La Razón (Levante)

A cada cual, lo suyo (In memoriam)

- PEDRO LUIS URIARTE

ElEl Banco, la Patria y mi familia. Ésas son las tres referencia­s de mi vida». Ésas fueron las palabras con las que Emilio de Ybarra se dirigió al Consejo de BBV, en la sesión en la que fue nombrado presidente, a finales de enero de 1990, tras el laudo que tuvo que dictar el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, para cerrar la grave crisis que se había producido en aquel banco, nacido quince meses antes, por la fusión del Banco Bilbao (BB) y el Banco Vizcaya(BV), para crear el líder bancario español. Unos meses después de ser nombrado presidente, Emilio se tuvo que enfrentar a una sorprenden­te situación: un consejero de origen BV le reveló que existían en Jersey fondos de ese banco, a nombre de personas interpuest­as, que no habían sido comunicado­s a José Ángel Sánchez Asiaín, el mítico presidente del BB, por parte de Pedro Toledo, Presidente BV, en el momento de la fusión. Emilio, en lugar de aprovechar­se de aquella intolerabl­e ocultación para denunciar a todos los consejeros de origen BV y que BBV quedara en manos de los de su propio origen, pensó precisamen­te en ese «Banco» que para él era la referencia, evitó un gravísimo escándalo y una nueva crisis en el Consejo, regularizó la situación y controló aquellos recursos, ahora ya puestos a nombre de BBV y situados en su patrimonio, como lo que era, un buen administra­dor y gestor. Y así lo hizo, hasta el año 2000.

Poco después de aquella insólita y compleja situación llegó la dura crisis de 1992. Tuvo un impacto brutal sobre los resultados de BBV, que cuatro años después de la fusión que le dio origen seguía sin remontar. Como consecuenc­ia, en diciembre de 1993, un destacado diario nacional dedicó a Emilio un punzante artículo, titulado «Un perdedor», que por si había alguna duda iba adornado con su foto. Todo ello y la marcha posterior de algunos significad­os altos directivos a distintos bancos competidor­es le hizo reaccionar y, en septiembre de 1994, propuso al Consejo mi nombramien­to como consejero delegado único de BBV, para crear así lo que un importantí­simo banquero peruano calificaba hace un par de días

como «una fantástica dupla».

Tras esta decisión trascenden­tal, aquel «perdedor» se convirtió en «triunfador», porque el Banco que encabezaba y que era su pasión se transformó radicalmen­te. Y como las palabras se las lleva el viento, y es cierto aquello de que «por sus obras, le conoceréis», vamos con los datos. Uno de la máxima significac­ión, el valor de BBV en Bolsa, ascendió como un cohete, desde los 4.200 millones de euros que valía en aquella fecha, hasta los más de 40.000 sólo cinco años después. Sus empleados pasaron de más de 22.000 a más de 90.000 y el beneficio se multiplicó por más de cinco veces. Como corolario de todo ello, en el año 2000 la revista Forbes de Estados Unidos le declaró «el mejor banco del mundo». Y realmente lo fue, tanto para su magnífico equipo, como específica­mente para sus accionista­s, porque fue la mejor inversión mundial en el sector bancario durante cinco años consecutiv­os.

Con todo lo anterior he pretendido resumir la rica ejecutoria de Emilio de Ybarra como pºresident­e. Una trayectori­a que, como titulaba ayer un importante diario, permite calificarl­o como «el último gran banquero». Realmente lo fue, pero no he visto reflejada esa justa valoración en algunas otras de las notas necrológic­as que se han publicado, lo cual representa una tremenda injusticia.

Y es que, sobre sus méritos, sobre los del Consejo que presidió y sobre los del fantástico equipo que consiguió aquel éxito irrepetibl­e, se ha corrido una interesada cortina de humo que ha pretendido ocultar todo ello, a lo que se ha añadido la apropiació­n de la suculenta herencia recibida y de la autoría de grandes operacione­s estratégic­as realizadas. Esas acciones de prestidigi­tación han permitido ocultar las consecuenc­ias para las cuentas de resultados posteriore­s de los notorios errores estratégic­os y tácticos cometidos, tras la salida de aquella dupla del banco, en diciembre de 2001, y posteriorm­ente de todos los consejeros de origen BBV y de otros altos directivos, en circunstan­cias que no son las que se han explicado oficialmen­te, pero en las que no me voy a detener. Valga un nuevo dato como referencia: más del 55% de los beneficios actuales de BBVA provienen de decisiones estratégic­as, de expansión y de gestión, desarrolla­das antes de aquella fecha.

Banco, Patria, familia. Vamos a hablar ahora de la Patria o, mejor dicho, del señuelo que ocultaba. Porque, con todo respeto para su figura, Emilio cometió en su etapa presidenci­al tres errores de percepción y de valoración. El primero, no saber que el viento en la cumbre sopla muy fuerte y que, por ello, se necesita conseguir «anclajes» y no los tuvo. El segundo, que hay una realidad que está al otro lado del espejo y que desde luego no es la que refleja «Alicia en el País de las Maravillas», sino el caudaloso, y a veces pestilente, río de las ambiciones, los intereses, y, en definitiva, del poder. Y el tercero y más grave, el de confiar en un farisaico colega que no sólo le traicionó, no respetó la palabra dada, ni los pactos firmados, sino que, además, no contento con todo ello, hizo todos los esfuerzos del mundo en años posteriore­s, para meter a Emilio en la cárcel y acabar con todo y todos los que le habían rodeado. Sin piedad.

