Sucursales
AhoraAhora llaman franquicias a las sucursales, pero la casa madre sigue siendo la buena. Me refiero a los restaurantes, en este caso. Dámaso Alonso sentenció que el siglo XX era el siglo de las siglas, y yo me apresuro a asegurar que el XXI es el de los eufemismos. Queremos expresar siempre una idea con otras palabras que no resultan más que un fingimiento para tratar de evitar un tono más auténtico, en definitiva, que nos suavice el concepto que tenemos en la cabeza. Así al negro lo llamamos persona de color o africano, al ciego le decimos invidente, a los recortes los transformamos en ajustes presupuestarios ya la crisis la sustituimos por des aceleración económica.El siglo de la farsa, podríamos incluso decir. Pero, a lo que íbamos. Todos los grandes chefs tienen el ánimo expansivo últimamente y quieren crecer y multiplicarse, como los animales –racionales o no–, y por lo general, fracasan. Antes creaban su espacio con todo amor, en la ciudad o en su pueblo, y lo convertían en lugar de peregrinaje cuando consolidaban su cocina, sus platos, sus especialidades para las que buscaban la calidad óptima de los ingredientes y lo ofrecían como la obra de arte que en realidad era. Ahora todo va en serie, especialmente en sus «franquicias», todo es industrial, todo se elabora en un enorme galpón donde fabrican pienso para el papanatismo gastronómico que presume de haber estado en el nuevo local de fulanito o de menganito. Y que nadie se me ofenda porque pocas fulanitas hay en el negocio. Algunos tenemos ánimo de rastreadores, por eso podemos asegurar y aseguramos que esto es así, aunque haya comentaristas de la especialidad que pretenden darnos una concepción idílica y deformada del asunto que hoy venimos tratando. Para descubrir lo auténtico, fallamos quienes, como yo, probamos de aquí y de allá. Es un buen deporte, no lo niego, pero también les digo que últimamente voy de bluff en bluff, de fracaso en fracaso. Anoche, víspera de este festivo, me marqué un clásico y di en la diana.