera que eliminar la infiltración de «influencias occidentales» en la sociedad es el primer paso para salvaguardar el régimen. Por ello, en abril de 2013 imprimió el «Comunicado sobre el estado actual de la esfera ideológica», que advertía de la amenaza de siete valores occidentales «peligrosos», y por ello los vetaba. Entre ellos se incluye la democracia constitucional occidental, los «valores universales» (de los derechos humanos), la sola ciedad civil, el neoliberalismo, la independencia de los medios de comunicación, el «nihilismo histórico» que critica el pasado del PCCh y el cuestionamiento de la naturaleza socialista de la República Popular.
En este contexto, algunos medios de comunicación en línea dentro de la China continental, han apuntado a fuerzas extranjeras como las instigadoras de las manifestaciones que han desestabilizado el país este fin de semana.En este sentido, la tecnología moderna le ha permitido además un estricto control de la población, aún mayor que el que ya aprendió de Mao, como la vigilancia por parte de numerosos «comités de barrio». Entre los desarrollos más notables se encuentra el Sistema de Crédito Social nacional, que califica, castiga y premia a todas las empresas y personas, así como las tecnologías de vigilancia masiva como el reconocimiento facial, el seguimiento de la ubicación de los móviles y el «pasaporte digital» ideado durante la pandemia de covid-19.
El PCCh afirma que estas herramientas se desarrollaron en beneficio del pueblo, como para promover los tratos honestos, reducir la delincuencia y proteger la salud pública. Pero la realidad es que se han utilizado para controlar las actividades de la población, identificar a los disidentes y peticionarios, y poner fin a protestas y levantamientos. Cabe destacar que estos instrumentos de vigilancia no solo reprimen a las empresas chinas, sino también a las extranjeras. A pesar de todo ello, en los últimos años se han producido en la nación asiática manifestaciones masivas e incidentes antigubernamentales, y hostilidad hacia el Gobierno autoritario va en aumento. Los observadores afirman que este nuevo énfasis en las «revoluciones de colores» por parte del Partido Comunista se debe a la preocupación por el aumento de estos disturbios.
De hecho, la política laboral ha visto salir a la calle a millones de trabajadores despedidos de empresas públicas, así como a cientos de miles de sus homólogos entre los obreros inmigrantes de las industrias manufactureras de exportación. La mayoría exigía protección en los centros laborales, derechos sindicales o prestaciones sociales. No obstante, no solían establecer vínculos interregionales ni buscar una causa común con los residentes rurales, los estudiantes u otros. Una excepción significativa fue el llamado «Incidente Jasic» y sus secuelas en 2018.
En el caso de las protestas rurales, han girado en torno al pago del grano (crisis de los pagarés), las «cargas campesinas», la provisión de bienes públicos esenciales o la corrupción/malversación de los funcionarios locales. A menudo estas han tenido un impacto significativo a nivel local, pero rara vez han trascendido. Las estudiantiles han sido más inusuales, y suelen girar en torno a cuestiones académicas o de carácter general y filosófico.
Recientemente los trabajadores de la mayor fábrica de iPhone en Zhengzhou y de otros lugares han participado en protestas laborales, pero con la etiqueta covid cero como marco para sus quejas. Los estudiantes de docenas de campus universitarios, de forma similar, están organizando todo tipo de acciones, pero también enmarcadas en torno al coronavirus.
La disidencia política generalizada china es muy rara en lo que respecta a ser expresada, pero se ha visto de vez en cuando, como en el movimiento de la Carta 08. Generalmente reprimida con rapidez y dureza, su impacto se limitó a un grupo de intelectuales.
Xi Jinping se ve a sí mismo como un salvador ungido para alejar a China de la corrupción occidental