Camilleri, fundido a negro
EL ESCRITOR, LUCHADOR Y DE CONVICCIONES COMUNISTAS, ENGENDRÓ AL INIGUALABLE COMISARIO MONTALBANO, SE RIÓ DE LA MAFIA Y FUE LA ÚLTIMA VOZ DE LA MORAL EN ITALIA
El escritor, padre del comisario Montalbano, gastrónomo y fumador empedernido, empedernido, falleció ayer
Irónico,Irónico, comediante y burlón, Andrea Camilleri fue capaz de hacer un último requie-bro requie-bro a su propia muerte. Hace un mes ingresó en el Hospital Santo Spirito de Roma después de haber sufrido un infarto. A sus 93 años, el desenlace parecía inminente, pero entonces el escritor ideó un último giro. Resistió 30 días, crítico y en coma farmacológico. El tiempo necesario para que todo un país le demostrara su cariño. Quién sabe si sintió algo. Lo cierto es que no quiso marcharse hasta que recibió todo el calor de su gente. Y ayer, sin partes médicos desde hace días, se fue de repente. Como si él mismo lo hubiera decidido y no una divina providencia en la que nunca creyó. Ante la inabarca-ble inabarca-ble cosecha de intelectuales italianos del siglo XX, resulta difícil dejar por escrito que se marchó uno de los más grandes. Dejémoslo en que era el mejor novelista vivo de este país y, sin duda, el que más gustaba a los lectores. Porque de eso se trata.
Buscar la verdad
Camilleri murió cuando quiso y nació dos veces. Una en 1925, en la localidad siciliana de Porto Empedocle; y otra en 1994, cuando dio a luz al comisario Salvo Montalbano. Tras estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Palermo, comenzar por el teatro y trabajar en la RAI durante décadas, dedicó la jubilación a escribir novela policiaca. «La forma del agua» no fue su ópera prima, ni siquiera el primer libro en el que aparecía el personaje, pero sí el bautismo de Montalbano como protagonista protagonista y el inicio de una saga inolvidable. El escritor siempre dijo que en su criatura había buena parte de su padre, por la ironía y por la forma de buscar la verdad. Pero si de alguien heredó el nombre el personaje fue de Manuel Vázquez Montalbán, Montalbán, a quien admiró antes de conocerlo.
Contó Camilleri que un buen día leyó «Asesinato en el comité central» y pensó que eso es lo que él tenía que hacer: seguir la pista de Pepe Carvalho para dibujar un retrato social. Y así nació Montalbano, como un policía atípico. No un viejo cínico cascarrabias, sino un enamorado de su tierra. Un comisario astuto, pero no arrogante. Un ser implacable con la ley, pero solo cuando respeta el sentido común. En definitiva, alguien con quien cualquiera se identificaría. Años después, Camilleri y Vázquez Montalbán se encontraron encontraron en un acto de la izquierda izquierda italiana. «Nos hicimos cómplices enseguida, nos entendimos entendimos con los ojos, a la siciliana», siciliana», resumió el italiano.
Desde que tuvo que abandonar abandonar la isla por temor a la invasión estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, vivió en Roma. Pero la nostalgia de un verdadero siciliano es algo que no se olvida. Por eso a su comisario le reservó un puesto en Vigata, una localidad ficticia, reflejo de su Porto Empedocle. Se cuidó de que comiera buen pescado y no le privó de un mar que el autor siempre añoró en la capital. Camilleri ha sido traducido a 36 idiomas y ha vendido más de treinta millones de libros del centenar que ha escrito. Sin embargo, quien terminó de popularizar a Montalbano fue Luca Zingaretti, el actor que encarna al personaje desde hace 20 años, en una de las series televisivas más seguidas por los italianos. Su final está escrito y guardado en un cajón, esperando la muerte del autor para ver la luz. Será su último superventas. Se podría decir de Camilleri que fue un escritor populista, en el sentido de la palabra que a él le importaba, como recordaba en una de sus últimas entrevistas en televisión: televisión: «Estamos perdiendo el valor de las palabras. Las palabras son piedras y pueden transformarse en balas. Hace falta pensar todo lo que se dice y sobre todo cesar este viento de odio, que es verdaderamente atroz». Se refería al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, de quien también dijo que viéndolo representar un fingido sentimiento cristiano le
daban «ganas de vomitar». Camilleri era ateo, comunista y luchador. Con el novelista se va también una de las últimas voces de la moral en Italia. Siciliano como Sciascia, no ejerció de censor oficial contra la mafia. Lo suyo era la burla, el retrato del capo ignorante que aparece en sus libros como un secundario. Y si no les dio mayor protagonismo era porque no lo merecen.
En los últimos años, un glaucoma lo había dejado ciego. Aunque su delicada salud no le privaba de fumar dos paquetes diarios. Sus últimos libros se cocinaron al dictado, gracias a la ayuda de su inseparable asistente Valentina. En lugar de escribir, había empezado a imaginar sus historias, volviendo volviendo a sus orígenes teatrales. Esta semana tenía programado un monólogo en el que se proponía hacer una defensa de Caín, pero al autor se le acumuló el trabajo. Uno se imagina a Camilleri, escribiendo su propio fin en una cama de hospital, y piensa que su historia es la que ha merecido la pena.