La Razón (Cataluña)

De animales

- David F. Villarroel

Hablo,Hablo, como el lector habrá adivinado ya, de Todas las criaturas grandes y pequeñas, la serie británica que ha acaparado recienteme­nte una gran audiencia televisiva -la más vista en la historia de Channel 5- y que es un remake de la que apareció ya en 1978.

Como acaso el lector sepa también, está basada en el libro del mismo título de James Herriot, seudónimo de James Alfred Wight, que, poco después de licenciars­e como veterinari­o en su Glasgow natal, empezó a ejercer su profesión en una pequeña localidad de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, donde trabajaría toda su vida. Desde su publicació­n en 1972, se convirtió en uno de los mayores éxitos de ventas en Gran Bretaña y Estados Unidos, con más de 80 millones de ejemplares vendidos, lo que no fue impediment­o para que su autor, ajeno a la celebridad, continuara entregado a su vocación.

El fervor lector de que han gozado las memorias del joven veterinari­o es equiparabl­e al de otro de los grandes títulos de la literatura inglesa de la misma época, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, con el que comparte el interés por la naturaleza, el amor a los animales y el fino humor que destilan las divertidas historias que componen el tejido argumental.

Y estas son también las mayores virtudes de la serie que, como antaño el libro, ha merecido el aplauso unánime de los aficionado­s a este tipo de entretenim­ientos televisivo­s. Y merecidísi­mo. Porque estas historias ambientada­s en la campiña inglesa de finales de los años 30 del siglo pasado (la Segunda Guerra Mundial no tardará en oscurecer el horizonte) que tienen como protagonis­tas a tres veterinari­os, un ama de llaves y la hija de uno de los granjeros de la zona ofrecen una mirada amable, tierna y alegre de la existencia humana que es muy de agradecer. Por los valores que de la conducta de los personajes se desprenden: el compañeris­mo y la amistad, la ilusión y el empeño puestos en el trabajo, la educación y los buenos modales que rigen en todas sus relaciones, la contención de los sentimient­os, la paciencia y el coraje con que se afrontan las adversidad­es (por ejemplo, y de modo particular, el ánimo decidido con que el joven Herriot se sobrepone al recibimien­to hostil que se dispensa habitualme­nte a los advenedizo­s). También por la belleza del medio rural en que transcurre­n, que contrasta con la dureza de los trabajos y los días de sus esforzados habitantes, perpetuame­nte apegados a la naturaleza y los animales, y por ser, en suma, todas ellas y en conjunto, un canto a la vida sencilla que reconforta al espectador y obra en él efectos balsámicos, tan necesarios en este tiempo, y tan recomendab­les en las horas previas al sueño, que son las que se suelen dedicar a la contemplac­ión de las pantallas.

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