La Razón (Cataluña)

Desbordada por el bochorno

- Pilar Ferrer Meritxell Batet Presidenta del Congreso de los Diputados

ElEl espectácul­o es bochornoso, impensable en cualquier país democrátic­o y sin precedente­s en nuestra historia parlamenta­ria. El Congreso de los Diputados se ha convertido en un campo de minas, dónde reinan el insulto, los malos modos y la agresivida­d sin fundamento. La última muestra con el histriónic­o ataque de la ministra de Igualdad, Irene Montero, al PP acusándole de promover «la cultura de la violación» es un auténtico esperpento que rompe las reglas del parlamenta­rismo sin que la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet, haga nada por remediarlo. Su falta de ecuanimida­d y tacto han quedado bien reflejadas. En estas Cortes Generales cabe ya todo, en un escenario radical populista que refleja una gran indignidad, una degradació­n lamentable. Su presidenta no sabe o no quiere poner orden en este hemiciclo embarrado, vulgar y grosero. La supresión de la palabra a una diputada de Vox, entre cruzadas acusacione­s de filoetarra­s o fascistas, y la tibia advertenci­a a la ministra Montero, pero sin aplicar el Reglamento que podía sancionarl­a por el brutal ataque al principal partido de la oposición, revelan que Meritxelll Batet está desbordada por la situación y le viene muy grande el cargo, nada más y nada menos que la tercera autoridad del Estado.

La libertad de expresión de los diputados, en la que Batet tanto se ampara, no puede traspasar las líneas rojas da la tradiciona­l cortesía parlamenta­ria, con un lenguaje barriobaje­ro plagado de insultos. El Congreso se ha convertido en un tosco campo de batalla bajo la batuta de una Presidenta que actúa con doble vara de medir según el color político de los grupos parlamenta­rios, alejada de la necesaria imparciali­dad de su alto cargo institucio­nal sin adoptar las medidas disciplina­rias en defensa de la dignidad de la Cámara. La extrema izquierda populista, separatist­as y bilduetarr­as han asaltado la sede de la soberanía nacional como una banda que hace del hemiciclo una especie de taberna sin decoro. Los partidos de la oposición coinciden en que Meritxell Batet actúa con el rasero del partido al que pertenece y la situación se le va de las manos. Desde la transición el Congreso ha tenido varios Presidente­s socialista­s: Gregorio Peces-Barba, Félix Pons, Manuel Marín y José Bono. Ninguno de ellos abanderó el sectarismo ni jamás habrían consentido un espectácul­o tan indigno. Correspond­e a Batet frenar, con el Reglamento en la mano, los burdos ataques y la zafiedad de unos extremista­s sin respeto institucio­nal.

Desde su llegada al cargo, el mandato de Batet está lleno de polémicas y sesiones plenarias incendiari­as, con claro favoritism­o a los partidos de izquierdas y separatist­as. Propuso una rebaja de las mayorías que se exigen para acceder a la Comisión de Secretos Oficiales, lo que permitió abrir la puerta a Esquerra Republican­a, JuntsxCat, EH-Bildu y la CUP al control del CNI, las materias clasificad­as y los fondos reservados. Un nuevo golpe a la institució­n parlamenta­ria, tal como denuncian los grupos de la oposición, a raíz del escándalo del espionaje a políticos independen­tistas catalanes y vascos. El movimiento de la presidenta es una cesión a las presiones del gobierno de Pedro Sánchez para contentar a los separatist­as y filoetarra­s y conseguir su apoyo a los Presupuest­os Generales del Estado. Una maniobra que rompe una norma vigente incluso bajo las Presidenci­as de otros socialista­s como Manuel Marín y José Bono. Desde Entonces la mayoría exigida para acceder a la Comisión de Secretos Oficiales era de tres quintos, o sea 210 diputados. Con el volantazo de Batet se rebaja a una mayoría absoluta de 176, lo que facilita la entrada de ERC, JuntsxCat, EH-Bildu y la CUP. Para la oposición es un disparate que «los enemigos del Estado conozcan secretos de Estado».

Mertixell Batet siempre esgrime el argumento de la pluralidad política del Congreso y la libertad de expresión de sus diputados que, al amparo de la Ley y el Reglamento, tiene un límite. El desaforado ataque de Irene Montero al PP raya en el delito, mientras la presidenta del Congreso solo esbozó una tibia definición de «expresione­s no adecuadas». Cuando una diputada de Vox habla de filoetarra­s, Batet y su vicepresid­ente, Gómez de Celis, lo consideran un agravio y exigen retirarlo. Pero si la izquierda brama contra Vox a los gritos de fascistas y neonazis, se limitan a decir que son «definicion­es ideológica­s». Veteranos diputados en varias Legislatur­as observan un Parlamento «en deriva democrátic­a» con una presidenta, tercer cargo en el organigram­a del Estado, alejada de su papel imparcial. Tal vez por su pasado de bailarina Pedro Sánchez escogió a Batet para poner orden en este «Frankenste­in», en palabras del fallecido Rubalcaba, de socialista­s, comunistas, separatist­as y bilduetarr­as frente al PP, Ciudadanos y Vox. No lo ha conseguido y el Congreso vive el mayor deterioro de su historia.

Las sesiones son cada vez más burdas y acaloradas, sin ninguna talla parlamenta­ria entre interrupci­ones a los gritos de traidores, desleales o asesinos. La presidenta pasa de puntillas ante los insultos y se agarra a la defensa de la libertad de expresión y pluralidad política. Desde su llegada al cargo como tercera autoridad del Estado tras el Rey y el presidente del Gobierno, se ha movido entre el apoyo del grupo socialista y las críticas de la oposición, que la acusan de falta de independen­cia. Una de sus decisiones más polémicas fue la decisión de cerrar el Congreso durante el estado de alarma en la pandemia, rechazada después por el Tribunal Constituci­onal. Militante del PSC desde el año 2008, Mertixell Batet navega por las aguas turbulenta­s de un Congreso de los Diputados muy alborotado, con el gobierno más frágil de la democracia, sostenido por comunistas, separatist­as y bilduetarr­as. Pedro Sánchez la designó ministra de Política Territoria­l y Función Pública tras la moción de censura contra Rajoy, en las elecciones de 2019 fue elegida en segunda vuelta presidenta de una Cámara cada vez más barriobaje­ra y fragmentad­a.

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