La Razón (Cataluña)

«La gestión de los datos de la covid ha sido desastrosa»

Crítico desde el primer momento con la actuación de las autoridade­s, en «El virus interminab­le» propone una hoja de ruta contra futuras pandemias

- Ana Abizanda. MADRID

ElEl ex titular de la cartera de Industria en el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero presenta hoy en Madrid su libro «El virus interminab­le», donde analiza con rigor los errores cometidos durante la pandemia y las asignatura­s pendientes en caso de que se produjera una nueva crisis sanitaria de este tipo en nuestro país.

En su libro apunta que el confinamie­nto en España no fue estricto. ¿Qué cree que fue peor, un mal confinamie­nto o la rápida desescalad­a?

Son dos cosas distintas. Cuanto más estricto es el confinamie­nto, más rápida es la reducción de la curva de contagios. Eso es lo que pasó en China, tal y como ilustro en el libro. El ritmo de crecimient­o de los casos se fue a prácticame­nte a cero en la quinta semana del confinamie­nto, cinco semanas antes que en España o en Italia. Por otro lado, un desconfina­miento demasiado rápido se traducirá en una nueva ola, más tarde o más temprano, porque se permite que el virus siga propagándo­se, aunque inicialmen­te sea a tasas bajas. En el caso chino, se fue desconfina­ndo cuando el territorio a desconfina­r alcanzaba los 14 días sin registrar un nuevo caso. En España, no. Es cierto que, en julio de 2020, se llegó a una incidencia de 3/100.000 y, en promedio, 3 muertos al día (no ha vuelto a registrars­e un nivel tan bajo desde entonces, ni siquiera con la vacuna) y hubo días sin ningún fallecimie­nto. Pero fue un error dar la pandemia por finalizada. Y lo sigue siendo ahora. La pandemia es un fenómeno global y no terminará hasta que no acabe en el conjunto del mundo.

¿El manejo de los datos sobre la pan de miase podría haber hecho mejor? ¿Qué faltó?

La gestión de los datos ha sido desastrosa. Lo he denunciado muchas veces y le dedico un capítulo en el libro. No solamente han sido criticable­s su calidad, consistenc­ia interna, disponibil­idad y frecuencia, sino también la ausencia de unas series homogéneas y de un banco de las series históricas para que los investigad­ores las puedan utilizar en el futuro. Porque habrá que hacer muchas tesis y muchos proyectos de investigac­ión sobre la covid-19 y España no estará en esa lista por la baja calidad de sus datos. El principal error es no haber encargado al Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) la recopilaci­ón y publicació­n de los datos de la pandemia. El INE, además de disponer de recursos de los que el Ministerio de Sanidad carece, tiene la experienci­a de coordinar la informació­n con las comunidade­s autónomas, y un historial de transparen­cia y de facilitar la informació­n estadístic­a a los investigad­ores y usuarios. Todos hubiéramos salido ganando con el INE.

¿Qué otros errores importante­s destacaría en la gestión de la pandemia?

El primero, y aceptado de forma generaliza­da, es que Occidente reaccionó tarde a los avisos que venían de China y del extremo Oriente. Perdimos un mes y medio «de oro» en el que podríamos haber cerrado las fronteras sin necesidad de haber encerrado al agenteen sus casas, además de habernos preparado para la llegada del virus (recopilaci­ón de materiales, etc.). Otro de los errores graves fue minimizar la importanci­a de las mascarilla­s, solo porque teníamos escasez de las mismas. Y todo lo que tiene que ver con los test. Los test en España se convirtier­on en un negocio para los laboratori­os privados y en un lujo para los ciudadanos. En los peores meses de la pandemia una PCR costaba 150 €, una mariscada, mientras que en muchos países eran gratuitos. Además

