La Razón (Levante)

Udaibai, una tierra siempre verde

- J. ORS - UDAIBAI

Si el área ha sido elegida reserva de la biosfera es porque se trata de uno de los grandes humedales de todo el territorio»

Desde aquí se pueden contemplar las aves que hacen un alto en su ruta que, por causa de las lluvias, deciden parar»

Declarada reserva de la biosfera, este paisaje, que ha inspirado uno de los grandes «thrillers» de este otoño, «La danza de los tulipanes», de Ibon Martín, ofrece un paraje de playas y bosques, así como el reclamo indudable de Gaztelugat­xe, uno de los escenarios de «Juego de tronos»

EsEs una tierra de árboles y aves, de ermitas y tierras marineras, de sendas y viejos vestigios que remiten a piratas, conventos y castillos. La reserva de la biosfera de Urdaibai es uno de los tesoros naturales mejor guardados de nuestro país. Todavía conserva los bosques originales del País Vasco. Una frondosida­d que puede apreciarse por el manto verde que recubre sus laderas y cimas, pero, sobre todo si el viajero, que por definición debe ser un alma emprendedo­ra, inicia la subida al mirador de San Pedro de Atxarre. Un camino singular, umbroso, formado por una vegetación alta y espesa, en el que crece la encina, el árbol autóctono de la zona, además de fresnos, avellanos y castaños. La subida muere en una ermita recoleta, con soportal y cruz, hecha en piedra y que ofrece al visitante una vista asombrosa sobre el estuario formado por el río Oka los pueblos de Mundaka, con su aire marinero, Ber meo, con su pintoresco centro, la lo calidad de Busturia y las playas y arenales que quedan debajo. Hacia el mar puede observarse la isla de Ízaro, que hace décadas dio nombre a una famosa productora de cine, y que albergaba un convento de monjes franciscan­os. La memoria aún recuerda varias historias sobre el cená culo religioso, como la historia de amor de un

religioso que, cada día, guiado por la luz que dejaba su amante, se acercaba a la costa para reunirse con ella hasta que, un error le costó la vida; o, la que narraba el saqueo del monasterio por el pirata Francis Drake, que, según se dice, se apostaba con su embarcació­ndetrás del peñón para asaltar los barcos que recorrían la zona.

Esta geografía sirve de telón de fondo a uno de los prometedor­es «thrillers» de este otoño, «La danza de los tulipanes» (Plaza & Janés), de Ibon Martín, una trama alrededor de un sofisticad­o e inteligent­e asesino, donde el paisaje de la zona resulta esencial, al igual que el tren que recorre las diferentes localidade­s, esencial para uno de los crímenes, y los narcos que introducen droga. Pero si el área ha sido elegida reserva de la biosfera es porque es uno de los grandes humedales del territorio. Es una parada obligatori­a para las miles de aves que cada año emprenden la aventura de emigración. En Arteaga, una población que acoge un pintoresco castillo erigido por Napoleón III y Eugenia de Montijo, que pretendían residir allí, aunque jamás lo hiccieron, está precisamen­te el Bird Center. Desde aquí se pueden contemplar las aves que hacen un alto en su ruta, que, por causa de las lluvias, deciden parar o que simplement­e descasan.

Cerca de este paraje está uno de los focos turísticos más interesant­es: Gaztelugat­xe. Una iglesia de origen marinero al que se precede con unas escaleras de piedra con 221 peldaños que acaban justo delante de la supuesta huella de San Juan Bautista. Este lugar, al que se acudía para pedir que volvieran las embarcacio­nes que faenaban en el Cantábrico, es una referencia para los seguidores de «Juego de tronos», porque formó parte de una de sus localizaci­ones. Lo que no sale en la serie es que en sus aguas hay una escultura de la Virgen de Begoña, y cada verano, docenas de submarinis­tas hacen una romería en una curiosa inmersión como ofrenda a ella.

El área, que cuenta con un rico patrimonio histórico –desde el asentamien­to con pinturas rupestres de las cuevas de Santimamiñ­e o el conjunto de Forua, que conserva los restos de un poblado romano y el Oppidum de Arrola–, es célebre por su famosa «ola izquierda», que atrae a numerosos surfistas, por ser un reclamo para practicar deportes náuticos y por su abundante variedad de flora y fauna. Todo en un contexto de playas y arenales que aparecen y desaparece­n al ritmo de las mareas, conformand­o así un paisaje cambiante, que siendo el mismo, nunca es exactament­e igual.

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ASÍS G. AYERBE

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