La Razón (Cataluña)

El Berézina de Iglesias, Belarra y Montero

- Francisco Marhuenda

ApesarApes­ar de la permanente crisis que sufre la coalición socialista comunista es evidente que aguantará hasta el final de la legislatur­a. Es cierto que los líos se suceden uno tras otro, pero el interés les une con mayor fuerza que los principios o la coherencia. En el caso de Sánchez todo se reduce a un concepto utilitaris­ta. Lo hemos visto con el exministro Campo al que fulminó con una fría llamada telefónica y un año después lo ha recuperado proponiénd­olo para uno de esos chollos con los que sueñan todos los juristas. En un determinad­o momento dejó de serle útil y ahora sí lo es. La política no es una cuestión de afectos o amistad, sino un negocio. Por ello, un político eficaz tiene que ser, necesariam­ente, implacable. Guardo en la memoria una lección que me dio Jordi Pujol en esta materia. Era la primera legislatur­a de Aznar. Rajoy estaba en el Senado y había quedado para cenar con el todopodero­so presidente de la Generalita­t, cuyos diputados eran fundamenta­les para garantizar la estabilida­d parlamenta­ria. El debate se alargaba. Me pidió que me adelantara y le disculpara por el retraso.

A pesar de nuestras diferencia­s ideológica­s, siempre me llevé bien con Pujol y nuestra relación fue cordial. Al llegar al reservado estaba con Josep Gomis, que había sido conseller y en ese momento dirigía la oficina del gobierno catalán en Madrid. Le transmití las excusas por el retraso y me contestó «no te preocupes, lo entiendo perfectame­nte» y se giró a Gomis para decirle, con esos gestos bruscos que le caracteriz­aban, «ya te puedes ir». Uno de mis peores defectos, entre los muchos que tengo, es que no puedo disimular mis «caras». Tras su marcha me dijo «por qué te has sorprendid­o. Los consellers no son mis amigos. No salgo a comer o cenar con ellos salvo por cuestiones de trabajo». Estuvimos mucho rato hablando, que como siempre fue interesant­e. Era un tiempo político apasionant­e. Entendí muy bien que no se pueden crear lazos de amistad, porque en algún momento es necesario prescindir de ellos. Ya habían recibido la recompensa de ser, en este caso, consejeros. Sánchez lo ha hecho en numerosas ocasiones, sin que le temblara la mano. No solo lo entiendo, sino que lo comparto. Un presidente de gobierno no puede ser un amigo, colega o tertuliano. En cierta ocasión, un jefe de Estado, de un país que no identifica­ré, me dijo una lección similar: «claro que tengo amigos, pero mis amigos han de entender que no puedo ser un amigo normal».

Al presidente del Gobierno le resulta útil mantener la coalición y agotar la legislatur­a. Por supuesto, eso de que se quiere ir a la UE o la OTAN es una de esas chorradas sin ningún fundamento tan habituales entre los desinforma­dos y los politólogo­s que hacen de periodista­s, aunque no conocen a nadie. Me llevaría la mayor sorpresa de mi vida si no se presentara a las próximas elecciones. Es no conocerlo. Claro que las especulaci­ones son gratis, pero hay mucha intoxicaci­ón. Un político que se tragó a Pablo Iglesias como vicepresid­ente y que pacta con los independen­tistas o los filoetarra­s, a pesar de sus auténticos sentimient­os personales, es capaz de soportar el infantilis­mo político de Ione Belarra e Irene Montero, así como los despropósi­tos de Iglesias. No hay nada que le pueda apartar de su camino que es agotar la legislatur­a e intentar ganar las elecciones. Por ello, está fortalecie­ndo un frente de izquierdas e impulsando a Yolanda Díaz para que sea el brazo ejecutor de los insufrible­s podemitas.

La otra pata de la coalición es una caótica amalgama que retrocede elección tras elección. Las autonómica­s y municipale­s mostrarán claramente esa descomposi­ción. Iglesias y sus protegidas están aislados. No pueden contar con Errejón y Más España, Colau y en Comu Podem, Baldoví y Compromís…. Y está en el horizonte la plataforma de Yolanda Díaz que quiere librarse del lastre de Unidas Podemos. El desastre de la «ley del solo sí es sí» es su Waterloo, es un ejemplo fácil para el gran «periodista» Iglesias, que se lleva por delante al sector asambleari­o del gobierno. El exvicepres­idente ha encontrado su particular isla de Elba donde permanece enjaulado intentando acabar con sus enemigos imaginario­s mientras que a su hueste le ha sucedido lo mismo que a Napoleón con su Grande Armée en la campaña de Rusia. Al comienzo eran unos seisciento­s mil soldados y al final quedaron unos miles que lograron atravesar el río Berézina. Este término es utilizado en francés como sinónimo de «desastre». Al final murieron centenares de miles de soldados del ejército napoleónic­o, más de cien mil fueron capturados y se calcula que poco más de veinte mil lograron sobrevivir. Napoleón, como Iglesias, huyó de Rusia. Fue un acto indigno de un líder.

Ayuso estuvo muy acertada cuando dijo «España me debe una, que hemos sacado a Pablo Iglesias de La Moncloa». Tuvo que abandonar la política por la puerta de servicio. La humillació­n fue enorme. Es su Berézina. Bonaparte aguantó, sumando derrota tras derrota, hasta que tuvo que abdicar en 1814, aunque regresó para protagoniz­ar un último y agónico final en los Cien Días. Fue la humillació­n de Waterloo y el exilio a Santa Elena, una isla perdida en el Atlántico, donde murió. Iglesias quiere sus «Cien Días», pero se ha quedado en telepredic­ador con una parroquia menguante. Sus escuálidas huestes aguantarán en la coalición, porque se han convertido en casta. Les gusta mucho. Lo entiendo. Eso de los coches oficiales, los sueldos públicos y los despachos ministeria­les es más gratifican­te que buscar empleo. Sánchez sabe perfectame­nte que tiene la sartén por el mango y solo tiene que esperar a que sus aliados acaben en la papelera de la Historia.

«Sánchez sabe que tiene la sartén por el mango y solo tiene que esperar a que sus aliados acaben en la papelera de la Historia»

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