Corazón partío
SeSe puede malvivir con el corazón partido, que en la canción se convirtió en partío, andalucismo que añade sentimentalidad. Desde hace siglos, que no decenios, ni años, este bendito país sobrevive con uno de sus corazones dividido. Aunque se multipliquen las opciones políticas y los partidos (se especula que pronto podría entrar otro en próximas contiendas) siempre acabamos en una tradicional confrontación entre derechas e izquierdas y un vacío central que se entiende decisivo, de cubrirlo. Es lo que intentó Adolfo Suárez en días de gloria y finalizó en estrepitoso fracaso. Tampoco resulta un fenómeno exclusivo español. Podemos observarlo desde los EE.UU. a los antiguos países del Este, que siguen en el Este, aunque con brújula cambiada. Los partidos nuevos que habrían de alterar el signo de los tiempos no han conseguido transformar mucho, salvo complicar, si cabe, más las cosas. Nunca se nos dieron bien los pactos, ni nos entendemos a nosotros mismos, aunque en el pasado logramos convivir con árabes y judíos. Pero aquella convivencia también terminó mal. Seguimos siendo de blanco o negro o de azul y rojo. Apenas si logramos coincidir con alguna bandera. Las dos y hasta las múltiples Españas, que parecían desterradas, reaparecen con cualquier motivo. Y puestos a complicarlo aún más, hasta los independentistas catalanes se zurran con el aplauso de los que se autocalifican de constitucionalistas, a la sombra de una Constitución que casi todos desearían reformar, pero a su aire. España sigue siendo aquel enigma histórico no tan distinto, con su corazón partido, como el de sus habitantes. Se intentó, en un momento dado, hasta utilizar el psicoanálisis, cuando éste parecía poder interpretarlo todo. Nunca nos entendimos. Porque España, la antigua Hispania romana, fue de acarreo, como cada uno de nosotros que sumamos mal experiencias de toda suerte, cada vez menos fruto de lecturas, menos intelectuales, aunque asaeteados por muchos otros medios.
¿Es posible sobrevivir con el corazón partío? En ello andan enfrascados médicos del alma y poetas y analistas de lo humano de toda índole. Nuestra tendencia es binaria, aunque se hable ahora de relaciones abiertas, fruto tal vez, de una insensibilización más próxima al sexo que al corazón. Pero este órgano ha sido despojado ya de cualquier simbolismo. Acechado por el infarto, más o menos decisivo, se ha convertido en el órgano vital por excelencia, aunque pueda trasplantarse y hasta revivir en otro cuerpo sin cambios afectivos aparentes. Fisiológicamente el corazón partío podría ser también aquella muerte que da sentido a la vida, ya que somos la única especie viva consciente de nuestra más o menos lenta desaparición. Binaria es también nuestra existencia: todo, la vida; o nada, hacia un infinito que desconocemos. Pero aquí, mientras tanto, tratamos de descubrir por qué nosotros mismos o cuantos nos rodean prosiguen en tantos desencuentros inútiles. Desconciertan promesas incumplidas y hasta proyectos que deberían congregar y, sin embargo, disgregan. Cada vez resultan más próximas las relaciones políticas a la moral que debería envolverlas o la carencia de ella. ¿Lograremos sobrevivir al desconcierto en el que nos proyectamos? Quedan ya pocos ejemplos presentes a los que seguir y los mitos siguen derrumbándose. Las mitificaciones
se transforman en mixtificaciones. Todavía hay quien cree que la llegada a la Luna fue un montaje de estudio. Las dudas cartesianas, metódicas, suponían tratar de llegar a supuestas verdades, aparcando la inteligencia sentimental que hoy sabemos que constituye una de las piezas esenciales en cualquier raciocinio, aunque todavía resulte poco conocida. Ya en su «Juan de Mairena», Antonio Machado presume de haber creado a Guiomar (Pilar de Valderrama según sabemos hoy): «reo de haberte creado,/ ya no te puedo olvidar».
E iba más lejos todavía en un poemilla posterior: «/…/ No prueba nada/ contra el amor que la amada/ no haya existido jamás…» El juego de las oposiciones está en nosotros mismos y de nosotros depende también aceptar su contradicción o intentar atravesar el pantano inhóspito echándole sentido a una vida que fluye pese al corazón partío. Las naciones viven sus contracciones y dividen el corazón de sus nacionales. Y en ocasiones no se privan de violencias internas o exteriores. Creemos encontrarnos en tiempos excepcionales, aunque no son ni mejores ni peores que otros. Sin lugar a duda, podrían llegarnos más vientos de cola, avanzar –como hicimos en otras épocas– colectivamente más deprisa hasta lograr aquella sociedad justa que todos prometen, aunque como la zanahoria, jamás logramos acceder a ella. No es sencillo adentrarse en esta España tan cargada de promesas frustradas, tan mal parcelada, tan incómoda, a la postre para los españoles del Norte o del Sur. ¿Seguimos ofreciendo el mismo enigma histórico de antaño? ¿No hemos avanzado en nuestro íntimo conocimiento? Nos cuesta sanar, recoser si es posible, estos corazones partíos que todos llevamos mal o bien hasta el adiós definitivo. Manuel de Falla nos ofreció el título de una de sus piezas fundamentales: «La vida breve». Pero las tierras y sus caminos abiertos sobrevivirán a quienes los pisamos.
Las dos y hasta las múltiples Españas, que parecían desterradas, reaparecen con cualquier motivo»