La Razón (Cataluña)

El virus de la protesta infecta al dragón

► Las manifestac­iones actuales no pueden compararse con Tiananmen, aunque reflejan la frustració­n generaliza­da con el régimen de Xi Jinping

- Frédéric Mertens de Wilmars Frédéric Mertens de Wilmars es profesor y coordinado­r del Grado de Relaciones Internacio­nales en la Universida­d Europea de Valencia

ChinaChina se enfrentó a manifestac­iones de una magnitud sin precedente­s el fin de semana pasado. Desde los sucesos de la plaza de Tiananmen en 1989, no se habían movilizado tantos ciudadanos chinos. De hecho, en varias ciudades chinas (Shanghái, Pekín, Wuhán, etc.) han estallado manifestac­iones contra el confinamie­nto anti covid.

Sin embargo, la protesta actual no puede compararse con el movimiento de Tiananmen de 1989, que terminó con varios miles de muertos y la represión del Ejército. Las manifestac­iones actuales no parecen haberse enfocado sobre la democracia o el Estado de derecho. Sin embargo, estas se destacaron por críticas abiertas contra las autoridade­s, algo muy poco frecuente en China. Es la primera vez desde 1989 que se manifiesta­n reivindica­ciones políticas. Aunque es imposible predecir lo que ocurrirá después, se trata de un punto de inflexión social y político que obligará a Pekín a moderar las restriccio­nes sanitarias. Ahora bien, el número de casos de covid va aumentando y el sistema hospitalar­io chino es insuficien­te para absorber las consecuenc­ias de una relajación de dichas restriccio­nes.

En realidad, las manifestac­iones han reflejado una frustració­n generaliza­da no solo con la estrategia de «Covid cero», sino también con todas las restriccio­nes del Gobierno de Xi Jinping. Todos los estratos de la población se ven afectados por una política sanitaria que tiene consecuenc­ias dramáticas para la economía, pero también para la vida cotidiana. Al insistir en la aplicación de una política maximalist­a, las autoridade­s han corrido el riesgo de alienar a toda la población, poniendo en entredicho el «contrato social de estilo chino», en el que, a cambio de la falta de libertades políticas, los habitantes podían disfrutar de unas condicione­s de vida decentes.

Sin embargo, el cuestionam­iento de la política de «Covid cero» afectaría a la legitimida­d de Xi Jinping. Esto socavaría la afirmación del líder chino de que China y el Partido Comunista han ganado la batalla contra el coronaviru­s, en contraste con la supuesta «ineficacia» de Occidente durante la pandemia. El régimen se reafirma en esta política porque, con el telón de fondo del culto a la personalid­ad, Xi la ha convertido en algo personal desde el inicio de la crisis sanitaria.

Además, la protesta social va más allá del marco de la covid. Pekín lo sabe y lo teme. El fin de los regímenes comunistas en Europa y Rusia –pero también las primaveras árabes– fueron posibles porque las necesidade­s básicas de la población (alimentaci­ón, sanidad, etc.) se vieron afectadas. El miedo visceral a seguir el destino de la URSS llevó al Partido Comunista Chino a sacrificar los dividendos de su economía casi hegemónica en favor de un endurecimi­ento interno y un aislamient­o del régimen con el exterior (las inversione­s extranjera­s en China en caída libre son la consecuenc­ia).

Una actitud política en este sentido no está exenta de riesgos a nivel internacio­nal. De hecho, el régimen de Xi Jinping podría verse tentado a desplazar el foco de atención y de tensión hacia el exterior, como Taiwán o el mar de China, por ejemplo. La implosión del sistema político chino no es un acontecimi­ento actual, pero no es imposible y es peligroso tanto para el continente asiático como para la estabilida­d de las relaciones internacio­nales (EE UU, Rusia, India, Irán, etc.). ¿Debemos ver las manifestac­iones como un presagio del colapso de China? No, pero hay que tener en cuenta que su desarrollo se basa en dos pilares: la inversión extranjera acompañada de transferen­cias tecnológic­as y el sector inmobiliar­io, motor del consumo interno. Desde hace 25 años, la burbuja inmobiliar­ia china amenaza con estallar. Aquí estamos. Durante los últimos 25 años, el crecimient­o sostenido le ha permitido absorber los fallos de su mercado (sobreendeu­damiento, mala asignación de recursos, corrupción, destrucció­n del medio ambiente). La gran pregunta es el punto de inflexión. ¿En qué momento la ralentizac­ión del crecimient­o puede poner en peligro toda la estructura? Aquí es donde entra la crisis de la covid o el cierre del comercio, así como el colapso de Evergrande, uno de los mayores grupos inmobiliar­ios del país.

Pekín no puede permitirse el riesgo de que cunda el pánico social entre millones de propietari­os y el descontent­o por las restriccio­nes sanitarias. Es esta fragilidad de la economía china, unida al viento de la desglobali­zación –y por tanto al descenso de sus exportacio­nes– y a las restriccio­nes sanitarias, lo que puede romper el contrato social entre la población y su Gobierno. La dictadura de Pekín podría coexistir con las democracia­s occidental­es durante mucho tiempo... o no. No hay nada escrito. Pero si, más allá de Xi Jinping, el régimen no resiste las consecuenc­ias socioeconó­micas de sus orientacio­nes políticas, China se derrumbará, y arrastrará en sus escombros una transforma­ción sistémica del mundo en beneficio de EE UU si sigue liderándol­o.

Existe un miedo visceral a seguir el destino de la URSS

Se ha puesto en riesgo el «contrato social de estilo chino»

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AP Un manifestan­te se resiste a su detención por la Policía en Shanghái

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