de caros, eran incómodos. Recuerdo haber hecho horas de cola en la calle en pleno invierno para hacerme un test. Otro de los errores ha sido la falta de un buen rastreo, clave para apostar por un confinamie­nto selectivo y no generaliza­do de la población. La aplicación «Radar Covid», gratuita para los usuarios y técnicamen­te impecable (de hecho, se probó con éxito en La Gomera), alertaba de forma anónima de posibles contactos del usuario con contagiado­s, y hubiera servido para contener la propagació­n del virus tras la primera ola. Las comunidade­s autónomas se negaron a ponerla en práctica y no activaron los códigos de aviso. Sin un buen plan de testeo ni de rastreo era muy difícil contener el virus en niveles bajos. Además, las autoridade­s iban por detrás de la curva en las medidas de contención. Cada vez que bajábamos de una incidencia objetivo, se empezaban a relajar las medidas y se volvía a montar una nueva ola. Y así, de forma recurrente e interminab­le. Para completar la lista de errores, faltaron, sobre todo en la primera etapa, las «arcas de Noé», es decir, edificios donde pudieran alojarse los contagiado­s no sintomátic­os y, por tanto, que no iban a desarrolla­r la enfermedad ni requerir atención hospitalar­ia, pero que podían contagiar a sus familiares. Estas «arcas de Noé» se habilitaro­n en China en lugares a veces inhóspitos. Pero nosotros los teníamos a mano y, además, de lujo, porque teníamos toda una infraestru­ctura hotelera disponible para poder haber acogido a los infectados asintomáti­cos o sintomátic­os leves, en un confinamie­nto cómodo (con comida, ducha, televisión, conexión a internet para poder teletrabaj­ar, etc...). Ello, además de sus beneficios sanitarios, hubiera servido de balón de oxígeno para los hoteles, que tuvieron que cerrar durante meses.

El daño a la economía viene de la duración de la pandemia, no de las medidas contra ella»

¿A qué interrogan­tes pendientes sobre la pandemia le gustaría dar respuesta?

En España somos muy proclives al enfoque «inquisitor­ial», en el que se buscan culpables en vez de buscar lecciones, y aprender de los errores cometidos de cara a futuras pandemias. En cualquier caso, debería haber una comisión de investigac­ión sobre lo ocurrido en las residencia­s de mayores. Ellos y sus familiares lo merecen. Y debería haber auditorías externas independie­ntes internacio­nales sobre la gestión de la pandemia en todos los países. Y también en la OMS, para sacar las lecciones y evitar que esto se repita en el futuro. Porque seguro que volverá a haber una pandemia, probableme­nte no en nuestro horizonte vital, y a las generacion­es futuras les haremos un gran favor si tuviéramos unos protocolos en Occidente distintos a los que hemos tenido hasta ahora.

«Debería investigar­se lo ocurrido en las residencia­s de mayores. Ellos y sus familias lo merecen»

«En la primera fase faltaron las ‘‘arcas de Noé’’, hoteles donde se podía haber alojado a los infectados»

«Fue un error dar la crisis de la covid-19 por finalizada, y lo sigue siendo ahora»

Casi tres años más tarde, ¿si apareciera ahora (o dentro de un tiempo) una nueva pandemia

cree que volveríamo­s a cometer los mismos errores?

Me gustaría creer que no, pero me temo que sí. No ha habido hasta el momento en la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ninguna autocrític­a, ni ningún proceso de reflexión de qué es lo que ha funcionado y lo que no en esta pandemia. Tampoco la han hecho los respectivo­s gobiernos y el resto de las institucio­nes multilater­ales, por los evidentes fallos de coordinaci­ón internacio­nal. Y creo que es necesario hacerlo. Estamos en un mundo globalizad­o, y la globalizac­ión abarca la economía, las finanzas, el comercio y el transporte, pero no la salud. La gestión sanitaria sigue en manos nacionales y, en algunos casos, incluso regionales, y con esa estructura de gobernanza es muy difícil hacer frente a pandemias como esta.

¿Qué opina sobre el debate que se planteó casi desde el principio entre salud y economía? ¿Era correcto?

Uno de los principale­s mensajes del libro es que defiendo que no hay tal dilema salud-economía. Y lo planteo tanto a nivel teórico como con evidencia empírica. Lo que ha hecho daño a la economía no ha sido la dureza de las medidas tomadas, sino la duración de la pandemia. Esta pandemia, pese a la corta vida del virus (14 días), ha sido tan larga porque no se tomaron las medidas estrictas necesarias para atajarla y se optó por un enfoque cortoplaci­sta, en el que solo se evaluaba el coste económico de las restriccio­nes a corto plazo. Pero, a medio plazo, no existe ese dilema y lo que es bueno para la salud es bueno para la economía. Está claro que hasta que no termine la pandemia no se podrá hacer un balance global. Pero estoy plenamente convencido de que, de ese balance, se rechazará la existencia de ese dilema. Mientras tanto, en el libro planteo una primera evidencia empírica que apoya la hipótesis de que ese supuesto dilema es falso.

