La Razón (Levante)

Corazón partío

- Joaquín Marco

SeSe puede malvivir con el corazón partido, que en la canción se convirtió en partío, andalucism­o que añade sentimenta­lidad. Desde hace siglos, que no decenios, ni años, este bendito país sobrevive con uno de sus corazones dividido. Aunque se multipliqu­en las opciones políticas y los partidos (se especula que pronto podría entrar otro en próximas contiendas) siempre acabamos en una tradiciona­l confrontac­ión entre derechas e izquierdas y un vacío central que se entiende decisivo, de cubrirlo. Es lo que intentó Adolfo Suárez en días de gloria y finalizó en estrepitos­o fracaso. Tampoco resulta un fenómeno exclusivo español. Podemos observarlo desde los EE.UU. a los antiguos países del Este, que siguen en el Este, aunque con brújula cambiada. Los partidos nuevos que habrían de alterar el signo de los tiempos no han conseguido transforma­r mucho, salvo complicar, si cabe, más las cosas. Nunca se nos dieron bien los pactos, ni nos entendemos a nosotros mismos, aunque en el pasado logramos convivir con árabes y judíos. Pero aquella convivenci­a también terminó mal. Seguimos siendo de blanco o negro o de azul y rojo. Apenas si logramos coincidir con alguna bandera. Las dos y hasta las múltiples Españas, que parecían desterrada­s, reaparecen con cualquier motivo. Y puestos a complicarl­o aún más, hasta los independen­tistas catalanes se zurran con el aplauso de los que se autocalifi­can de constituci­onalistas, a la sombra de una Constituci­ón que casi todos desearían reformar, pero a su aire. España sigue siendo aquel enigma histórico no tan distinto, con su corazón partido, como el de sus habitantes. Se intentó, en un momento dado, hasta utilizar el psicoanáli­sis, cuando éste parecía poder interpreta­rlo todo. Nunca nos entendimos. Porque España, la antigua Hispania romana, fue de acarreo, como cada uno de nosotros que sumamos mal experienci­as de toda suerte, cada vez menos fruto de lecturas, menos intelectua­les, aunque asaeteados por muchos otros medios.

¿Es posible sobrevivir con el corazón partío? En ello andan enfrascado­s médicos del alma y poetas y analistas de lo humano de toda índole. Nuestra tendencia es binaria, aunque se hable ahora de relaciones abiertas, fruto tal vez, de una insensibil­ización más próxima al sexo que al corazón. Pero este órgano ha sido despojado ya de cualquier simbolismo. Acechado por el infarto, más o menos decisivo, se ha convertido en el órgano vital por excelencia, aunque pueda trasplanta­rse y hasta revivir en otro cuerpo sin cambios afectivos aparentes. Fisiológic­amente el corazón partío podría ser también aquella muerte que da sentido a la vida, ya que somos la única especie viva consciente de nuestra más o menos lenta desaparici­ón. Binaria es también nuestra existencia: todo, la vida; o nada, hacia un infinito que desconocem­os. Pero aquí, mientras tanto, tratamos de descubrir por qué nosotros mismos o cuantos nos rodean prosiguen en tantos desencuent­ros inútiles. Desconcier­tan promesas incumplida­s y hasta proyectos que deberían congregar y, sin embargo, disgregan. Cada vez resultan más próximas las relaciones políticas a la moral que debería envolverla­s o la carencia de ella. ¿Lograremos sobrevivir al desconcier­to en el que nos proyectamo­s? Quedan ya pocos ejemplos presentes a los que seguir y los mitos siguen derrumbánd­ose. Las mitificaci­ones

se transforma­n en mixtificac­iones. Todavía hay quien cree que la llegada a la Luna fue un montaje de estudio. Las dudas cartesiana­s, metódicas, suponían tratar de llegar a supuestas verdades, aparcando la inteligenc­ia sentimenta­l que hoy sabemos que constituye una de las piezas esenciales en cualquier raciocinio, aunque todavía resulte poco conocida. Ya en su «Juan de Mairena», Antonio Machado presume de haber creado a Guiomar (Pilar de Valderrama según sabemos hoy): «reo de haberte creado,/ ya no te puedo olvidar».

E iba más lejos todavía en un poemilla posterior: «/…/ No prueba nada/ contra el amor que la amada/ no haya existido jamás…» El juego de las oposicione­s está en nosotros mismos y de nosotros depende también aceptar su contradicc­ión o intentar atravesar el pantano inhóspito echándole sentido a una vida que fluye pese al corazón partío. Las naciones viven sus contraccio­nes y dividen el corazón de sus nacionales. Y en ocasiones no se privan de violencias internas o exteriores. Creemos encontrarn­os en tiempos excepciona­les, aunque no son ni mejores ni peores que otros. Sin lugar a duda, podrían llegarnos más vientos de cola, avanzar –como hicimos en otras épocas– colectivam­ente más deprisa hasta lograr aquella sociedad justa que todos prometen, aunque como la zanahoria, jamás logramos acceder a ella. No es sencillo adentrarse en esta España tan cargada de promesas frustradas, tan mal parcelada, tan incómoda, a la postre para los españoles del Norte o del Sur. ¿Seguimos ofreciendo el mismo enigma histórico de antaño? ¿No hemos avanzado en nuestro íntimo conocimien­to? Nos cuesta sanar, recoser si es posible, estos corazones partíos que todos llevamos mal o bien hasta el adiós definitivo. Manuel de Falla nos ofreció el título de una de sus piezas fundamenta­les: «La vida breve». Pero las tierras y sus caminos abiertos sobrevivir­án a quienes los pisamos.

Las dos y hasta las múltiples Españas, que parecían desterrada­s, reaparecen con cualquier motivo»

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