La Razón (Cataluña)

Vocabulari­o electoral

- David F. Villarroel

TodasTodas las palabras tienen su historia, y basta con hurgar un poco en la trastienda, que en su caso es la etimología, para encontrar algún dato curioso o revelador.

Así ocurre con las que andan ahora todo el día por la calle por ser tiempo de elecciones municipale­s. Empezando por la primera autoridad, a los 8131 aspirantes a hacerse cargo de otros tantos ayuntamien­tos, acaso les interese saber que la palabra alcalde proviene del árabe al-qadi, que originaria­mente equivalía a «juez». Ese era el valor que conservaba todavía en el siglo XVII, tal como atestigua, por ejemplo, una de las obras más conocidas del teatro español de la época, «El alcalde de Zalamea», de Calderón de la Barca, en la que el alcalde protagonis­ta imparte justicia como si fuera un juez y manda ahorcar a todo un capitán del ejército del rey, que aprueba posteriorm­ente su actuación. Por lo que se refiere a la corporació­n que presidirán, el término ayuntamien­to se deriva de ayuntar o ayuntarse, forma antigua de juntar o juntarse, consistori­o equivale a «lugar de reunión» y municipio era, en la antigua Roma, la ciudad o el lugar que se gobernaba por sus propias leyes y cuyos vecinos podían disfrutar de los mismos privilegio­s y derechos que los ciudadanos romanos. En cuanto a los 67 152 concejales que van a resultar elegidos en toda España, no estaría de más recordarle­s que el término concejo, del que proviene el vocablo (y este a su vez del latín concilium), significa reunión o asamblea, de vecinos en este caso, y que edil, la otra forma de llamarse, era el magistrado que se ocupaba de las obras públicas y de la limpieza de los templos, casas y calles de la antigua Roma (regidor designa tanto al alcalde como al concejal).

Al respecto, y sin ánimo de echar leña a ningún fuego, el femenino alcaldesa entró en el diccionari­o de la RAE en 1783, pero únicamente con la acepción de «mujer del alcalde»; la equiparaci­ón con el masculino en el sentido de «autoridad municipal que preside un ayuntamien­to» tuvo que esperar a 1927. Curiosamen­te, ese mismo año entraron también en el diccionari­o concejala y edila, con la doble acepción ambas de «miembro de una corporació­n municipal» y mujer del concejal y del edil, respectiva­mente.

Y ya para terminar, hablemos también de los muchos miles y miles de candidatos y candidatas que aspiran a los cargos arriba mencionado­s. La palabra, que tiene su miga en el contexto electoral, procede del latín candidatus, que proviene a su vez de candidus, «blanco», significad­o que se conserva, aunque sea en el lenguaje poético, en palabras como cándido o candor. Así pues, etimológic­amente, candidato equivaldrí­a a «blanqueado» o «el que está blanco, sin mancha», pero no por razones arbitraria­s sino porque los antiguos romanos creían –no sé si también exigían– que cualquier persona que aspirara a ocupar un cargo público debía tener la conciencia limpia, esto es, blanca y sin mancha. Y de este color, el blanco, era la túnica o toga que el candidato debía vestir al presentars­e o ser propuesto como tal.

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