La Razón (Cataluña)

De Novés a Cuelgamuro­s, el exterminio de los Benayas

► La familia de Delfina, asesinada en 1936, encontró sus restos y pudo llevarle al fin flores al «Valle de reconcilia­ción eterna»

- Andrés Bartolomé. MADRID

El comienzo ayer de las obras previas a las exhumacion­es de 118 cuerpos en el Valle de los Caídos supone la meta ansiada de sus allegados desde hace años, pese a la oposición de 260 familias que temen que esa intervenci­ón pueda alterar lo que quede de los suyos en un maremágnum de humedades y huesos –existe un episodio documentad­os de dudoso éxito como el de las exhumacion­es navarras de 1980–. Pero hay también quienes han descansado al saber que allí reposan los suyos.

Como sucede en la tragedia que, en plena Guerra Civil, se fraguó en Novés (Toledo). Sus protagonis­tas, los Benayas, familia de agricultor­es que «tenía gente a la que daba trabajo», recuerda Marina Benayas, nieta de una de las 133 mujeres enterradas en el Valle de los Caídos. El alcalde perdió todo el poder en favor del comité local. Marina cuenta que su abuelo Román «ya tenía noticias de que antes o después, conforme veía cómo iban cogiendo gente, iban a ir a por él». Él «tenía una pistola escondida en una jardinera en el patio y cuando los del comité fueron a su casa quería echar mano del arma, pero la criada debió verle esconderla y avisó a los milicianos: “¡Tiene la pistola, va a cogerla!”. Así que, de forma voluntaria, Román se entregó para salvar a su mujer y a sus dos hijos». En principio creía Marina que «lo habían llevado a la Casa de las Cadenas –sede del comité–, donde torturaban y a alguno le daban de cena sus propios testículos», pero este verano supo que «directamen­te le encerraron en el calabozo del ayuntamien­to, y al día siguiente le montaron en un carro con otros dos en dirección al cementerio. Uno se tiró, porque sabía el final», pero el destino estaba sellado para todos. A su abuelo «dicen que le dieron una mala muerte; participar­on algunas mujeres, sacándole los ojos –ya llevaba un brazo partido–, y bailaron sobre su cadáver».

Su abuela, Delfina Hernández, «se fue a Madrid con un hermano de mi abuelo, que la llevó con los niños a la calle Princesa. Agotada del viaje, se acostó con un camisón y una bata negra. Pero la criada de la casa alertó de que había llegado una familia de Novés. Se presentaro­n y no solamente se llevaron a mi abuela, sino también a otra criada, a su novio y a toda la familia. Se salvaron otra criada, mi padre y mi tío [con 4 y 6 años], y otra niña». Este grupo, «cuando volvió de pasear» se encontró con que «los habían trasladado a diferentes checas: los mataron a todos».

Lo que Marina y su hermana pudieron averiguar fue que su abuela «había sido asesinada en la Carrantona, en Vallecas, junto a una niña que llevaba de la mano, de unos 15 años».

A su padre, Marino, y a su tío Ernesto «los recogieron para mandarles a Rusia, destino de los huérfanos». Pero ocurrió que «cuando estaban leyendo las listas, un trabajador de la Renfe, al oír Benayas se alertó, porque el apellido le sonaba de su pueblo. Así que se acercó al que hablaba y le dijo: “Acabas de mentar a dos niños, Benayas... ¿Me los puedo llevar?”. “Sí, dos menos para Rusia”. Y se los trajo al pueblo y los entregó a los padres de mi abuela. Vendieron todo para darles de comer».

La familia convivió con el doloroso recuerdo del pasado, pero su tío y su padre decían que «bastante dolor llevaban dentro como para desenterra­rlo. Pero mis primos, mi hermana y yo queríamos saber por lo menos dónde llevar a mi abuela un ramito de flores».

Incluso, dice Marina, «hemos convivido con gente que mi padre sabía que formó parte del comité que mató a su padre y a su madre, pero nunca tuvieron las agallas para dar la cara, y él ya había perdido demasiado. Hoy tiene demencia, pero nunca olvidó cómo olía la madre a la que siempre ha llorado». Ella da fe de « la entereza de esta familia, que fue exterminad­a al completo».

Tras contactar con la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos (ADVC), su presidente, Pablo Linares, les ayudó a cumplir su deseo. «Estaban buscando los restos de los abuelos, pero estaban buscando mal, porque ella sí figura en los registros y él no aparece por ningún sitio, aunque es posible que esté como “desapareci­do”. Qué emoción supuso saber dónde estaba Delfina». Tras pedir permiso a Patrimonio Nacional, pudo acceder con ellos «ante la misma puerta del osario, en el quinto piso de la capilla del Santísimo, a la izquierda del Altar Mayor, donde la familia dejó una corona de flores en un día muy emotivo».

Recordando aquel día, Marina tiene un deseo: «Solo quiero que tras la pared blanca en la que reposan los restos de mi abuela, sus hijos y nietos encontremo­s en la Constituci­ón Española un lugar como es el Valle de reconcilia­ción eterna para España». Y su intención es «rezarle después de 84 años buscándola. A mi abuelo jamás le encontrare­mos».

El Gobierno empezó ayer los trabajos preparator­ios para 118 exhumacion­es en la basílica

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LA RAZÓN / ALBERTO R. ROLDÁN La Casa de las Cadenas de Novés y el Valle de los Caídos

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