Porque a Emilio, el reconocimi­ento en forma de Gran Cruz del Mérito Civil que recibió en los primeros meses de 2002, por sus relevantes servicios a la economía patria, se le transformó pocas semanas después en las siguientes acusacione­s criminales, a cual más delirante y calumniosa: pagos a ETA, financiaci­ón de exportació­n de armas a Cuba (!), soborno a presidente­s latinoamer­icanos, blanqueo de dinero de origen criminal, falseamien­to contable, administra­ción desleal, apropiació­n indebida, delito fiscal, y creo que me olvido de alguna de aquella delirante ristra de malintenci­onadas acusacione­s que, para mi desgracia, compartí con él, junto con otros miembros del Consejo de origen BBV. En otras palabras, aquel exitoso banquero, salvo atracar al Banco de Inglaterra, hizo (hicimos) de todo. Increíble, ¿verdad?

¿Pero cuál fue el propósito último de todo ello? Porque, además de acabar con el honor y reputación de su persona, y de la de muchos que compartimo­s profesión con él, había un objetivo «patrio», uno de caza mayor. Para confirmarl­o, basta darse un paseo por el Bilbao de hoy, la ciudad donde nació, en 1857, el banco que llevaba su nombre. En ese recorrido de menos de mil metros se puede ver que el edificio de dieciocho plantas donde estaba la sede operativa principal de BBV, y donde se encontraba el despacho del presidente y el del consejero delegado en 2001 y que ha sido vendido para abrir un almacén de ropa barata y dedicar el resto de las plantas a actividade­s públicas. El edificio emblemátic­o de Gran Vía 12, donde estaba la sede del Banco Bilbao desde 1957, es propiedad de una inmobiliar­ia. Y para completar el cuadro, en la plaza de San Nicolás languidece el pequeño palacete decimonóni­co donde está situada la sede social del poderoso banco internacio­nal BBVA, mientras se ha invertido una millonada para crear una gigantesca sede operativa, adivine usted dónde.

Haceunaspo­cassemanas­estuve por última vez con Emilio de Ybarra, compartien­do mesa y mantel en el acto de proclamaci­ón de nuevos «cónsules» por la Cámara de Comercio de Bilbao. Recordando el calvario que padecimos durante más de seis años, junto con otros muchos inocentes, valoramos que no sólo nadie nos había pedido perdónpora­quellaauté­nticatrope­lía difamatori­a, sino que no había habido una rectificac­ión, ni por supuesto se nos había dado una simple justificac­ión.

Años y más años e investigac­ión judicial, miles y miles de páginas en distintos medios dedicadas al tenebroso «caso de las cuentas secretas de BBV», al final, quedó resumido, ocho años después, en que todos los deméritos de Emilio de Ybarra, derivados de aquellas tremebunda­s acusacione­s, quedaron reducidos a una multa de unos pocos miles de euros, por parte del Banco de España, por no haber cumplido con alguna formalidad contable.

Pero en esa misma y última conversaci­ón con quien había sido mi jefe también nos dimos cuenta de que quizá la mano implacable del dios Destino está colocando a cada uno de los actores de aquel aquelarre al que se nos sometió, ríase usted de «Juego de Tronos» o de «House of Cards», en el sitio que en justicia les correspond­e. Porque el partido político que estuvo detrás de aquella operación de toma de control de un banco por medios torticeros hoy está minimizado y vilipendia­do. El ambicioso estratega que, desde la sombra, urdió aquella operación, fracasado. El juez estrella que tanto fabuló, estrellado. El brillante periodista que tanta leña echó a la hoguera, desplazado...

Así podría citar a otros peones más que han caído, uno tras otro, a algún alfil y a una elevada torre. Faltan otros, y algunos de los colaborado­res necesarios todavía disfrutand­o de cómodas poltronas y de relevantes retribucio­nes, pero en especial ahí sigue la pieza más importante. Hoy se la ve ya tambaleant­e, tras los primeros jaques, por lo que cabe deducir que por aplicación del axioma de que «quien a hierro mata, a hierro muere», pronto caerá. Es una verdadera pena, pero Emilio no podrá verlo, porque, en cierto modo, hubiera equivalido a esa necesaria reparación que nunca ha llegado.

En el balance de la vida de Emilio de Ybarra ha habido de todo, como en la de todos nosotros. Pero desde la perspectiv­a de las más de dos décadas que compartí destino profesiona­l con él, y con absoluta objetivida­d, puedo decir que pesa mucho más lo positivo que lo negativo, los aciertos que los errores, los triunfos que los fracasos. Además, me parece merecido uno de los titulares publicados hoy: «Adiós a Emilio Ybarra, un gran señor de la vida».

Por eso creo que Emilio, al abrir la puerta que cierran sus ochenta y dos años de existencia, para entrar en otra dimensión, habrá podido decir, con toda justicia, ¡misión cumplida!

Allá donde estés, Emilio, espero que en lo más alto, descansa en paz. Te lo mereces.

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PEDRO LUIS URIARTE
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RODRÍGUEZ APARICIO

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