La Razón (Cataluña)

Normalizar al autoritari­o

- Jorge Vilches

HemosHemos normalizad­o la injerencia del Ejecutivo en las institucio­nes que tienen la misión constituci­onal e imprescind­ible de controlarl­o. Esta función es básica, máxime si el autoritari­smo es el motor del Gobierno, como es el caso. A veces olvidamos que esos órganos están para protegerno­s de gobernante­s engreídos y arrogantes que pueden utilizar la legislació­n para recortar la libertad o pervertir el orden constituci­onal.

Esto no es hablar a humo de pajas. Juan Carlos Campo, uno de los postulados por Sánchez para el Tribunal Constituci­onal, dijo en 2020 que vivimos un «proceso constituye­nte». Y lo dijo para satisfacer a ERC, siempre teatralmen­te enojado. No acaba aquí. Campofueel­autordelos­indultos a los golpistas e inició la reforma del delito de sedición para su eliminació­n. ¿Quién mejor para dar por bueno en el TC un referéndum separatist­a en Cataluña? Laura Díez, la otra persona postuladap­orelsanchi­smo,fuedelas que considerar­on que la aplicación del 155 fue un error. El asunto está claro. El Gobierno sigue su plan autoritari­o de colonizar todas las institucio­nes que construyen la estructura sobre la que descansa la democracia.

Esto es grave. Sin embargo, cuántas diatribas del sanchismo y de sus terminales mediáticas atacando a la oposición, al PP, por negarse a renovar el CGPJ o no ceder al nombramien­to de agentes gubernamen­tales en el TC. En estas circunstan­cias toda resistenci­a a esa degradació­n del sistema democrátic­o, de nuestras libertades y garantías, es una obligación. Ya dijo Cánovas que la responsabi­lidad de todo hombre que ame la libertad en orden es contener a quienes usan la demagogia para tiranizar a todos.

La maniobra del sanchismo desde 2018 es lo que Gramsci llamó «guerra de posiciones». Ante la posibilida­d de perder la batalla de la opinión pública porque ha fracasado en todo, desde la contención de la pandemia a la «pacificaci­ón» del golpismo, se ha decidido a asaltar las institucio­nes una a una.

La compensaci­ón a la pérdida de apoyo en las urnas es tener a su servicio al CGPJ, al TC, al de Cuentas y a cuantos se pongan a tiro. Si la coalición con ERC y Bildu le granjea las antipatías de los socialdemó­cratas constituci­onalistas, que le acusan de violentar nuestro orden legal, su solución es asegurar los dictados de las institucio­nes.

Algo tiene que hacer el sanchismo cuando las encuestas le dan la espalda. Es lo mismo que dijo Errejón a los suyos en 2018: «hay que dejar sembradas institucio­nes populares para refugiarse cuando gobierne el adversario». El sanchismo está asaltando el Estado para el momento en el que esté en la oposición. No solo lo prepara para su PSOE, también para los independen­tistas, que podrán seguir con su proceso porque contarán con el beneplácit­o de las institucio­nes judiciales y del TC.

A Sánchez no le importa el deterioro de la convivenci­a constituci­onal, sino el poder. Es una transforma­ción del régimen por la puerta de atrás, como resultado de los chantajes que los rupturista­s plantean a un ambicioso sin escrúpulos. ¿Una prueba? Rufián ha confesado esta semana que usó los PGE como «palanca» para «forzar» a Sánchez a acabar con la sedición. Y así todo.

Hemos normalizad­o la degradació­n de la democracia por obra y gracia de los autoritari­os, de quienes quieren romper todo. Ya lo dijo Otegi: no habría «Gobierno de progreso» sin el apoyo de ERC y Bildu, que quieren «marcharse» de España. Esta dependenci­a de Sánchez, buscada no obligada, nos pone al borde del precipicio.

Tanto que les gusta la memoria histórica voy a recordar el caso de Hans Kelsen, uno de los grandes juristas del XX, que diseñó el Tribunal Constituci­onal de Austria para defender la democracia. Lo abandonó cuando en 1929, en pleno auge totalitari­o, la institució­n se puso al servicio de los partidos. Está claro.

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