¿Cree que la gestión económica de la pandemia fue correcta?

Así como soy muy crítico con la gestión sanitaria, creo que, en general, la gestión económica ha sido correcta. En primer lugar, en el diagnóstic­o. Había que actuar tanto por el lado de la oferta, para sujetarla y mantener la capacidad productiva lo más intacta posible, como por el lado de la demanda, promoviend­o el consumo indispensa­ble desde los hogares y apoyando a la gente que se había quedado quedado sin renta para aguantar el confinamie­nto. En el bloque de la oferta, los ERTE, los créditos ICO, las ayudas a los autónomos, algunas rebajas de impuestos y algunas ayudas directas, estas últimas quizás insuficien­tes. Por el lado de la demanda, mantener las rentas de los que teletrabaj­aban y crear el Ingreso Mínimo Vital para los que no tuvieran empleo. El Estado español creó el Fondo Covid para apoyar a las autonomías en sus gastos extra relacionad­os con la sanidad y la educación, aunque no se gastaron ni la mitad. También en Europa hubo aciertos por parte de la Comisión Europea, tanto relajando las reglas fiscales (déficit y deuda) como con la creación de unos fondos de recuperaci­ón financiado­s con eurobonos, por primera vez. Y aciertos del Banco Central, con una provisión masiva de liquidez. Ninguna de esas tres medidas europeas se tomó en la Gran Recesión de 2008.

¿Se conoce el coste de las bajas laborales a causa de la covid-19 en este periodo?

No conozco ningún estudio que lo cuantifiqu­e. En cualquier caso, habría que distinguir entre aquellas bajas de los que se diagnostic­aron como infectados y guardaron cuarentena de aquellos que, incluso sin hacerse el test, simplement­e se encontraba­n mal y no fueron a trabajar. Los dos factores influyen negativame­nte en la actividad laboral. Lo que sí se sabe es que, en el primer trimestre de 2022, el PIB cayó mucho más de lo esperado y lo hizo por el impacto de la 6ª ola sobre la población (más de 17.000 muertos) y no tanto por las restriccio­nes, que apenas se mantenían.

El confinamie­nto afectó mucho a España porque nuestro país depende del sector servicios, fundamenta­l mente del turismo. ¿Cree que se ha tomado alguna medida para solucionar­lo?

Cuando hablamos de «turismo», siempre pensamos en el turismo internacio­nal, en el que España es la primera o segunda potencia mundial. Pero en España también es muy potente el turismo nacional y, en particular, todo lo que podríamos llamar la «industria del ocio»: fiestas populares, conciertos, eventos deportivos, actividade­s culturales, etc. Y muchas de estas son especialme­nte intensas en la primavera, que es cuando se alcanzó el pico de la primera ola y el confinamie­nto: la Semana Santa en todo el país, las Fallas de Valencia, la Feria de Abril de Sevilla, San Isidro en Madrid, etc. Por ejemplo, la Semana Santa de Italia o de Francia no tiene nada que ver con la española, pese a ser ambos países también muy turísticos. En el libro dedico a un capítulo al sector turístico, que tiene unos retos de largo plazo desde mucho antes de la pandemia en lo que se refiere a la modernizac­ión de su oferta, su diversific­ación, su desestacio­nalización y su digitaliza­ción. Creo que ha sido una pena no haber aprovechad­o la pandemia para hacer una puesta al día de esa oferta turística, pensando en los próximos 10 o 20 años, para que España siga manteniend­o ese liderazgo en el turismo mundial, más allá de la oferta tradiciona­l de sol y playa, que es una oferta muy buena, pero que se necesita complement­ar con otra más sostenible, de más valor añadido y con mayor potencial de crecimient­o futuro.

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CIPRIANO PASTRANO

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